Los «yamím noraʾím»

En la víspera de mañana, 24 de Septiembre, comienza la fiesta del Yom Kippur (יום כיפור), el «día de la Reconciliación». Una de las siete grandes festividades del pueblo hebreo y que guardan relación con los Sacramentos Cristianos (en otra ocasión, si Dios quiere, hablaré de ello, aquí simplemente las dejo esquematizadas):

  • Rosh Hashaná («fiesta de Año Nuevo») = Bautismo
  • Yom Kippur («día de Reconciliación») = Penitencia
  • Shavuot («fiesta de las Semanas») = Confirmación
  • Pésaj («fiesta de la Pascua») = Eucaristía
  • Purim («fiesta de las Suertes») = Matrimonio
  • Janucá («fiesta de las Luminarias») = Sacerdocio
  • Sukkót («fiesta de los Tabernáculos») = Unción de enfermos

Hace siete días, en la tarde del 15 de septiembre, comenzó Rosh Hashaná. En esta fiesta, los hebreos celebran el Año Nuevo, algo mucho más grande que el simple hecho de cambiar de año: los hebreos celebran que ese día Dios creó a Adán (que, según la tradición, fue hace 5784 años).

Desde ese momento, se inician los yamím noraʾím o «días terribles o de pavor». Siete días en los que el pueblo hebreo entra en penitencia y comienzan a revisar sus conductas respecto a Dios y al prójimo, perdonándose mutuamente las deudas financieras, poniendo en orden todos los asuntos, etc. Porque, dicen los Sabios que Dios perdona nuestros pecados contra la Torá (Su Voluntad), pero los pecados contra el prójimo los debe perdonar el prójimo (y nosotros los suyos contra nosotros).

Estos días coinciden con el tiempo hasta la caída de Adán, que pecó contra Dios, al desobedecer Su Mandato y contra Eva, su mujer, al acusarla públicamente delante de Dios y de la Creación, marcando de por vida su propia existencia caída, hasta la llegada del Mesías prometido. Por eso, los Sabios de Israel afirman que, en Rosh Hashaná, Dios escribe el «designio» para ese año de cada persona en el Libro de la Vida; y, en Yom Kippur, el Altísimo ratifica ese «designio» firmándolo para que sea así. De hecho, no se desea «feliz Yom Kippur», sino: jatimá tová! (que significa «¡Buena firma!»).

La Escritura y la Tradición católicas enseñan también que Dios Padre nos ha salvado por medio del Sacrificio de Su Hijo Jesús, nuestro Señor. Sin embargo, esta salvación no es «impuesta», sino «ofrecida» gratuitamente por Dios Padre. La vida temporal del hombre es el tiempo en que éste, impulsado por la Gracia de Dios, acepta ser salvado por Jesús o, por el contrario, elige seguir empeñado en salvarse a sí mismo por sus propias obras, méritos, virtudes y perfeccionamientos personales. De lo que haga con el Sacrificio de Jesús en la Cruz dependerá su destino.

No nos salvamos a nosotros mismos, ya lo ha hecho Dios, pero podemos renunciar a la salvación y elegir la condenación. La Condenación no consiste en ser muy, muy malos y retorcidos, adoradores de Satanás y siervos de su maligna voluntad. La Salvación consiste en aceptar que hemos sido salvados en Jesús, sin intervención ni iniciativa nuestra alguna, y rendirnos al poder de Su Gracia, que ajusta nuestra vida entera (pensamientos y acciones) al Señorío de Jesús, volviéndonos consecuentes con la Salvación obtenida. La Condenación es todo lo contrario: rechazar la Redención de Dios Padre, tratando de redimirnos (justificarnos) a nosotros mismos, con nuestros perfeccionismos, moralismos, esquemas mentales y conductuales, etc., que siempre nos llevan a «errar» (raíz hebrea de la palabra «pecado»), por despreciar el sacrificio gratuito de Jesús, que unos consideran «no necesario» (pelagianismo) y, otros, «no suficiente» (semipelagianismo).

Pues bien, mañana inicia Yom Kippur, también llamado el «shabát de los shabáts». Es el único día del año en el que el Sumo Sacerdote podía penetrar en el Sancta Sanctórum y pronunciar el Nombre del Eterno revelado a Moisés (יהוה‎ = YHWH). Este Nombre es tan Santo, que el Sumo Sacerdote entraba atado a una cadena en su pie para poder sacarlo si era considerado indigno de su pronunciación y moría al hacerlo.

De hecho, la Tradición sitúa el interrogatorio de Jesús a sus discípulos («¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?», Mt 16, 13ss) en esta fiesta, haciendo coincidir la profesión de Pedro («Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios Vivo») con el momento en que el Sumo Sacerdote estaba pronunciando el Nombre del Eterno en el Templo. De esta manera, en Cafarnaúm, Jesús está transfiriendo el Sumo Sacerdocio a Pedro, quien será el Sumo Pontífice, el primer Papa de la Iglesia fundada por Jesús.

Durante los días del Yom Kippur, el pueblo hebreo tiene prohibidas cinco cosas:

  1. Comer y beber.
  2. Usar zapatos de cuero.
  3. Bañarse o lavarse.
  4. Trabajar.
  5. Mantener relaciones maritales.

No es coincidencia que sean cinco. Es el valor de la letra ה, que representa el «aliento», el «alma», la «vida». Tienen por objetivo evitar dar placer al cuerpo físico, dedicándose así al alma interior. Para ello, el hombre debe evitar hacer todo lo que Adán tuvo que hacer tras ser expulsado del Edén. Así, los Sabios enseñan que son días para vivir según el estado anterior a la caída de Adán; y, también, que al prescindir de estas cosas, el cuerpo físico se resiente, se adolece; y el hombre puede comprender cómo se sienten los demás cuando les causamos sufrimiento.

La expiación del pecado, ofrecida en Yom Kippur, se realiza recorriendo tres pasos:

  1. תפלה‎ (tefilá = «oración»).
  2. תשובה (teshuvá = «arrepentimiento»).
  3. צדקה (tzedaqá = «justicia, caridad»).

La tefilá
תפלה‎

La oración es más que la simple «recitación» de palabras establecidas (aunque la incluye). Es un diálogo de corazón a corazón con Dios que nos ha escogido gratuitamente y nos ha constituido «su pueblo» (o, como sabemos los cristianos: «sus hijos»).

Las letras de la palabra representan un cruce de dos caminos (ת), una apertura o boca (פ), una vara o enseñar (ל) y el alma o espíritu (ה); y deriva de la raíz פלל (palál, «imaginar, pensar, considerar»).

La téfilá u «oración» es un encuentro entre dos personas que se detienen a hablarse mutuamente, enseñándose uno a otro su propia vida. Cualquier otra cosa termina convirtiéndose en absurda superstición religiosa o moralismo agobiante que no sirve para nada.

Además, la palabra tefilá (תפלה‎) también puede ser leída como tiflé, el verbo «despiojar». Cuando hablamos con Dios, por la simple cercanía a su presencia, somos «despiojados» de nuestros pecados y de los demonios que los habitan. Su Santidad se nos comunica y nuestro rostro es iluminado, como el de Moisés, no por méritos propios, sino por Su Preciosa Compañía y Asiduidad.

La teshuvá
תשובה

Se traduce por «arrepentimiento», pero literalmente significa «retorno, regreso».

Hay un midrash hebreo (cuentos para enseñar la Torá a los más pequeños) que, resumidamente, narra que Dios reúne a sus ángeles antes de la Creación y les revela lo que va a hacer, y que culminará con la creación del hombre, a quien le dará el señorío sobre todo lo creado. Los ángeles, escandalizados, intentan convencer a Dios de que no lo haga, argumentando que el hombre destruirá la Creación, maltratará la Torá, se harán daño unos a otros, en defintiva, que el hombre pecará, despreciando todo lo creado. En ese momento, se levanta el ángel más pequeño de aquella asamblea y dice: «hazlo, Señor, que para eso me creaste a mí. Yo les haré regresar a ti». Era el Ángel de la Teshuvá.

Las letras de la palabra representan un cruce de dos caminos, alianza o cruz (ת), unos dientes que machacan (ש), un clavo (ו), el interior de una casa (ב) y el espíritu o alma (ה); y deriva de la raíz שוב (shub, «volver, regresar»).

La teshuvá es un proceso interior del hombre mediante el que regresa (mental o literalmente) con tranquildad por el camino andado, para comprender las malas decisiones que tomó y las consecuencias que tuvieron, asumiendo su responsabilidad personal y discerniendo las raíces que las motivaron; para así poder renunciar a ellas y confesar (pronunciar) sus pecados delante de Dios, entregándoselos a Él, apoyados en la grandeza de su חסד, jésed («bondad»).

En las letras hebreas, los cristianos podemos ver que se nos presenta la teshuvá como la unión interior del alma al sacrificio de la Cruz, la máxima definición de este concepto.

Hago un paréntesis en la palabra jésed. Sus letras (חסד) nos hablan de mantener (ח) sostenido (ס) algo que cuelga (ד), como la cortina de las puertas hebreas en el desierto. La bondad de Dios no se basa en pensar que Dios es un ancianito achuchable que hace la vista gorda a nuestros pecados porque le abrazamos y le decimos «te quiero» muchas veces. Jesús dijo: «Yo soy la Puerta (ד)» (Jn 10, 9).

La Bondad de Dios es mantener sostenido en la Cruz a Su Hijo Jesús en nuestro favor. Por tanto, ser buenos con los demás desde el punto de vista bíblico no es «caer bien a todo el mundo», sino mantenernos sostenidos en la justicia de Aquel que cuelga de la Cruz; o también, sostenerle a Él frente a los pecados de los demás contra nosotros, renunciando a la propia justicia.

Vuelvo a la teshuvá. Decía que el último paso es la confesión del pecado. Ésta se realiza siguiendo un ritual determinado, que consiste la recitación de una oración que recorre todas las letras del Alefato hebreo, desde la Álef hasta la Tav.

Más allá del simple rito superficial, los Sabios nos enseñan que no basta con confesar el pecado (desorden), sino que debemos someter el desorden al orden: poniendo nombre al pecado, identificando sus raíces y renunciando a ellas, para evitar volver a él. De lo contrario, ¡seguiremos ciegos! ¡Volveremos a caer! Y la conversión no habrá servido de nada.

Este trabajo espiritual interior, deseado por Dios, nos hace crecer en discernimiento y madurar, volviéndonos cada vez más capaces de ver Su Obrar con mayor facilidad en nuestra vida y en la de los demás.

Otro paréntesis:

Es interesante el hecho de recorrer desde la Álef a la Tav, porque Jesús dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega» (Ap 21, 6), versión escrita en griego de un diálogo entre Jesús y Juan que, obviamente, hablaban en arameo o en hebreo y que habría sido así: ʾaní haʾálef vəhatáv («Yo soy el Álef y la Tav»). Jesús es el Alefato hebreo (le podemos encontrar en cada una de sus letras), pero también es quien carga con cada uno de los pecados enumerados en Yom Kippur, quien los asume y se ofrece a Dios en favor nuestro.

Además, Álef y Tav forman una palabra que no tiene traducción posible, simplemente es una partícula gramatical que permite que la acción del verbo pase al complemento directo: la partícula את. Jesús es el mediador entre el obrar de Dios (el verbo) y el objeto que recibe dicha acción (el hombre). Si hay otra ocasión, hablaré de ella.

La tzedaqá
צדקה

Esta palabra es traducida como «caridad» por los hebreos, que saben de lo que están hablando. El problema es que nosotros hemos maltratado esta palabra, reduciéndola a dar 50cents a un pobre en la calle mientras me siento bien por «ayudarle», a la vez que le juzgo por su vestimenta o porque es un borracho que debería trabajar, etc. La otra traducción es «justicia» (que también hemos destrozado, usándola como sinónimo de «venganza»).

Para ser lo más literalmente cercano al sentido original, deberiamos hablar de «ajustamiento». La tzedaqá es el acto de ajustar nuestra vida, material, mental y espiritual a la Voluntad de Dios. El «justo», en hebreo צדק (tzadíq), es aquel que se ajusta a los mandatos de la Torá, es decir, a Su Voluntad. La misma palabra puede traducirse por «sabio», porque la sabiduría no es ser experto en algo, sino entrar en el corazón de Dios y habitar allí.

Las letras de su raíz (צדק) representan un hombre descansando (צ), una puerta o algo que cuelga (ד) y el amanecer o algo que se levanta (ק). Literalmente, es el hombre que descansa viendo como el sol se levanta cada mañana a su puerta, es decir, sabiendo que todo depende de Dios.

Sabiendo que Jesús dijo: «Yo soy Dálet (la puerta)», comprendemos un significado más profundo de esta palabra: el justo es aquel que descansa colgado de un madero alzado. Jesús es el Justo por excelencia, que sube a la Cruz sin rechistar porque esa es la Voluntad de Su Padre y Él descansa en ella. También para nosotros, la justicia es descansar en la Cruz de Jesús, descansar en su redención y no en nuestra perfección o moralismo; y, de cara a los demás, llevarles a descansar en Jesús y no agobiarles con exigencias que nosotros ni siquiera estamos dispuestos a cumplir.

Podemos llevar a los demás al descanso en Jesús de diferentes formas (económica, afectiva, laboral, social, espiritual, material, etc.), según los talentos que cada uno ha recibido; no basta con dar 50 céntimos al pobre que está en la puerta de la parroquia para tranquilizar nuestra conciencia. A menos, claro, que sea todo lo que tenemos para vivir (como la viuda del Templo a la que alabó Jesús). ¡Un poco de seriedad!

Hablar con Dios (tefilá) nos lleva a conocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos (teshuvá), experimentando Su Misericordia; y, esta experiencia (si es verdadera), nos mueve a ejercer la misma misericordia recibida con los demás (tzedaqá). La tzedaqá es la prueba por la que sabemos que nuestros pecados han sido expiados, que el Yom Kippur ha venido a nosotros y lo hemos celebrado con toda nuestro ser.

Para terminar, quiero centrarme un momento en la palabra kippúr (כיפור), porque creo que nos ayudará a comprender la esencia del «perdón y la expiación» y que es lo que significa.

La raíz de la palabra es כפר, kafár («negar») y kipér («perdonar»). Perdonar no consiste en «sentir» amor, cariño, amistad por la persona que nos ha herido. Perdonar no es un sentimiento ni emoción, es una decisión, una elección. No perdonamos porque sentimos que alguien se lo merece, sino porque Dios nos ha perdonado a nosotros y valoramos muchísimo la gracia de Su Perdón.

El perdón no es justificar las acciones del prójimo, buscando una explicación para sus actos. El perdón es decidir negarnos a nosotros mismos la posibilidad de emitir ningún tipo de juicio ni de exigir ningún tipo de justicia, antes bien entregar el asunto a Dios (Único Juez) y liberar a la persona de cualquier tipo de deuda o exigencia (afectiva, emocional, verbal, conductual, etc.) hacia mi persona, sea cual sea… porque es lo que Dios, el único que puede juzgar con todo el derecho del mundo, ha hecho conmigo.

Las letras de la raíz (כפר) representan una mano abierta (כ), la lengua (פ) y un hombre (ר). Literalmente, nos habla de someter la lengua del hombre, es decir, no emitir juicios ni murmurar. La letra Kaf (כ) también representa la bendición, y Pe (פ) nos habla de la comunicación. Perdonar es bendecir con nuestra boca al que nos hace daño, es decir, comunicarle la bendición divina.

Dios podría decir muchas cosas de ti y de mí. Tú lo sabes, igual que yo. No eres buena persona y, aunque lo fueras, sabes que estás muy lejos de ser lo que Dios merece de ti. Sin embargo, ¡a Dios Padre le da igual! Porque Él ha tomado la decisión de no exigirte ni juzgarte por tus actos, sino de someterlos a la Palabra de un Hombre (Jesús) que habla bien de ti constantemente, que te bendice delante de Su Padre, y que te comunica de Su parte las bendiciones que el Padre está deseando derramar sobre ti.

Tu tarea y la mía es profundizar en Su Redención gratuita, en la importancia y la maravilla de lo que Dios Padre ha hecho por ti y por mí. A medida que descubrimos y experimentamos la realidad de Su Perdón, éste nos hace capaces de decidir perdonar a los demás cada vez más profundamente.

Entra mañana en Yom Kippur, experimenta Su Misericordia y podrás ejercerla con los demás.

¡Jatimá tová!
¡Buena firma!

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