David Salaverría El primer Papa africano de la historia de la Iglesia se llamaba Víctor y se dice que era amigo del emperador Cómodo cuando el S. II tocaba a su fin.
Y digo primer papa africano porque no es el único: después de él hubo otros dos: San Melquíades (311-314) y San Gelasio I (492-496). Tres de tres en papas santos para el continente africano, superad eso.
El por qué Cómodo trató bien a los cristianos se debe a un motivo, uno antiquísimo y que rige las decisiones de siempre en el hombre: una mujer.
Cómodo tenía una concubina llamada Marcia que era cristiana y que le presentó al papa Víctor al emperador. Un día Marcia le dijo a Víctor que le diese una lista de cristianos deportados o en trabajos forzados y el papa se la dio.
Cómodo liberó a todos los de la lista sin hacer preguntas incómodas y uno de esa lista, Calixto, sería futuro papa y santo y tiene unas catacumbas en Roma que da gloria verlas.
Pero no nos desviemos.
San Víctor I, papa, tiene mucha miga él solito.
No lo tuvo fácil porque lo mismo que os digo que no hubo persecuciones durante aquellos años tuvo que lidiar con movidas internas que le llegaban a sus oídos desde oriente.
Y es que cuando no tienes un enemigo claro enfrente pues empiezas a liarla con tus propias cosas y empiezas a discutir el por qué de tal o cuál tema.
Por ejemplo, Víctor está en Roma y le comentan: «Su Santidad, en las iglesias de oriente no salen de hablar en griego, no aprenden latín ni para atrás, algo habrá que hacer».
Así que Víctor será el primer papa que dirá que el idioma oficial de la Iglesia de Roma, la buena, la fetén, será el latín.
Esto en las iglesias orientales pues se vio un poco mal, empezaron a salir fanfarrones a propagar ideas bastante locas sobre todo tipo de ritos y doctrinas a su bola.
Condenó a Teodoto, banquero de profesión, que enseñaba que Melquisedec era superior a Jesucristo; a Montano y sus secuaces, a Praxeas, que decía por las esquinas de Roma que Dios Padre también había padecido la pasión de Jesucristo; a Taciano, Marción, Valentín y Saturnino, encratitas perdidos, que condenaban como ilícito el matrimonio.
Tuvo trabajo el hombre, y eso sin entrar en profundidad.
Pero por lo que se le recuerda a este papa sobre todo es por fijar cuando se debía celebrar la Pascua para los cristianos.
Víctor, que tenía como plan unificar como fuera a todas las iglesias porque veía que había muchos pirados por todos lados, vio que todos los cristianos debían celebrar Pascua el mismo día. Impuso para ello que fuera el primer domingo tras el 14 de Nisán, porque lo suyo es que los cristianos celebren las cosas importantes un domingo y no cualquier día de la semana sin ton ni son.
Eso para empezar.
No sabía en el lío en el que se estaba metiendo.
Los orientales decían que celebrar el mismo día que los judíos, cayera cuando cayera, era una cosa que hacían los apóstoles y que patatín y patatán. Que de ahí no se movían.
No hubo tortas pero poco faltó. Al borde del cisma estuvimos ya en el S. II.
Hasta Ireneo de Lyon tuvo que enviar una carta al papa diciéndole que rebajara las tensiones porque amenazó con la excomunión a quien no celebrara Pascua el domingo que había decretado.
«Dales un tiempo para que lo asimilen Víctor, no seas tan así, que se puede armar una muy gorda» le vino a decir el futuro San Ireneo.
Al final Víctor tuvo que tirar de diplomacia aunque su idea, con el tiempo, caló.
De hecho es por esa idea que hoy celebramos la Pascua cuando la celebramos, así que un saludo al papa San Víctor que si no todavía nos veía un martes de madrugada dale que te pego con el Aleluya.