No me he podido decidir.
Es verdad que ambas merecerían una entrada para ellas solas pero vamos a intentar explicar por qué tienen una para las dos. A ver si se puede: hoy tocan acrobacias, afortunadamente, con red.
Santa Rita y Santa Joaquina tienen bastantes similitudes. Salta a la vista que las dos fueron monjas. Lo que no es aparente es que también las dos estuvieron casadas y que fueron madres (y abuelas). Que murieron en olor de santidad (dícese del olor que dejan los cadáveres de algunos santos y que suele ser una fragancia a rosas) y que ambos cuerpos permanecen incorruptos en los monasterios a los que permanecieron son otras de sus semejanzas.
Por lo demás, apenas se llevan cuatro siglos de diferencia.
Santa Rita nació un año después de la muerte de Santa Catalina de Siena, en 1381, y como ella, también recibiría estigmas.
Desde la cuna ya prometía porque se cuenta que mientras dormía en su cesta de bebé abejas blancas remoloneaban por su boca, dejando en ella una miel dulcísima. No es la cosa más normal del mundo, ¿no creéis? En el monasterio donde terminó sus días, tras su muerte, apareció en un muro donde anidaban abejas.
¿A que no sabéis de que color?
El papa que beatificó a Santa Rita, Urbano VIII, era muy golosón y le iban los dulces monjiles y por supuesto la miel, de la que era un verdadero especialista. Envió a su apicultor personal para que se ocupara de los panales del muro del monasterio y se hacía llevar esa miel para untar en las tostadas.
Bueno, el tema es que Rita se casó de muy joven con Paolo Ferdinando, un ejemplar de cuidado. Un tunante, vamos a usar palabras finas. Tuvieron dos mellizos pero ni por esas el marido cambiaba de vida.
Rita no paraba de rezar por él pero seguía igual de pendenciero hasta que en una riña de taberna amaneció asesinado. Rita, ni corta ni perezosa, como sus hijos ya tenían hecha su vida, se metió en el convento de las agustinas de su ciudad natal.
Y allí hasta la muerte. Rita contaba que es que de niña se le habían aparecido San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan Bautista y le habían dicho que fuera religiosa pero claro, luego sus padres la casaron y todo se complicó.
Santa Joaquina nació en una familia bien de Vich, en la provincia de Barcelona, a finales del s. XVIII. Con apenas 16 años la casaron pero a diferencia de Santa Rita su matrimonio iba viento en popa (nueve hijos tuvieron en apenas quince años).
El problema es que el marido muere y a Joaquina le queda toda la vida por delante.
Al ser espabilada y al ver que a sus hijos no les iba a faltar de nada debido a la riqueza de su marido y de sus respectivas familias le sale la vena emprendedora. Pero no funda una fábrica ni un imperio textil (que estaba muy de moda en la Cataluña del momento, recién inventado el telar automático) a lo Amancio Ortega.
Funda una orden religiosa: las Carmelitas de la Caridad. Era 1826.
Todo esto lo he contado muy de corrido pero a la historia no le faltan obispos decididos y otros un poco más gallinas, y tampoco se libra el asunto de las Guerras Carlistas que ocurrieron en los albores de la orden.
Santa Joaquina, no lo tuvo fácil, vaya. Debido a su contacto con los pobres contrae el cólera y muere en 1854 en Barcelona.
Con todo ello, empieza una labor que dentro de poco va a hacer 200 años en lo referente a la educación de los más necesitados y del cuidado de los pobres de solemnidad. Existen centros de esta orden en casi toda Latinoamérica y hasta en Asia.
Y siguen fieles al espíritu de Joaquina, eso no ha cambiado.
Yo creo que las dos santas de hoy nos enseñan varias cosas, y prácticamente cada uno nos podemos ver identificados por las vidas tan llenas de experiencias que vivieron.
Quien no lo vea en un milagro, lo verá en ese matrimonio en apariencia catastrófico de Rita, o en el empeño de Joaquina por crear una orden cuando ella podía haber tomado la comodidad de una vida rodeada de hijos y nietos.
En ellas, casi en cualquier santo también, podemos ver lo intrincado y misterioso, y por eso bello, de la voluntad de Dios.