La Tristeza y el Diseño

El evangelio de hoy, miércoles de la Octava Pascual me ha ayudado a profundizar en un tema que me parece muy interesante: la tristeza.

Dos discípulos se dirigen a Emaús cuando Jesús les sale al encuentro. Él les habla, aunque no le reconocen y el texto dice que: «Ellos se detuvieron con aire entristecido». La palabra griega usada es σκυθρωποί, «mirada o semblante entristecido, caído, enfurruñado».

Me ha parecido interesante esta unión entre «mirada/semblante» y «tristeza».

Los ojos son físicos. La mirada no tiene por qué serlo (podemos «mirar» al pasado, y no lo estamos haciendo «físicamente»). La mirada es más bien la forma en la que interpretamos el sentido de los estímulos que recibimos, ya sea de los ojos, del resto de sentidos o de nuestro saber o experiencia. Si bien es cierto que «los ojos son el espejo del alma»; y, a través de ellos, se manifiesta muchas veces los sentimientos a los que estamos alimentando en nuestro interior.

Pero, ¡vamos a lo que mola!

En hebreo, «tristeza» se dice ‘étzev (que se escribe עֶצֶב). Esta curiosa palabra comparte raíz con el verbo לְעַצֵּב (le’atzév), que significa «moldear, diseñar, dar forma» a algo.

Yo cada vez estoy más convencido de que es cierto que el hebreo es el lenguaje de Dios y, por tanto, expresa profundidades que el resto de idiomas no. Pero bueno. Lo importante es que en esta «relación radical» de dos palabras aparentemente tan distintas, el pensamiento hebreo nos enseña que la tristeza surge al comprobar que nuestro diseño personal no se corresponde con la realidad que estamos viviendo.

Los discípulos de Emaús se habían hecho un diseño de Jesús, del Mesías. Habían diseñado el futuro de sus seguidores, cómo sería su reino prometido, etc. Su muerte en la Cruz supuso un duro golpe que tiró por tierra todo el cuadro mental y les obligó a descubrir que su diseño personal sobre Jesús, su Reino, sus propias vidas y el futuro… no se correspondía con el diseño real de Jesús: Él había sido asesinado.

Y te pregunto hoy: ¿te sientes triste, apesadumbrado, dolorido en algún aspecto de tu vida?

Si es así, sigue preguntándote, ¿qué es lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en la tristeza que siento? Quizá tu vida no se corresponde con el diseño que te habías hecho de ella. Tenías otro trabajo, la personalidad o conducta de tus padres, familiares, marido, mujer, hijos, amigos, etc., eran de otra forma. Quizá en ese diseño tenías el dinero suficiente para no tener que estar mirando constantemente tu cuenta bancaria a final de mes. O estudiabas aquello que tanto te gusta y trabajabas de ello, disfrutando de la vida y de lo que te rodea.

Posiblemente, en ese diseño mental de tu propia vida, no había lugar para el sufrimiento, para la diferencia, ni para la sorpresa. Todo estaba bien medido, todos eran simétricos, todo estaba controlado. Si algo pasaba, tú podías solucionarlo, y los personajes de tu diseño te estaban eternamente agradecidos por ello… pero, de pronto, de la noche a la mañana, abres los ojos y te das cuenta de que el diseño mental de tu vida no se corresponde con el real que estás viviendo. Que no controlas absolutamente nada, ni dinero, ni personas, ni afectos, ni agradecimientos, ni problemas, ni nada. Parece que no eres el centro de la vida de nadie.

Esto también en la vida espiritual. Has oído hablar de Jesús, de la Religión, del Cristianismo, de la Santidad, del Pecado, del Demonio… y te has construido un diseño de cómo debes ser cristiano, de cómo debes ser santo, de qué significa ser pecador, de cómo es el amor de Dios, de cómo se debe experimentar… incluso de cuántas veces se puede caer en un mismo pecado como máximo o de cuánto tiempo debería pasar entre uno y otro para valorar su gravedad. Te has hecho un diseño de lo que significa ser Hijo de Dios, ser pagano, ser indiferente, ser malvado, etc., y por más que intentas cumplir con tus diseños, día tras día te das cuenta de que no se corresponden con la realidad. Nunca llegas a esa santidad ni bondad diseñadas, ese amor de Dios diseñado no te sirve de nada… todo queda muy bonito queda en tu mente; pero, en la práctica, ¿para qué te sirve realmente?

Tu marido no es como tu quieres que sea, ni tu mujer, ni tus hijos, ni nadie de los que rodean. Las cosas no salen como tú pensaste que debían salir. Nadie se comporta como tú crees que deberían comportarse. Nadie cuenta contigo, nadie te pide ayuda, ¡a ti, que al ser el diseñador, sabes perfectamente cómo apoyar a las personas, como solucionar los problemas que les aquejan o que presentan ciertos acontecimientos… Y surge la tristeza.

Habías pintado un cuadro que creías era una obra de arte; y, de pronto, descubres que, al compararlo con la realidad, hasta un niño lo habría pintado más realista. Y comienzan las voces internas a reirse de ti y de tu ridícula capacidad artística, a burlarse de ti. ¡Nada salió como tú pensabas!

¿Cómo salgo de la tristeza? Aceptando que El Diseñador es otro y que yo soy pintura en su cuadro, no consejero en Su Oído.

El evangelio dice que los de Emaús, después de descubrir que era Jesús quien les estaba hablando, recapacitan y comparten entre ellos que su corazón ardía al escucharle cómo les explicaba que todo lo que estaba pasando en sus vidas había sido diseñado por Dios y debía pasar, porque estaba en las Escrituras, es decir, en el Diseño de Dios. Entonces, ¡les cambia la cara! Al regresar con el resto de los apóstoles y discípulos, testimonian su alegría… ¡Es verdad! ¡Todo está bien! ¡Debía pasar! Nada de lo que yo pensaba y había diseñado se ha cumplido… pero, ¡es que resulta que había otro diseño mejor que el mío! ¡El Diseño de Dios! Y ¡se está cumpliendo a pies juntillas!

Tú vida, hermano, la gente que te rodea, su personalidad, su forma de ser, el trabajo que tienes o no tienes, el dinero que guardas o has perdido, las personas que te han dejado y cómo lo han hecho… todo forma parte de un «diseño» cuyo autor no eres tú, sino Dios, que es muchísimo mejor artista que tú y que yo juntos… porque pinta con amor, sabiduría y profundidad. Conoce la conjugación perfecta del claroscuro, de la luz, la combinación adecuada de colores, el contraste de la perspectiva, etc.

La forma de salir de la tristeza es «aceptar» que El Diseñador es Dios y que tú eres pintura en sus manos que Él sabrá usar, no consejero que le deba decir lo que tiene que pintar. Si realmente se produce esa aceptación, te prometo que automáticamente y de forma muy, pero que muy natural, renunciaras a querer seguir defendiendo con uñas y dientes tu propio diseño. No querrás mantenerlo ni pretenderás recuperarlo a la mínima que el Suyo se parece un poco al tuyo. Ni apropiarte del diseño de Dios sobre los demás. Lo único que querrás será escuchar al Pintor hablar de su pintura mientras dibuja.

Renuncia a tu diseño y no vuelvas nunca más a él, por más que parezca que esta vez quizá si que te salga bien… olvídalo… acéptate y acepta a los demás como pintura en manos de Dios. No quieras aprender a pintar, pintura de Dios, tu propia vida y personalidad… ni la vida o personalidad de los demás.

Así, ¡disfrutarás de Dios, sin necesidad de entender!

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