Presentación del Señor

Queremos compartir con vosotros la reflexión que el P. Giacomo nos dirigía en su homilía de hoy, Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, «caracterizada por la Luz». Nos decía:

«‘Cristo, Luz de las Naciones’… con estas palabras, el Espíritu Santo inspiró al anciano Simeón a reconocer al Señor, proclamándolo Mesías, Luz para alumbrar a las naciones». Por eso, es tradicional (aunque ahora estemos limitados por las restricciones derivadas de la pandemia) «celebrar esta fiesta con una procesión de velas, desde el fondo, o incluso el exterior de la iglesia». No obstante, el P. Giacomo quiso «por lo menos, poner este signo del Cirio Pascual, que manifiesta la Luz de Cristo».

«Cristo es la Luz del mundo que viene a alumbrar nuestras tinieblas: las tinieblas del mundo, sí, pero también las nuestras: todos hemos tenido esta experiencia de estar en tinieblas, de no ver ni entender nada; estar en oscuridad, en sufrimiento, en alguna situación complicada… es exactamente ahí, en esas tinieblas, cuando aparece la Luz de Jesucristo, luz que viene a iluminar las tinieblas del pecado y de la muerte. Esto es lo que hace Cristo con su presencia» en quienes son dóciles a la voluntad del Espíritu Santo.

Es por ello que, «este signo de la Luz es muy importante, muy ilustrativo para nosotros», ayudándonos a ver físicamente «lo que Cristo viene a hacer en nuestra vida: iluminar, dar sentido». Viene a darnos la gracia de poder mirar nuestra vida, «no ya por nuestros ojos», nuestros esquemas o razonamientos, «o por lo que interpreta el mundo, sino a través de la luz de Cristo; centrando nuestra mirada, por medio de Jesucristo, y adquiriendo esta misma mirada Suya en nuestra vida y sobre los demás».

«Cuando estamos en medio de nuestros juicios, con nuestra murmuración y nuestros miedos», nos será útil y de gran ayuda «recordar cuántas veces hemos experimentado la misericordia de Dios, para poder mirar, así, a los demás con esta misma Luz, con esta misma misericordia, con la que Dios nos mira a nosotros».

«El Evangelio de esta fiesta está lleno de signos», nos señala el P. Giacomo. «En Occidente, en la Iglesia de Roma, esta fiesta se ha caracterizado por el signo de la Luz; mientras que en la Iglesia de Oriente, destaca más el signo del Encuentro (por eso, se la denomina Fiesta del Encuentro)». Fiesta en la que se celebra que «Cristo se encuentra de modo definitivo con la Humanidad; primero con su pueblo, representado por este anciano Simeón; pero que también representa a la Humanidad entera, a quien la Virgen María, nuestra Madre, le entrega a su Hijo. Esto hace María, nuestra Madre: entregar a Jesucristo a la Humanidad, entregárnoslo a ti y a mí».

Hoy, «Cristo, que es sólo un niño, es presentado por sus padres, una familia sencilla de Nazaret, que ofrece la ofrenda de los pobres[mfn]«Pero si a ella no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o pichones, uno como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación por ella y quedará pura» (Lv 12, 8).[/mfn] para el rescate de este niño, según la Ley de Moisés». Este ritual mosaico fue establecido «como memorial de cómo Dios salvó al Pueblo de Israel de Egipto, cuando mató a los primogénitos de Egipto y salvó a los hijos de Israel[mfn]«Cuando Yahveh te haya introducido en la tierra del cananeo, como lo tiene jurado a ti y a tus padres, y te la haya dado, consagrarás a Yahveh todo lo que abre el seno materno. Todo primer nacido de tus ganados, si son machos, pertenecen también a Yahveh. […] Rescatarás también todo primogénito de entre tus hijos. Y, cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ‘¿Qué significa esto’, le dirás: ‘Con mano fuerte nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de servidumbre. Como Faraón se obstinó en no dejarnos salir, Yahveh mató a todos los primogénitos en el país de Egipto […]. Por eso sacrifico a Yahveh todo macho que abre el seno materno, y rescato todo primogénito de mis hijos’. Esto será como señal en tu mano y como insignia entre tus ojos; porque con mano fuerte nos sacó Yahveh de Egipto» (cf. Ex 13, 11-16).[/mfn]. En Cristo, es para nosotros el rescate definitivo: la entrega de este Sumo y Eterno Sacerdote que, con su presencia, viene a salvarnos de modo definitivo».

A este Sacrificio de Rescate queda asociada de un modo íntimo y particular la Virgen María, nuestra Madre, pues «la profecía que le dirige Simeón a María: ‘a ti una espada te traspasará el alma’[mfn]Lc 2, 35[/mfn] muestra como el martirio», el sacrificio, «de la Virgen María no es en la carne, sino en el alma (sufre lo mismo que Jesucristo, pero en su alma)[mfn]«El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. Si, por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento de las promesas divinas de la salvación; por otro, le revela también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe, al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura y dolorosa» (JUAN PABLO II, Redemptoris Mater, 16).[/mfn]. Vemos, así, cómo en todo esto está prefigurada» y preanunciada «nuestra salvación».

«Jesucristo es Luz para iluminar nuestra vida y, esta fiesta nos invita a salir hoy al encuentro de Cristo. Tengamos la misma docilidad al Espíritu Santo que tuvieron Simeón y Ana quienes, dóciles a Sus inspiraciones, fueron al Templo y le reconocieron en medio de una gran multitud (pues en el Templo había mucha gente que pasaba y sacerdotes, etc.). En medio de todos ellos, reconocieron al Niño y le proclamaron llenos de alegría, movidos por el Espíritu Santo. Le reconocieron como su Mesías».

Reconozcámosle, también nosotros, hoy, en medio de nuestra cotidianidad, como «el Mesías» de Dios, «el Enviado» del Padre a nuestra vida. Dios se ha fijado en tu vida y en la mía y, frente a nuestros sufrimientos, miedos y dudas, ha emitido una única respuesta, una Palabra: ha enviado a Su Hijo: Jesucristo es la respuesta de Dios Padre a la vida, al sufrimiento, a las dudas e interrogantes de cada uno. Él es la Luz que da sentido, Verdad que explica todo, Camino seguro y llano, la única Vida para nuestra muerte y sufrimiento; que, sin embargo, a pesar de ser Dios, espera, humilde y paciente, ser acogido, dócil y libremente, por ti y por mí; dispuestos a «caminar por donde Él caminó»[mfn]cf. 1Jn 2, 6[/mfn], para darnos la capacidad de hacerlo.

«También nosotros, hoy, movidos por esta experiencia de que Cristo es nuestra Luz, no sólo aquí en la Eucaristía (donde de modo especial Le reconocemos por la fe y el Sacramento), sino también en el resto nuestros hermanos, reconozcamos que ellos son ‘Cristo que sale’ a nuestro encuentro».

«¡Cuántas veces nos cuesta ‘el otro’!» (el amigo, el vecino, el pobre de la esquina, pero también tu mujer o marido, tu hijo, un familiar, tu novio o la chica que te gusta, tu compañero de trabajo o tu jefe) «¡Cuántas veces nos cuesta salir de nosotros mismos cuando viene alguien! Ahí», en esas ‘visitas’, «se nos invita a reconocer en el prójimo a Jesucristo, que viene a nuestro encuentro para darnos la posibilidad, la oportunidad, de quererLe, de amarLe, de salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo».

«Que podamos realmente, hermanos», termina diciendo el P. Giacomo, «estar también nosotros llenos del Espíritu Santo, de esta alegría; dóciles a sus inspiraciones para reconocer siempre ‘al Señor que viene’, en cada momento, en cada persona y situación, a darnos Su alegría, Su felicidad, a darnos Su Salvación».

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