Que San Hipólito y San Ponciano hayan terminado compartiendo día en el martirologio no deja de ser uno de esas circunstancias que nos pueden hacer decir: «Dios es un poco caprichoso».
A mí me pasa.
Corrían unos tiempos confusos en la primera mitad del S. III.
La dinastía de los Severos se había venido abajo cuando Maximino el Tracio, un general que básicamente era un campesino, irrumpió con fuerza y propició que las legiones se sublevaran contra un chavalín llamado Alejandro Severo y su madre (que era la que cortaba el bacalao) y los mataran en algún lugar infesto de Germania.
El chavalín fue el último de su dinastía, que ya venía deteriorándose de antes porque para que Alejandro fuese proclamado emperador su madre tuvo que mediar en mitad del desenfreno en el que estaba inmersa Roma con Heliogábalo; un adolescente degenerado que se decía sacerdote de Helios y que prohibió el culto a Júpiter y al que mató su propia guardia pretoriana.
Los soldados siempre han visto muy mal la relajación de costumbres y decidieron encumbrar a ese campesino tracio (la Tracia digamos que es la Bulgaria de ahora), a Maximino, como emperador.
Los últimos Severos estaban un poco zumbaos pero habían respetado bastante a los cristianos por lo que estos vivían más o menos tranquilos.
A ver, tranquilos-tranquilos tampoco, se buscaban ellos mismos las cosquillas. Es una época donde surgen continuamente herejías que los papas intentan capear como pueden.
No era fácil porque de repente te venía una corriente subordinacionista de oriente y ponías a tu gente a estudiar si es que aquello se podía tolerar…
…que la mayor parte de las veces ya os digo yo que no. Por ejemplo, te venían Noeto y Sabelio con nosequé modalismo o trinitarismo o hablando del Logos y les tenías que mandar a paseo.
Esto le pasó al papa Ponciano.
Y le pasó, además con un tal Hipólito, un tipo misterioso y al que es difícil seguir la pista.
Se supone que San Ireneo fue su maestro, y que a San Ireneo le había enseñado San Policarpo, y que a San Policarpo le instruyó en Éfeso el apóstol San Juan.
Osea que venía con recomendaciones. El tema es que hizo dupla atacante con Orígenes predicando contra los monarquianistas (aseguraban que únicamente Dios era un solo Rey y no una pluralidad de personas) y diciendo que la Iglesia era muy blandita con los pecadores, que eso no podía ser.
Se pasaban de listos, sobre todo Hipólito, que debía ser de armas tomar.
La cosa es tan grave que hay un cisma porque muchos piensan que Hipólito tiene razón y es proclamado, por allá por Alejandría, como una especie de antipapa.
«La que has liaó Hipólito» le decían los obispos bastante cabreados porque a los pobres les obligaban a elegir y, jope, alguno no tenía ni idea.
Todas estas controversias le vienen todas juntas al papa Ponciano, al que hemos dejado algo olvidado.
Ponciano fue un hombre bueno que se dedicó a cosas de papa primitivo.
«Voy a ordenar los Salmos, que se rezan de cualquier manera». Y lo hacía.
«¿Por qué los sacerdotes no saludan de alguna manera a los fieles… ¿qué os parece Dóminus vobiscum (el Señor esté con vosotros)?». E instauraba ese saludo.
¿Pero cismas? ¿Antipapas? Ponciano esas cosas se las dejaba a otros y rezaba para que los alejados de la Iglesia volvieran al redil.
Por si fuera poco a Maximino el Tracio le dio por perseguir cristianos. La cosa se empezaba a ir de madre.
Hipólito, al ser hecho de aquella manera obispo de Roma pues todo el lío de la persecución le pilla en Roma haciendo sus cosas de antipapa.
Clarostá que Maximino no diferencia herejías ni líos. Era un hombre práctico Maximino que no supo nunca leer ni escribir. No le pidamos a un campesino guerrero del S. III que mide dosmetrosymedio que además de ser emperador sepa leer y escribir.
Reúne a todos los cristianos que encuentra y os manda a Cerdeña, a que se tostaran en las minas de sal de ahí.
Para los castigos sí que era un hacha Maximino el gigante.
Así que imaginaos el panorama en Cerdeña. Cristianos enfrentados entre sí todos junticos en una isla sin posibilidad de huida. Y sacando sal.
Lo que yo os decía. Dios a veces puede ser muy gracioso…
Había poco que hacer en Cerdeña. Ponciano había renunciado al papado para que la Iglesia continuará con otro papa al frente (fue el primero en la Historia que lo hizo, a lo Benedicto XVI) e Hipólito intentaba hablar griego con alguno de esos latinos.
Y de repente, la Gracia.
Ponciano e Hipólito se ponen a hablar. Este último llevaba 10 añazos fuera de la Iglesia, a su bola, y durante estas últimos días de su vida también renunció, tras estas conversaciones dejar cualquier diferencia a un lado y reconciliarse con el representante de Cristo en la tierra.
Poco después ambos son martirizados junto a otros muchos más hermanos. En Paz. Es el Amor y la Unidad que misteriosamente ocurre por mediación del Espíritu Santo.
Olé.
Ambos, se cree, están enterrados en alguna parte de Roma. Y ambos son santos.
Maximino murió junto a su hijo, al que educaba como heredero, por orden del Senado romano, que decidió poner a otro general al mando. Sus cabezas fueron enviadas a Roma a saber para qué.
De ellos apenas nadie se acuerda.