«Sor Teresa Benedicta de la Cruz es una síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios»
San Juan Pablo II con ocasión de la beatificación de Edith Stein en Colonia, el 1 de mayo de 1987.
La vida de Edith Stein es una vida que no parece real.
Ella misma escribirá: «Lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y presenta una coherencia perfectamente ensamblada».
Osea, que mientras vivía, ni ella misma se creía del todo lo que le estaba pasando.
Es normal, probablemente haya sido una de las mujeres más importantes de todo el S. XX. De eso no eres consciente así como así.
En Breslavia hubo una comunidad muy grande de judíos y Edith nació en 1891 un día que su familia celebraba el Yom Kippur (día de la expiación) pero la muerte de su padre tempranamente y la entrada posterior en la universidad hicieron, según sus propias palabras, que dejara de rezar a ningún Dios.
Como ahora, eso era la moda de la época entre los guays de las facultades centroeuropeas.
Edith se hizo activista feminista y destacó en el estudio de la filosofía sacando unas notazas que maravillaron a sus maestros, que rápidamente la captaron para que les ayudara en sus investigaciones.
No sé si os suena el nombre de Husserl (padre de la fenomenología) pero este tipo tan importante, un genio, la cogió como ayudante sabiendo que Edith Stein, algún día, le superaría.
Para mí que ya le daba cien vueltas de joven pero no me hagáis mucho caso.
De todos modos todo se truncó porque al empezar la I Guerra Mundial nuestra filósofa se mete en el cuerpo de enfermería del glorioso ejército alemán para experimentar lo que era la guerra más grande que había existido. Entre medias se doctoró con la calificación de summa cum laude.
Ocho millones de alemanes entre soldados y civiles morirían en 4 años. Husserl se la llevó a Gotinga y allí conocería a dos personas que cambiarían su vida.
Se trataba de un matrimonio: Adolf Reinach y su esposa. Eran católicos recién convertidos y, la verdad, Stein no les hace ni caso de primeras pero Adolf de repente muere.
Ella acude a casa de la viuda para dar el pésame temiéndose un desfile de lágrimas y lamentos pero se encuentra una mujer entera, una verdadera creyente por lo que escribirá en sus diarios: «Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores… Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo».
Y a Edith cuando le daba por algo, le daba.
Les empieza a hablar a esos filósofos descreídos de todo esto y poco menos que se ríen de ella. «Fraulein Stein, ya está bien, que estamos en un templo de la sabiduría».
Entiende que para ser libre debe huir de esa influencia pero le deniegan ser profesora de la universidad por ser mujer así que vuelve a su tierra a leer a San Ignacio de Loyola, los evangelios y San Agustín.
En 1921 pasará unos días con otros amigos en la montaña y como no paraba encontró la autobiografía de Santa Teresa de Ávila y la devoró en una noche. «Esta es la Verdad» se dijo.
Al día siguiente pidió bautizarse, cosa que hará en 1922, con el nombre de Teresa.
Pero no quedó ahí el tema: Santa Teresa de Ávila era carmelita, ¿no? Pues a la nueva Edith-Teresa no le cabía duda que ella también tenía que ser carmelita.
La cosa no fue tan sencilla y la recomendaron que se diera un tiempo. Este tiempo no fue un vacío sino un período lleno de actividad: tradujo libremente a Santo Tomás, dio clases a niñas en un colegio, le contó a su madre su conversión al catolicismo y de paso convirtió a su hermana Rosa.
Imaginaos a la madre judía… Hedwig Conrad-Martius escribió: «mira, dos israelitas y en ninguna de ellas hay engaño».
En 1933, a la vez que el partido nazi asciende al poder democráticamente en Alemania, ella, y su hermana Rosa, reciben el permiso para ingresar en el convento carmelita de Colonia.
Allí adopta el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
En 1935 hace sus votos temporales, un año después muere su madre el mismo día que los renueva y en el 38 hace su profesión de votos perpetua haciendo suyo este lema de San Juan de la Cruz: YA SÓLO AMAR ES MI EJERCICIO.
Ese mismo año, a finales, Alemania invadirá su país, Polonia, sin que nadie en Europa oponga resistencia.
Para que luego nos quejemos de las circunstancias políticas en las que nos toca crecer o vivir.
La cosa se ha puesto fea en Alemania así que se decide que Sor Teresa Benedicta y su hermana se marchen a un convento de Holanda, en Echt.
La Gestapo seguía toda pista de judío que pudiese y, mecagüenlamar, se les daba de lujo. Hay que fastidiarse: no tenían bastante con haber creado los BMW o armas mortíferas. No. También fueron cazadores de personas la mar de eficientes.
En 1942, mientras escribía su última obra, un ensayo sobre San Juan de la Cruz por el 400 aniversario de su nacimiento, es detenida junto a su hermana y llevada en primera instancia a un campo de concentración holandés.
Pocos días después las trasladan a Auschwitz. «Ven, vayamos, por nuestro pueblo» son las palabras que la santa dedica a su hermana Rosa.
El 9 de agosto de 1942 las mandan a ducharse con otro montón de mujeres judías en un barracón pero en realidad las gasean a todas con ácido cianhídrico.
Tenía 51 años. Las cenizas son esparcidas por el bosque adyacente al campo de concentración y desaparecerán para siempre, como los de tantos.
Su ejemplo resucitará por medio de otro santo polaco: San Juan Pablo II.
Será beatificada en Colonia en 1987 con un antológico discurso del papa polaco: «una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo».
En 1998 es proclamada santa en la Plaza de San Pedro y a la vez co-patrona de Europa.
En 2006, un alemán, que en ese momento era papa dirá de ella: «Gracias a estas personas, que no estaban sujetas al poder del mal, y que ahora aparecen ante nosotros como luces en una noche oscura».
Benedicto XVI cuando se pone, como Edith Stein, se pone.
Luz en la noche oscura. ¿Se os ocurre algo mejor?