David Salaverría Hay mucho nivel de santos en agosto. Es una cosa descomunal.
Entre tanto gigante y giganta podemos descuidar a este señor burgalés de Caleruega y olvidar así que en Castilla, a nuestra manera, tuvimos un tipo que poco tuvo que envidiar a San Francisco de Asís.
Qué digo envidiar. ¡Qué eran amigos!
Dicen las crónicas que Domingo de pequeño ya parecía un anciano. En plan bien lo dicen. No sé yo. Lo cuentan porque no era de jugar con el resto y sí de leer y de aprender, también que no era de reírse. Un niño serio.
Su madre era devotísima (de hecho fue declarada beata: Beata Juana de Aza) y con 14 años y viendo que ya era buen mozo le mandó a estudiar a Palencia con un tío sacerdote. Lo dicho, un niño serio.
En Palencia Domingo no defraudó: estudio de todo en las que se llamaban Escuelas Catedralicias, que no eran sino el germen de la que fue la primitiva Universidad de Palencia, la más antigua de España.
Fue nombrado canónigo regular de la catedral de Burgo de Osma porque lo valía. Tenía 31 años y una carrera eclesiástica que prometía. Prometió mucho pero por otro camino diferente al que todos esperaban.
Lo que hizo Domingo es una cosa que igual a alguno le parece poca cosa y es posible que incluso alguien lo haya hecho de buena gana: vender todos sus libros y repartir el dinero entre los pobres. ¿A qué sí? ¿A que alguno lo ha hecho por wallapop?
Tened en cuenta lo que para él significó ese gesto: desprenderse de lo que más quería y por lo que había hecho los esfuerzos más grandes.
El tema es que lo hizo porque había hambruna en la zona y la gente pues se moría de hambre. Esto llegó a oídos de las altas esferas, al principio en plan escándalo («este Domingo, a ver dónde aprende ahora las cosas de un clérigo medieval») y luego en plan proeza.
Es por ello que ocurrirá una cosa que cambia su vida y es que debido a su fama el rey Alfonso VIII, una vez que pasa por Osma ya que estaba en tratamientos para casar a su hijo Fernando, le dice al obispo que ese sacerdote un poco raro y que apenas se ríe le acompañe siempre en modo secretario en sus viajes por Europa.
Europa estaba a punto de conocer a Santo Domingo de Guzmán.
Todos los viajes por Europa le dieron a Domingo la base para lo que sería: un monje predicador mendicante. Se estableció en la región francesa del Languedoc porque cuando iba de camino en uno de los viajes con el obispo de Osma se dio cuenta que en aquella zona la gente se comportaba de manera muy rara.
«¿Pero qué son estas barbaridades que suelta tan libremente la gente por estos lares?» se preguntó. Y se dispuso a hacer averiguaciones.
Se había encontrado de bruces con los cátaros.
Resumiendo: los cátaros estaban pallá. Mezclaban toda clase de influencia rara: maniqueísmo, agnosticismo, dualismo creador (Dios y Satán) y un ascetismo que rallaba lo extremo. Se les fue la pinza por el Languedoc cosa fina.
En la época de nuestro santo estaba la cosa tan fea que la Iglesia Católica estaba con la idea de mandar una cruzada a la zona porque ya estaba bien.
Domingo, que había fundado ya un monasterio de monjas en Prouille y estaba asentando las bases de su orden se propuso atraer de nuevo al redil a todo cátaro que pudiese. No era tarea fácil: gente que ni creía en la Encarnación y que te quemaba por ello no es gente de fácil trato.
Aún así lo intentó pero Inocencio III, en 1209, perdió la paciencia y ordenó la famosa Cruzada albigense donde se cargó a todo cátaro que encontró.
Domingo de toda esta experiencia no se vino abajo sino que usando sus influencias con las altas esferas convenció al papa Inocencio III de que era importante para que líos como el de los cátaros no pasaran, una orden que velara por las bases cristianas fetén y que las enseñara predicando por toda Europa y más allá.
Iba a nacer así la Orden de los predicadores, cuyos monjes son conocidos como los dominicos. Era 1216.
Siete años antes se había fundado la orden franciscana y, bueno, si tuviésemos más tiempo podríamos ver lo importante que fueron ambas órdenes. Y lo diferentes que eran también porque tuvieron unas movidas gordas. Movidas de pegarse.
Pero yo creo que Inocencio III no era consciente de la importancia de ese momento para la Iglesia. Yo creo que más bien pensaba que «a estos pesaos les apruebo la orden y que me dejen tranquilo que tengo lío y papeleo para enterrarles entre pergaminos».
La revolución que provocaron no la vio venir.
Aun así: bien por Inocencio, que todo el mundo le pone a parir.
Domingo siguió con sus viajes por Europa y sus planes para su orden y fundando monasterios por aquí y por allá pero tras un viaje por España, y establecido en Bolonia, se puso malito y murió repentinamente en 1221. Hoy hace exactamente 800 años pues.
Allí está enterrado. En una iglesia que lleva su nombre y metido en un sarcófago que hizo Nicola Pisano. ¿No sabéis quién fue Nicola Pisano? Haceos un favor y conocedle.
En 1231 se encargó que fueran los dominicos los que llevaran todo el tema de la Inquisición por su celo y lealtad a los papas por lo que se les conoció como dominis canes (perros del Señor). En 1234 hicieron ya santo a su fundador.
Su legado no se puede cuantificar.
Lo de su amistad con San Francisco, que igual os habéis quedado con el come-come.
Independientemente de que ambos fundadores hubieran renovado una Iglesia que estaba llena de problemas hay fuentes que nos indican un encuentro.
Santo Domingo había soñado que Dios iba a enviar un castigo al mundo porque todo estaba malfatal y entonces se puso a rezar a tope. En una de estas entra un mendigo y se acerca al santo, le abraza y le dice: «Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios». Este mendigo, como imaginaréis, era San Francisco.
Por esta tradición cada año sucede una cosa: los 8 de agosto, día de Santo Domingo, los franciscanos van a los monasterios dominicos a celebrar la fiesta juntos y estos, el 4 de octubre (día de San Francisco) les devuelven la visita.
Si luego se pegan o discuten por todo yo ya no sé.
Chesterton lo explica muy bien:
«San Francisco y Santo Domingo se alzan juntos en la historia por haber realizado la misma labor… En su propia tierra son como ‘gemelos celestiales’ que irradian la misma luz desde el cielo, pareciendo a veces ser dos santos en una misma aureola, así como otra orden retrató a la santa pobreza como dos caballeros sobre un mismo caballo«.