«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada»
Lucas 10, 42
Que levante la mano la «marta» a la que no le han recordado alguna vez este pasaje del evangelio.
Betania, según el evangelista Juan, distaba quince estadios de Jerusalén y fue un sitio que Jesucristo elige para cosas importantes.
Hoy día se llama al Azariyeh y es una ciudad árabe que alberga la que se cree que fue tumba de Lázaro. Porque si hay algún despistado fue en Betania donde Jesús resucitó a Lázaro, hermano de Marta, nuestra santa de hoy.
En Betania también Jesús es ungido con aceites carísimos en casa de Simón el fariseo por parte, se cree, que de María (la hermana de Marta). Y según Lucas, cerca de Betania es desde donde ascendió Cristo. A tiro de piedra también está el río Jordán, lugar donde Juan bautizaba con agua y enseñaba en taparrabos y entre tapa y tapa de saltamonte que era era el precursor…
En fin, era un lugar de paso donde pasaron cosas bastante importantes para todo cristiano, no extraña que el significado de su nombre sea en arameo «casa de frutos» y en griego «casa de aflicción».
Pues bien, en este lugar era donde Marta se afanaba como buena judía en la hospitalidad con sus visitantes, y ya si era Jesús pues es que no podía faltar nada.
Por la mañana repasó la lista. «El mejor pescado, los mejores cuencos de barro y un buen vino. Quitar este polvo infame que se mete por todos lados. Poner el mantel de lino y preparar el agua para lavar los pies a nuestro amigo… A ver si mi hermana me puede echar una mano».
Pero su hermana tenía otro plan. Otro plan mejor, visto lo visto.
Y es que Marta era mucha Marta. Su nombre significa «señora» pero también «hija» y, vaya, no creo que muchos nombres puedan competir con tales significados.
Hay una leyenda que surgió en la provenza francesa que cuenta que los tres hermanos, Marta, María y Lázaro, fueron por esa zona a predicar.
A mí no me digáis, decídselo a Jacopo della Voragine que escribió sobre el tema en la Leyenda Áurea.
A ver cómo os lo cuento: llegan a Tarascón, un pueblo que estaba aterrorizado porque un bicho (al que llamaremos Tarasca) les tenía fritos porque se comía ovejas, vacas y lo que pillara. También campesinos, of course. No nos engañemos, la Tarasca era el demoño. Sin más adornos. Allí vivía, a orillas del Ródano, entre Arles y Avignon. Les contaron el tema a los hermanos y Marta, una noche, se escapó rezando a enfrentarse a la Tarasca. Llevaba una cosa. Cuando vio a la bicha se asustó un poco porque era fea como ella sola pero se quedó mirándola a los ojitos con ganas de bronca. La Tarasca se acercó dispuesta a devorarla pero en ese momento sacó un frasquito de agua bendita del Jordán y amansó a la fiera. Marta se llevó como si fuera un pequinés a la Tarasca y cuando llegó al pueblo se la mostró a las gentes que como buenos cristianos recién convertidos molieron a palos a la bestia (recordemos que es el demoño malvado).
En la Provenza es pura veneración lo que se siente por Santa Marta derivada de esta historieta.
De hecho, en el mismo Tarascón, hay una colegiata real con el nombre de Santa Marta que es joyita del Románico francés.
Pero dejemos las cosas claras. Aquí en España tenemos una iglesita en la provincia de Zamora que para mí supera lo que hay en la Provenza, al menos en lo concerniente a Santa Marta.
Está a la orilla de un río que no es ni el Jordán ni el Ródano. Es el Tera. Y tiene un capitel tan extraordinario que los días de equinoccio de primavera y de otoño la luz solar lo ilumina con esmero. Es la iglesia de Santa Marta de Tera.
Es un capitel que representa a Santa Marta, como alma salvada y que ha dado fruto y la luz produce una emoción bastante peculiar. Si vais un día a verlo, id con tiempo, que hay mucho curioso.
Así que sí. Con esto yo creo que ya está el día echado. Al final, «Marta» somos todos, o quizá unos más que otros y necesitamos de la luz para dar el fruto que nos han prometido que daremos.