Margarita de Austria, esposa de Felipe III, era un poco envidiosilla. Y además se aburría enormemente.
Su tía-abuela Juana de Portugal, unos años atrás, había levantado, porque ella lo valía, un monasterio en el mismo lugar donde había nacido. Quería pasar los últimos años de su vida rodeada de clarisas y ser sepultada en la misma habitación donde su madre la emperatriz la había parido.
Cada uno tiene sus manías.
Margarita pues no es que quiera irse a vivir con unas monjas ni nada pero sí que por lo que fuera le entró el gusanillo de hacer obras cerca del antiguo Alcázar y construyó lo que hoy llamamos el Real Monasterio de la Encarnación, allá por 1611.
Todo esto para llegar al santo de hoy: San Pantaleón.
Porque hoy, si queréis, y aunque no sé cómo está la cosa con el Covid, se puede presenciar un fenómeno que ocurre todos los años desde que una reliquia de nuestro santo llegó al monasterio.
Hoy, si todo va bien, se licuará la sangre de San Pantaleón. Es decir, la sangre conservada en este monasterio, que es parduzca y que no parece ni sangre, que está en un relicario tras el altar mayor, se tornará líquida.
Yo fui un año a verlo y lo vi en una pantalla que habían puesto fuera porque había tanta gente que no se podía acceder a la iglesia.
Y es que San Pantaleón no fue cualquiera.
Había nacido en Nicomedia, actual Turquía, y tras estudiar filosofía y retórica se dijo: «bueno, ahora a trabajar como médico».
La vida antes era más sencilla. No voy a decir que mejor, pero sí más sencilla.
Así que médico fue. Y qué médico. Nada más y nada menos que médico del emperador Galerio Maximiano.
La vida en la corte era, como os podéis imaginar, y siendo fino, un poco (bastante) disoluta. No lo he dicho pero los padres de Pantaleón eran cristianos de pura cepa y su hijo pues también, que no era de decepcionar a los padres nuestro santo.
La cosa es que con Maximiano la idolatría era lo que se estilaba. Así que Pantaleón, con un par, apostató de su fe cristiana.
Menos mal que Pantaleón tenía un amigo que se llamaba Hermolaos que le empezó de nuevo a llevar por el buen camino y le contaba lo que hacía Maximiano con los cristianos y cuando Maximiano ya no estuvo lo que hacía Diocleciano, que era todavía peor.
«Les mata Pantaleón, les mata y les tortura por placer, ha comenzado por la zona una persecución, trabajas para los malos».
Las palabras de Hermolaos surtieron efecto y Pantaleón abandonó su trabajo oficial y hacía sus servicios como médico gratis, a quien se lo pidiera, especialmente entre los pobres, a los que distribuyó sus riquezas atesoradas todos esos años al servicio del emperador.
Imaginaos lo que hizo multiplicar por la zona el número de los cristianos.
En fin, como siempre, en toda historia, hay un envidiosete (en este caso varios) que se chivaron de toda esta actividad. Eran los que habían sido sus compañeros médicos, que claro, veían esto de la gratuidad un poco regular.
«Con lo que tú has sido Pantaleón, que eras carero y agarrao como tú solo, y ahora todo gratis, y diciendo no sé qué de un Cristo. Vuelve al redil».
Pero Pantaleón siguió con su nueva misión y por ello fue denunciado y llevado delante del emperador para que viera este lo que era imposible de creer.
«A ver, Pantaleón, déjate de zarandajas que te han comido el tarro, apostata otra vez y aquí no ha pasado nada» le dijo Diocleciano con su suavidad habitual.
Pantaleón lo que hizo fue curar a un paralítico delante de todos, por gracia divina, lo que enfureció mucho a los presentes que en el acto le declararon reo de muerte.
Tras intentar matarle de seis maneras diferentes Pantaleón dejó que le decapitasen y de la sangre que brotó de su cuerpo floreció un tocón de olivo seco que estaba por ahí muerto.
Por ello siempre se le representa como en la imagen de la cabecera de la entrada con una varilla de olivo con forma de escalpelo (o bisturí) por su fama de médico de los buenos.
¿Qué de dónde viene esta historia tan estupenda y tan bien documentada? ¿Cómo sabemos que no es tontería ni leyenda sin más?
Pues porque los británicos conservan un manuscrito sirio del S. VI en Londres (expoliado, como tantas otras cosas que han expoliado) donde se da cuenta de toda la vida de este formidable santo del inicio del S. IV.
Por mí lo dejo por hoy.