Pies de plomo hoy que vamos a hablar de la bisnieta de Carlomagno.
Una Herzfeld de toda la vida. Pocas bromas con este apellido.
Sin ir más lejos, en el S. XX tenemos a uno de la familia dando vueltas por Irán descubriendo ciudades y tesoros persas. Ernst Herzfeld se llamaba.
Tesoros que se trajo para Berlín en 1935, poco antes de que los nazis le expulsaran del país porque decían que su apellido era un poco judío.
Los trajo a un museo al que todavía no he ido, y es una espinita que tengo ahí; el Museo de Pérgamo de Berlín. Allí, las obras más importantes son el altar de Zeus o la puerta de Isthar. Ambas se las trajeron enteritas: piedra a piedra.
Si queréis saber más sobre esto veos esta charla sobre el Altar de Zeus, o como lo llama el Apocalipsis: «el trono de satán».
De todas formas, quedaos con lo del ciervo, que volverá a aparecer.
Nuestra santa de hoy, Ida de Herzfeld, creció en la corte carolingia de Aquisgrán, donde Carlomagno había establecido su residencia.
Allí se construyó su palacio y una capilla palatina que es un primor. Como es tan bonito todo me vengo arriba y os digo que el arquitecto fue Eudes de Metz.
Osea, que Ida vivió su infancia por estos lares aunque las infancias en el S. IX duraban poco. Con 15 años la casaron con Egberto, un duque sajón.
A los sajones, los carolingios los tenían comiendo de su mano, para que nos entendamos.
Tuvieron un hijo que se llamaría Warin. Y también es un chaval al que volveremos un poco más adelante.
Eran relativamente felices pero Egberto, quizá en una batalla o quizá en un accidente de caza, murió en el 811 y dejó viuda a nuestra Ida.
Todavía era jovencísima y le podrían haber buscado otro sajón o lo que fuese pero ella decidió otra cosa: «me he criado con los carolingios con muchos lujos pero sólo los veo guerrear y conquistar; hay que santificar un poco su causa porque si no nos vamos todos a condenar por mucho apellido y tierras que tengamos».
Así que nada, dedicó el resto de sus días a rezar y a hacer buenas obras.
Cuando a alguien rico le da por las buenas obras aquello es un desparrame.
Se puso a diseñar hospitales, iglesias, refugios para pobres, etc. También envió monjes benedictinos a los lugares más recónditos del imperio, allí donde todavía no conocían a Jesucristo ni de oídas.
Y, lo mejor, se hizo construir un sarcófago grandecito de piedra que cada día llenaba de alimentos, lo sacaba a las puertas del palacio y los pobres pues saciaban su hambre.
«Ya, hermano, pero un sarcófago, no es para tanto, se acabaría pronto…» me diréis.
La cosa es que no. Daba igual los pobres que viniesen a su palacio sajón de Hosftadt. Todos se iban satisfechos.
Pero ocurrió que apenas dos años después de iniciar su obra, el 3 de septiembre del año 813, la joven Ida de Herzfeld falleció por causas naturales. Tenía 25 años.
Sus últimas voluntades fueron que construyeran un convento en su Herzfeld natal y una iglesia en Hofstadt, donde residía.
Ambas se realizaron pero del convento no queda ná. De la iglesia sí, aunque está muy reconstruida porque en Alemania el bombardeo ha estado muy presente durante toda la historia.
A Santa Ida de Herzfeld se la canonizó por todo lo alto en el año 980, reconociéndole su labor como evangelizadora de Europa.
No me olvido: lo del ciervo y su hijo.
A Santa Ida se le representa o bien con una iglesia sostenida en sus manos (signo de las donaciones que hizo, en especial por las iglesias que construyó) o con un ciervo a sus pies; símbolo del apaciguamiento de los pueblos germánicos a través de la fe (igualito que los persas, que eran unos desarrapaos y unos salvajes).
Su hijo Warin, tras la muerte de su madre, se olvidó de ir a por el trono de Sajonia y se metió a monje terminado como abad en la abadía de Corvey.
Así que todos contentos.