Quisiera compartir algunas ‘perlas‘ que hoy me he encontrado orando con las lecturas del Domingo, el Tercero de esta Cuaresma (2023).

Si has leído o escuchado las lecturas, esto te lo puedes saltar:

Recuerdo brevemente que la Primera Lectura nos habla del suceso de Masá y Meribá, donde el pueblo sediento fue colmado de agua por voluntad de Dios a través de una roca (Ex 17, 3-7). El Salmo (94), invitatorio de los laudes de las mañanas, nos invita a no endurecer el corazón, sino más bien a reconocer que Dios es «nuestro» y nosotros «suyos» y vivir de esa promesa. La Segunda Lectura (Rm 5, 1-2. 5-8) nos describe el amor de Dios, que se adelanta a nuestro pecado, sin merecimiento por nuestra parte. Por último, el Evangelio (Jn 4, 5-42) nos introduce en el diálogo entre Jesús y la samaritana, en el que ella y su pueblo descubren que Jesús es el Salvador, a la par que los discípulos aprenden que la Voluntad de Dios es salvar a todos, amigos o enemigos, y que Jesús les envía, no ha salvar al mundo (de eso se encarga Dios con su Gracia), sino a recoger los frutos de la acción de la Gracia Divina en los hombres. No se trata, por tanto, de imponer normas, sino de levantar los ojos y contemplar quiénes están listos para ser segados, recogidos y guardados en el corazón de la Iglesia.

Como son pasajes de los que probablemente hemos escuchado innumerables homilías o predicaciones, he preferido simplemente adentrarme con el Señor en el texto hebreo, deteniéndome en algunas de las palabras de la Primera Lectura, para relacionarlas con las otras dos lecturas que nos regala la Iglesia este Domingo.

Comienza la Primera Lectura diciendo (Ex 17, 3): Vayyitzmá sham ha’ám lamáyim («y tuvo sed allí el pueblo de agua»), vayyálen ha’ám ‘al-Mosé («y se detuvo/alzó el pueblo contra Moisés»). Vayyómer (Y dijo:) lammá zzé ¿Por qué esto?«) he’elitánu mimmitzrayím lehamít ‘otí (Nos has subido de Egipto para matar a nosotros) ve’et-banái ve’et-miqnái battzamá («y a nuestros hijos y nuestros ganados/adquisiciones, por la sed»).

La Lectura nos presenta al pueblo de Israel que, tras caminar siguiendo a Moisés, han llegado a un estado de extenuación. Israel se encuentra en ‘estado de tzamá, es decir, estaban sedientos; o, más concretamente, ‘anhelaban por agua’.

A mí me gusta mucho el hebreo pictográfico porque refleja muy bien la esencia de las palabras hebreas que usa la Sagrada Escritura. Vamos a profundizar un poco en la palabra tzamá, ¡acompañadme!:

Pic 1: Pictografía del verbo tzamá («tener sed»).

La palabra tzamá («tener sed»), que os pongo en la imagen (ver: Pic 1), nos habla de un pueblo que, interiormente, ‘está en camino hacia aguas fuertes, poderosas’, capaces de calmar su sed. La letra Tzade, con la que comienza la palabra, representa un camino tortuoso, pero también a un hombre descansando. El pueblo está ‘buscando descansar en aguas poderosas’, capaces de saciar la sed de todos los presentes (no sólo de unos cuantos). Debían ser inmensas, suficientes para toda aquella multitud de hebreos.

Este ‘estado de búsqueda’ nos ayuda a enlazar la Primera Lectura con el Evangelio, en el que nos encontramos a una mujer que también se encuentra en ‘estado de tzamá.

Han pasado muchos siglos entre la escena de la Primera Lectura y la del Evangelio, pero la Palabra nos lleva a comprender que Israel y la Samaritana son la misma mujer. Israel, esposa del Señor, rescatada de la esclavitud de Egipto, se ha convertido, con el paso de los siglos, en Samaritana, una mujer desposada con otro ‘marido’: Ba’ál (esta es la palabra literal que usa Jesús, significa «dueño, marido, señor, dios»), para saciar su sed.

Jesús desglosará los cinco aspectos del ba’al de la samaritana, aludiendo a los pueblos (Babilonia, Kutá, Avvá, Jamát y Sefarvayím) con los que se mezclaron los samaritanos en el Exilio, tras la invasión asiria (2Re 17, 24ss). Sus nombres, respectivamente significan: Confusión (Babel), Abrasar (Kutá), Ruina (Avvá), Encerrar (Jamát) y Llevar la cuenta (Sefarvayím). ¿Te has mezclado tú con alguno de estos pueblos? La mejor forma de comprobarlo es viendo los cultos que introdujeron estos pueblos en Samaría. Os los pongo en el mismo orden: Babilonia introdujo el culto a las Sucót Benót (lit. «tiendas de prostitución») que concedían Dinero y Placer; Kutá, al dios Nergal (lit. «príncipe de fuego»), para mantener la Salud y ganar sus Guerras; Avvá, a la diosa Asimá (lit. «cabra sin pelo», de la raíz ‘ashmah: Culpa, Delito); Jamát, al dios perro Nibjáz (lit. «que ladra», provocando Miedo, Inseguridad) y al dios de las tinieblas Tartáq, cuya derivación nos lleva a las palabras Esfuerzo y Autojustificación; por último, las gentes de Sefarvayím introdujeron el culto a Adramélej (lit. «gran rey»), la Apariencia y a Anamélej (lit. «rey afligido»), el Victimismo.

Pasa de nuevo por estos ‘dioses’ y pregúntate: ¿estoy esclavo de alguno de estos baáles? Yo sí, y eso ¡es una buena noticia! Porque quiere decir que este Domingo, tú como yo, estamos dentro de este Evangelio, ¡somos la samaritana! Puede que incluso, como lo hizo ella, a lo largo del diálogo con Jesús durante la semana, te des cuenta de que, en realidad, ‘no tienes marido’, lo cual es cierto, pues, a pesar de estar rindiendo culto a estos baales internos, te sientes solo, vacío, sin vida… ¡no te asustes! ¡No te escandalices! Igual que fue Dios quien condujo al pueblo al Horeb, llevándoles hasta la extenuación; ahora es Jesús quien te está llevando a la montaña de este Tercer Domingo de Cuaresma, para ayudarte a descubrir que tienes mucha sed, que estás en ‘estado de tzamá.

Sigamos profundizando, ¡sígueme!

Los hebreos no tienen caracteres numéricos, utilizan las propias letras de su alefato para representarlos. Por eso, si cambiamos las letras hebreas de tzamá (צמא) por el valor que representan, tendremos: 1+30+100= 131. Si escribimos ese número, de nuevo, con letras hebreas, tenemos que usar las que os pongo en la siguiente imagen.

Pic 2: Pictografía de las letras hebreas קלא.

Estas nuevas letras nos ayudan a comprender la función que está realizando la sed que sentimos (y que tenía Israel y la Samaritana), hacia la cual nos ha llevado Dios/Jesús. Lammá zzé («¿Por qué esto?»), se preguntaba Israel. ¿Por qué Dios nos ha traído hasta aquí, extenuados por la sed, hasta un lugar en el que no hay absolutamente nada? ¿Por qué tengo que volver todos los días al pozo a por agua, con el calor de la hora sexta azotándome en el cuello? ¿Por qué tengo que pasar por esto en mi casa, en mi familia, con mis hijos, en mi trabajo? ¿Por qué tengo que estar en paro o sufrir esta o aquella enfermedad? ¿Por qué no puedo evitar que este ser querido se me muera? ¿Por qué esto? ¡Por qué esto!

El Señor quiere hacerte crecer recto, sano, para que puedas alcanzarle, llegar hasta Él. Para ello, te enseña, te muestra su vara, su cayado, su enseñanza. Por eso le dirá a Moisés que use la ‘vara’ (con la que abrió el Mar Rojo) contra la roca del Horeb. Piensa en el tallo de una planta: si quieres que crezca recto, debes amarrarlo a una vara, para ir corrigiendo su rumbo. De lo contrario, se torcerá sobre su propio peso y sus hojas no quedarán bien dispuestas para recibir toda la luz solar y el agua de la lluvia que debieran.

Otra particularidad es que, si al sumar las letras de tzamá nos dio 131 (קלא), al volver a sumar 131, nos dará 5 (1+3+1). La sed (tzamá) tiene la función de hacer que nos apoyemos en Dios, que nos levantemos hacia Él; para ello, la sed pondrá al descubierto los cinco maridos/baales’ de los que estamos esclavos, como la samaritana. No para acusarnos, ¡eh! (el valor 5, en hebreo, se escribe con la letra He, cuyo significado pictográfico es: Vida, Espíritu, Gracia, Existencia). Dios quiere destapar los cinco baales a los que estás rindiendo culto por dos razones: la primera, para hacerte ver que lo que buscas en ellos es la Vida Plena, la Felicidad, es decir, buscas a Dios; la segunda, para hacerte experimentar que Él es capaz de vencer a tus cinco baales de un sólo plumazo, y saciar, con su Espíritu (letra He), todo aquello en lo que tú y yo tratamos de saciar nuestra sed, sin lograrlo nunca.

¿No os mola esto? ¿No os parece alucinante? Dios conduce a Israel hasta un ‘estado de tzamá ¡por el inmenso amor que le tiene! ¡Porque quiere hacer que su hijo Israel (o su esposa) crezca recto, sano, dispuesto a recibir todas las gracias que Su Padre va le a derramar desde cielo! (sol y lluvia) ¡Para hacernos experimentar el inmenso poder que tiene Dios, capaz de vencer a nuestros baales en cualquier momento en que caigamos esclavos de ellos! Para ello, es necesario que Israel experimente su propia debilidad, su incapacidad para saciar su propia sed, su desconfianza, su deseo de volver a Egipto constantemente. Pero, lo más importante es que Israel experimente que su debilidad no es un obstáculo para que Dios obre en medio de él. Él es Yahvé (¡Él es! ¡Él está! ¡Él existe!), el gran «Yo Soy» que repetirá constantemente, a lo largo y ancho de toda la Escritura: «Yo soy junto a ti», «Yo soy contigo», «No temas ni te acobardes, Yo jamás te dejaré ni abandonaré!». ¡Israel somos tú y yo! ¡Estas palabras son para ti y para mí!

Cierto que la fidelidad de Dios no evitará que Israel sufra las consecuencias de sus propios pecados. Los pecados afectan a Israel, no a Dios. Él sigue estando, sigue actuando, sigue amando a su pueblo. Si tu hijo pone la mano en el fuego y se quema la piel, seguirás siendo su padre o madre, le seguirás queriendo igual. Pero, dependiendo de la gravedad, tal vez el resto de su vida quede condicionada por la lesión que se provocó a sí mismo. Tú le seguirás queriendo, ayudándole a crecer y desarrollarse para que se convierta en un chico sanote, fuerte, sabio, amado, etc. Debemos pasar por las consecuencias de nuestros pecados, pero ¡nunca solos! Dios Padre, en Jesús, estará siempre con nosotros. Dios, el Humilde, se inclinará siempre hacia Israel, haciendo brotar para ellos agua de una roca partida.

Vehikíta battzúr («Golpea la roca»), veyatzú mimménu máyim («y brotará de ella agua»), veshatá ha’ám («y beberá el pueblo»), le dice a Moisés.

¡El hebreo es increíble! Debéis ver la pictografía de estos tres verbos hebreos («golpear», «salir», «beber») para entenderme y alucinar conmigo:

Pic 3: Pictografía del verbo najá («golpear»).

Las letras del verbo najá («golpear»): nun (hijo), kaf (apertura) y he (vida), ¡nos están anunciando a Jesús! Nos dicen que debemos golpear a Jesús hasta partirlo, hasta abrirlo de par en par, para que de Él salga la Vida, el Espíritu que necesitamos. «Él es la Roca», afirmaba el Salmo Responsorial. Jesús es la Roca que debemos golpear con nuestra vara, ¡con nuestra cruz! Hasta partirla por la mitad. Sólo entonces, de su interior, será «derramado el amor de Dios por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado», como afirmaba San Pablo en la Segunda Lectura. Este amor no es un simple sentimiendo de ‘ser afectivamente querido’, sino una profunda experiencia, un choque entre dos corazones, el de Dios y el nuestro. Aquel que ha experimentado el amor de Dios me entenderá. Se trata de un conocimiento profundo de que «aun siendo impíos, pecadores, Él se entregó por nosotros» y al hacerlo «nos justificó» totalmente, de manera que desde entonces «estamos en paz con Dios».

Pic 4: Según la tradición hebrea, es la Roca del Horeb que Moisés golpeó con su cayado, y de la que surgió el agua para saciar a todo el pueblo de Israel.

Pero, claro, hay que ‘golpear la Roca’. Y ¿qué significa esto sino permitir que nuestros pecados maten a Jesús? Cierto que Jesús no necesita tu permiso para morir por ti, pero tú sí necesitas permitirte a ti mismo comprender que nada puedes justificar delante de la Cruz de Jesús. Ante ella, todas tus palabras y tus obras, son enmudecidas. No puedes justificarte a ti mismo. Sólo puedes caer de rodillas y rendirte ante la gratuidad de Dios Padre que te ha perdonado en Jesús, sin tu intervención.

Igual estás pensando: ‘¿Cómo voy a golpear a Jesús? ¿Cómo podría yo a hacerle daño?’ Sin embargo, en la Eucaristía, Jesús nos ofrece su Carne partida en el Altar, para ser masticada, machacada por nuestros dientes, triturada por nuestros pecados, y es que ¡desea ser triturado por ti! Jesús arde en deseos de ser consumido por ti, de ser bautizado en el fuego del holocausto de la cruz. Así lo quiere Su Padre. Es la única forma de restaurar tu condición de Hijo de Dios, de convencerte de que eres Amado de Dios gratuitamente, sin pagar nada a cambio y, de esta forma, aplastar la cabeza, la raíz del poder de la Serpiente sobre ti: tu fe en la mentira de que Dios, en realidad, no te ama, te oculta algo; y que es la raíz de todos nuestros pecados y la causa por la que no podemos dejar de pecar.

En la próxima Eucaristía, cuando vayas a comulgar, ten esto presente: Jesús desea ser machacado por ti, desea que exprimas hasta la última gota de Su saciante Sangre y Agua de su Cuerpo consagrado.

Pic 5: Pictografía del verbo yatzá («ir fuera»).

Después de ‘golpear’, Dios afirma a Moisés «y brotará/saldrá». El verbo usado: yatzá («ir fuera») nos deja entrever qué es lo que brotará tras golpear la Roca (Pic 5). Literalmente, agua, claro. Pero, si el Salmo nos dice que la Roca es Jesucristo, ¿de qué agua nos está hablando? Del agua del Bautismo, cuyo poder nos concede el don la Justificación Divina, nos lleva hacia Dios, nos pone en camino hacia Él (‘justificación’ es lo mismo que ‘perdón de los pecados’, ‘redención’, ‘santificación’). ¿No es maravilloso? Un poder que no se agota, del que hay suficiente para todos. ¡Todos los seres humanos, de todas las generaciones, presentes, pasadas y futuras, podrán beber de Él hasta saciarse!

Pic 6: Pictografía del verbo shatá («beber»).

Por último, Dios le dice a Moisés: «y beberá el pueblo». El verbo es shatá («beber»), cuyas letras (Pic 6) nos muestran unos dientes o fuego (letra Shin), una alianza o cruz (letra Tav) y la vida o Espíritu (letra He). La letra Shin nos habla de aplastar, de machacar (dientes), de consumir, purificar (fuego) algo. La letra Tav representa un pacto, la señal (en forma de cruz) de un encuentro entre dos personas. Era también la forma de ‘sellar, completar’ un pacto, contrato o acuerdo. ¡Es el culmen de lo que veníamos viendo anteriormente!

‘Beber de la Roca’ es consumir completamente, asumir el perdón, la purificación alcanzada por Jesucristo en la cruz. Dejar que Jesús muera por tus pecados y por los míos. Esto no es tan fácil como decirlo. Tú y yo tratamos de autojustificar nuestros pecados o, lo que es lo mismo, pagar nosotros el precio de los mismos. Y caemos nuevamente bajo el poder de los dioses Culpa y Victimismo (entre otros).

Hoy es Jesús quien se ofrece por ti, y no quiere nada a cambio. No quiere que le pagues nada. Sólo que disfrutes de Él, vivas de Él, sacies tu sed en Él, en su Misericordia… Antes bien, es Él quien te promete, a través de la samaritana, que va a convertirte, en ‘fuente de agua’. El griego del NT dice, literalmente: «Mas el agua yo le doy llegará a ser en él fuente de agua que borbotea hacia/desde el interior de la Vida Eterna» (ἀλλὰ τὸ ὕδωρ ὃ δώσω αὐτῷ γενήσεται ἐν αὐτῷ πηγὴ ὕδατος ἁλλομένου εἰς ζωὴν αἰώνιον). La preposición griega ‘εἰς‘ denota un canal desde el que llega o por medio del que se llega a, en este caso, ‘ζωὴν αἰώνιον‘ (Vida Eterna).

Pic 7: Piscina para miqvé de la sinagoga de Besalú (Girona, España).

¿Conoces la palabra hebrea miqvé? ¿Sabes en qué consiste? El miqvé es un ‘baño ritual’ de purificación hebrea (Pic 7). No es un baño como los nuestros, que nos metemos en la bañera o ducha y nos lavamos con agua. Para que pueda ser considerado miqvé, el agua usada debe ser ‘agua viva’. Para ello, debe tratarse de agua que brota de la tierra (como un manantial, por ejemplo) y que se mezcla con la que cae del cielo (lluvia). Debe cumplir otro requisito, sumamente importante: no debe haber sido manipulada por las manos del hombre (para que te hagas una idea: con el agua de la ducha o bañera no podrás hacer miqvé, pues ha sido manipulada por el hombre. Aun más, si hicieras una pequeña piscina y, con un cubo, la rellenaras de ‘agua viva’ de un manantial, ya no podrías hacer miqvé, porque metiste tu propio esfuerzo para transportar y manipular el agua).

Pic 8: Piscina individual en la que se recoje el agua del manantial que Ntra. Sra. de Loudes mostró a Santa Bernardette. En ella se bañan los peregrinos. Hay documentadas muchas sanaciones físicas y milagros por un comité científico que se encuentra en el lugar.

Y ¿cómo se hace el miqvé? Para que sea válido, la persona debe sumergirse por completo, tres veces, en estas ‘aguas vivas’. Debe estar totalmente desnudo. Ninguna prenda debe interponerse entre el agua y la piel. Al hacerlo, la persona queda ‘purificada’ y esta purificación se podrá manifestar de diferentes formas, entre las que se incluye tanto la sanación física como la liberación espiritual. Un ejemplo de miqvé católica lo tenemos en Lourdes (Pic 8), donde unas piscinas se llenan por sí solas del agua de un manantial que mostró la Madre a Santa Bernardette (podemos manipular la tierra, creando surcos o conductos, a través de los que descienda el agua. Lo que no podemos es manipular el agua). El Bautismo que realizaba Juan y del que nace nuestro Bautismo cristiano (en el que también nos sumergimos tres veces), era una miqvé en toda regla, un ‘baño ritual’.

Al entrar Jesús en él, convirtió el miqvé de Juan (al que era necesario volver una y otra vez) en un miqvé eterno, pleno, único, que purifica, justifica de una vez para siempre. Jesús se convirtió en miqvé de justificación para todos nosotros (su naturaleza humana brotó de la tierra sin intervención del hombre, su naturaleza divina descendió del cielo).

Ahora bien, para que Jesús nos purifique plenamente, para que haga miqvé con nosotros, es necesario otro requisito: que no añadamos nuestra intervención, nuestro esfuerzo, nuestras obras autojustificadoras. En la Cruz de Jesús, o nos sumergimos completamente desnudos, renunciando a nuestros propios esfuerzos y obras de autojustificación, o no habrá miqvé verdadero. Lo convertiremos en una caricatura, en una simple imitación de los ‘baños rituales’ de las otras religiones o creencias.

La Samaritana entró desnuda al miqvé que le ofreció Jesús en aquel pozo. Lo sabemos porque, cuando llega al pueblo dice: «venid a ver a uno que me ha dicho todo lo que he hecho«. La samaritana se había dejado escrutar por Jesús, no le había ocultado nada de su propia vida, no se había reservado nada para ella misma: «pues todo es desnudo y al descubierto a los ojos de Él, al que damos cuentas» (πάντα δὲ γυμνὰ καὶ τετραχηλισμένα τοῖς ὀφθαλμοῖς αὐτου, πρὸς ὃ ἡμῖν ὁ λόγος), Hb 4, 13.

Al permitir que Jesús haga miqvé con nosotros, sin añadir nuestro propio esfuerzo u obras autojustificantes, Él nos convertirá en maqór, ‘fuentes de agua viva’, que brotan del interior de la Vida misma de Dios, la Vida Eterna, capaces de llevarnos a la Vida y de darnos la Vida.

Dios llevó a Israel ante el Horeb.

Jesús llevó a la Samaritana ante el pozo de Jacob.

La Iglesia te está llevando a ti ante el Tercer Domingo de Cuaresma.

¿Para qué? Para que te presentes desnudo de tus obras delante Jesucristo y te dejes sumergir tres veces (es decir, perfectamente) en las ‘aguas vivas’ de su Justicia, que perdona tus pecados gratuitamente. De esta forma, te convertiras en ‘fuente de agua viva’ para tus familiares, vecinos, amigos, hermanos de la parroquia, grupo o comunidad, conocidos… por medio de la cual, ellos podrán saciar la sed de sus pecados, recibiendo, de tu interior, la justificación constante que tú recibes del interior de la Vida Eterna de Dios.

No se trata de méritos, no se trata de esfuerzo ni de obras… se trata de experimentar gratuitamente la profundidad del amor, de la justificación que Jesús te ha dado por voluntad de Su Padre, a través de la Cruz.

¡No te escandalices de ti mismo! ¡Golpea a Jesús, tu Roca! ¡Bebe de Él! ¡Déjate sumergir tres veces! ¡No añadas tus obras! Y te convertiras en maqór Yeshúa, en una ‘fuente de Jesús’, en una ‘fuente de Salvación’ para todos los que te rodean.

«Id pues y haced discípulos a todas las gentes. Sumergiéndolas (bautizándolas) en el nombre (en el interior) del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Mateo 28, 19

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