Con ocasión del precepto

Dice San Pablo: «el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte. Porque el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y, por medio del precepto, me causó la muerte» (Rm 7, 10s).

Las lecturas del pasado Primer Domingo de Cuaresma me han hecho reflexionar sobre este versículo de la Carta a los Romanos. Para hacer memoria, simplemente recuerdo que la Primera Lectura (Gn 2, 7-9. 3, 1-7) nos mostraba la tentación a la que fue sometida Eva en su diálogo con la Serpiente. El Salmo (51) clamaba pidiendo perdón al Señor y solicitando de su Bondad nuestra restauración. Por su parte, la Segunda Lectura (Rm 5, 12-19) nos anunciaba la Buena Noticia, vivida por la Iglesia primitiva y conservada a lo largo de los siglos: «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia», siendo que Dios es capaz de servirse incluso del pecado para llevar adelante Su Designio salvador. Finalmente, el Evangelio (Mt 4, 1-11) nos señalaba que este sobreabundar de la gracia no fue obra de la magia ni un capricho de Dios. No fue algo fácil de conseguir. Dios mismo, en Jesús, se sometió voluntariamente a nuestras tentaciones, enfrentando el poder Satanás sin la fuerza que le daba el ser Dios, e incluso podríamos decir, sin la fuerza que le daba el ser hombre; pues, tras 40 días sin comer ni beber, estaba más débil que ningún ser humano.

En esta situación de vaciamiento TOTAL de Sí mismo, tanto en divinidad como en humanidad, Jesús venció al demonio por la emuná (la fe, la experiencia del firme amor que Su Padre le tenía). Desde entonces, podemos ser partícipes de Su Victoria. No es la fuerza de la voluntad la que vence al demonio, sino la experiencia de la firmeza (emuná) del amor de Dios para con cada uno de nosotros. Esta experiencia, cuando es verdadera, nos da deseo de obedecerle, nos da discernimiento, nos hace preferir al Padre antes que a nosotros mismos (despreciando cualquier deseo de fama, estima, qué dirán, miedo, vanidad, etc.).

Al escucharlas las lecturas, inicié un diálogo con el Señor que aún no ha acabado, deseando adentrarme más en la profundidad de su Palabra. Todo comenzó preguntándome:

  • ¿Cómo fue posible que Eva y Adán cayeran en el pecado? El texto dice que ellos podían ver y hablar con Dios, cara a cara, cada atardecer, Él les visitaba a la hora de la brisa. Su Presencia con ellos debía ser una maravilla, ¡una verdadera gozada! Encima ¡lo tenían todo! ¡Y gratis! No tenían que esforzarse por nada, ni cultivar ni nada. Y tampoco había en ellos ni un mínimo interés por el famoso árbol del conocimiento del bien y del mal. ¿Cómo pudo Satanás lograr tanto poder como para inducirles a pecar?
  • Por otra parte, el Génesis nos narra que la primera consecuencia del pecado fue darse cuenta de que estaban desnudos, pero ¿por qué Eva no se dio cuenta inmediatamente? Ella comió antes que Adán. ¿Por qué sufrió la consecuencia del pecado sólo cuando Adán comió?
  • Santo Tomás de Aquino, y con él el Magisterio, afirma que nuestros primeros padres poseían dones preternaturales que perdieron tras el pecado original. No eran precisamente niños sin conocimiento ni formación, ¡eran más listos que nosotros! Entiendo que Satanás sea un ángel poderoso, pero, tal y como nos narran la escena, ¿cómo fue posible que Eva le creyera?

Lo primero que me ha llamado la atención es la respuesta que Eva le da a la Serpiente:

«Podemos comer de todos los árboles del jardín; pero, del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: ‘No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario, moriréis'»

Génesis 3, 3

¿¡Cómo es posible!? Si retrocedemos hasta el momento en que Dios prohibe comer del árbol, veremos que, en realidad, Dios lo que dijo fue: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día en que comas de él, morir morirás» (Gn 2, 16s). Y se lo dijo a Adán, Eva aún no había sido creada. Fue creada justo después.

Aquí veo dos errores que creo que cometemos todos más de lo que nos imaginamos:

  • El primero es que, al mandamiento (voluntad) de Dios, añadimos cargas humanas, quizá fruto de la interpretación que hacemos de Sus intenciones divinas. Dios había dicho «no comáis», los humanos añadieron «ni lo toquéis».
  • El segundo, peor quizá que el primero, es que, a lo que añadimos lo llamamos ‘Voluntad de Dios’ («nos ha dicho Dios») y lo transmitimos así a la siguiente generación. Endurecemos a Dios convirtiéndole en una especie de ‘sombra sobre nosotros’ que a la larga termina convirtiéndose en un ‘monstruo’.

¡A Eva, Dios en realidad no le había dicho nada! No le había mandado que no comiera del árbol. Se lo mandó a Adán. Quizá esta podría ser la razón por la que no se le abrieron inmediatamente los ojos a Eva, porque no había desobedecido a Dios, sino a su marido. Había pecado, sí, tropezando por el peso con el que había sido cargado el mandato divino.

No sabemos quién de los dos (no había nadie más en aquel entonces) fue el que añadió ese «ni lo toquéis». Quizá lo añadió Adán, por no fiarse de que su mujer hubiese entendido la gravedad del mandamiento; o quizá fue Eva, que pensó supersticiosamente que bastaba con tocarlo para pecar. Sea como fuere, si el texto no lo aclara, probablemente es porque lo importante no es eso, sino que a la Voluntad de Dios se añadió un endurecimiento humano… y de esto no podemos culpar a la Serpiente aún. De hecho, estoy convencido de que este añadido humano fue el que dio ocasión a la Serpiente para tentar a Eva.

La interpretación es el terreno de Satanás, él es el mejor de los intérpretes. Lo vemos en el Evangelio. Hasta delante de Jesús se atreve a reinterpretar la Palabra de Dios para que juegue en su favor (nota: cuando hablo de Palabra de Dios, no me refiero únicamente a lo que está escrito en la Biblia, sino también a lo que Dios hace cada día en tu vida a través de las cosas que te ocurren). Cuando nos metemos a interpretar por nuestra propia cuenta por qué nos ocurren las cosas que nos ocurren… de seguro que ya hemos perdido la batalla: estamos llamando a un intérprete que es mucho más listo que nosotros y que nos destruirá en cuanto nos descuidemos. Casi que, a modo de chascarrillo, podríamos decir que muchas veces somos nosotros los que tentamos al Diablo para que se acerque a tentarnos (aunque, en realidad, muchas veces ni lo necesita, caemos solitos, sin su maligna ayuda).

Decía San Pablo: «el mandamiento que debía darme vida, me llevó a la muerte». ¿Cómo? Porque añadí cosas humanas al mandato (palabra) de Dios. Lo endurecí, «antropomorficé» a Dios, le hice a imagen y semejanza mía y de mis propias intenciones, y lo transmití así a la siguiente generación.

¿Cuántas veces has dicho ‘a ti Dios te quiere más que a mí, yo soy un pecador’? ¿Cuándo ha afirmado Dios que quiere más a los santos que a los pecadores que reconocen su pecado? ¿Cuántas veces has pensado o dicho: ‘reza tú por mí, que a ti Dios te escucha más que a mí’? ¿Dónde viene en la Escritura esa afirmación? ¿Cuántas veces has dejado de rezar porque estabas en pecado, y no has vuelto a hacerlo hasta después de confesarte? Pero, ¿en qué lugar ha afirmado Dios que para rezarle haga falta ser intachable e interiormente impecable? Él habla de un corazón contrito y humillado, no de un corazón intachable y legalmente perfecto. ¿Cuántas veces le has dicho a tus hijos frases del tipo: ‘sé bueno para que Dios te quiera’, ‘ve a misa que si no Dios se enfada’, ‘portate bien y no hagas llorar al Niño Jesús’, ‘anda y déjate de misa y ponte a estudiar que no va a venir Dios a aprobar tu exámenes’, ‘primero lábrate un futuro, luego ya tendrás tiempo para misas, rezos o cosas del estilo’? Se me ocurren muchas más frases, seguro que a ti también.

Cuando nos conviene añadimos «cargas extra» a la Palabra de Dios y, cuando no nos conviente, nos limitamos a la literalidad como excusa para defender nuestra inocencia. Algunos dicen que Jesús endureció la Torá, ya que, al literal «no matarás», añadió algo así como ‘no insultarás, no juzgarás, no darás por perdido a tu prójimo’). Jesús no endureció nada. Jesús nos recordó que la Torá no son normas externas, sino instrucciones divinas (es lo que significa Torá en hebreo) para que podamos vivir según, dentro de, inmersos en ‘la vida íntima de Dios’. Jesús nunca dijo: ‘pasad de la Torá que se la han inventado los hombres’. Lo que sí dijo fue: «anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición» (Mc 7, 9).

La palabra tradición proviene del latín tradícere, significa literalmente «a través del habla, de lo dicho». No se refiere Jesús aquí a la gran Tradición de la Iglesia, columna de la Revelación, sin la cual es practimamente imposible interpretar la otra columna: la Sagrada Escritura; sino a las tradiciones humanas convertidas en ese «nos ha dicho Dios» de Eva. Estas tradiciones suelen dejarse ver en frases como ‘esto siempre se ha hecho así’ o en comportamientos permisivos que dejan que un pensamiento humano, ya sea particular o compartido por otros, se convierta en norma de una parroquia, de un grupo, de un movimiento o realidad eclesial, e incluso de la misma diócesis o Iglesia. Y, cuando nos damos cuenta, hemos sustituido el ejercicio particular del discernimiento por una norma general que no tiene en cuenta la realidad particular de cada persona y que, como afilada hoz, está preparada para cortar cabezas o atemorizar con hacerlo en cualquier momento.

¿Cuántos párrocos o sacerdotes reciben quejas de sus feligreses porque ‘esto siempre se ha hecho así y ahora viene este cura a cambiarlo’? Aún recuerdo cuando mi abuela abochornada y en crisis me decía que le estaban cambiando la Religión porque en vez de «deudas» ahora debíamos decir «ofensas» en el Padrenuestro.

¿Cuántas veces afrontamos los problemas de nuestra vida siempre de la misma forma? Reaccionamos siempre igual, y siempre sufrimos lo mismo: porque es lo que te han transmitido, es tu tradición interna. Y luego nos preguntamos, ¿por qué me pasa a mí esto? ¿No dijo Jesús «echad la red a la derecha»? (que podriamos traducir como: ‘no hagas lo que hace todo el mundo’, que era echarla a la izquierda). Si alguien te insulta, insulta. Si alguien te ofende, oféndele. Murmura. Quéjate. Ve por detrás… «enseña los dientes que eso les gusta», diría la Pantoja.

Puede llegar a suceder así también nuestros grupos, movimientos y realidades eclesiales… al mandato de Dios de ser carismas para edificación de la Iglesia universal, le añadimos nuestra propia interpretación, nuestro «ni lo toquéis» particular, nuestra tradición personal. Así, levantamos cuatro paredes para blindarnos en nuestras tradiciones, amenazadas por fantasmas que no existen. Es como si en vez de existir para la Iglesia existiéramos para nosotros mismos, para conservar lo que tenemos, lo que hemos conseguido, no sea que por descuidarnos lo perdamos, no sea que algo o alguien nos robe eso que no sabemos muy bien cómo mantener, salvo añadiendo unos cuantos «ni lo toquéis» humanos.

De esta forma, creamos sin darnos cuenta la oportunidad perfecta para que se levante Satanás en nuestra vida. Nos hemos metido en el charco de la interpretación y hemos llamado a voces al ‘interpretador por excelencia’: Satanás.

Jesús sabía que debía ser puesto a prueba. Sabía que, para ser el Mesías Prometido, debía experimentar si era capaz de hacer la Voluntad de Dios o, como tantos otros falsos mesías, iba a llamar voluntad de Dios a su propia voluntad e interpretación de las cosas. Por eso dejó que Satanás apareciera y le tentara, presentándole diversas formas de ser el Mesías, diversas interpretaciones hebreas tradicionales sobre la figura del Mesías Prometido.

Una de esas tradiciones afirmaba que el Mesías debía ser capaz de hacer signos y prodigios tan grandes como los de Moisés («convierte las piedras en pan»). Otra afirmaba que el Mesías sería aquel que aparecería sobre el alero del Templo, desde donde enseñaría a todos («tírate desde el alero del templo y todos creerán»). Otra tradición afirmaba que el Mesías instauraría un Reino mucho más rico, próspero y duradero que el del grande y famoso rey Salomón («te daré estas riquezas y reinos si te postras ante mí y me adoras»).

Jesús debía enfrentarse a las tradiciones humanas añadidas a la Torá y transmitidas como «nos ha dicho Dios». De lo contrario, nunca sabría si sería capaz de hacer lo que su Padre quería que hiciera o simplemente podría hacer lo que a él mismo le parecía más lógico y coherente con el pensamiento del pueblo.

Jesús pasó la prueba y, al hacerlo, nos mostró el camino seguro para entrar en Su Victoria: salir de la interpretación humana y adentrarnos en una íntima y sincera amistad con Dios, que no es un Rey o Señor que recela de nosotros, sino un verdadero amigo que nos ama tan profundamente y con un amor tan puro que no se merece que le traicionemos:

  • Ni queriendo cambiar la realidad que nos hace vivir a golpe de esfuerzos humanos.
  • Ni exigiéndole que se manifieste visiblemente para defender nuestra dignidad ante todos.
  • Ni rindiéndonos a la gloria y vanidad de nuestra propia voluntad y lógica personal.

En el inicio de esta Cuaresma, me invito y te invito a vivirla sin miedo, sin añadir cosas extrañas a la voluntad de Dios para ti. No te cargues con el peso de cruces o responsabilidades que no son para ti, ¿no tienes ya suficiente con la tuya? ¡No te autoprofetices tampoco futuros que no existen, ni te metas a adivinar intenciones que no conoces en los demás o en Dios! ¡Dejate sorprender en esta Cuaresma por Dios! Su Voluntad para ti, como decía San Pablo es darte vida, vida de verdad, hoy, ahora, no cuando te mueras.

No te conviertas en objetivo de la Serpiente añadiendo pesos humanos… y, si ya lo has hecho, ¡sal corriendo ahora mismo y métete rápido en la debilidad de Jesús en el desierto! Desde, allí, desde la Debilidad que se apoya en la firmeza del amor de Su Padre, podrás vencer con Él al diablo, levantarte y volver a empezar. La Debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres (1Co 1, 25) y ninguna tentación diabólica podrá superarla jamás (1Co 10, 13).

Disfruta de la Cuaresma, no te desesperes porque te has dicho a ti mismo que durante esta cuaresma debes ser de tal o cual forma, o dejar de hacer esto o aquello; o alcanzar tal o cual mérito o virtud antes de Semana Santa… ¡Necio! Ayuna, reza, da limosna, celebra los sacramentos cuando corresponda, eso es lo único que te ha mandado Dios por medio de su Iglesia. No inventes o añadas cosas que no se te han mandado. ¡Nadie te ha dicho que durante la Cuaresma no se puede pecar, murmurar, juzgar, etc., ni que debes dejar de fumar o cosas parecidas! (Si quieres dejar de hacerlo, hazlo, pero no te culpes frente a Dios por no ser capaz de hacerlo). No te desesperes por no haber empezado con ese ‘buen pie’ a la manera humana. Disfruta de Dios, disfruta de la Cuaresma, disfruta del tiempo de gracia y llegarás a la Pascua, débil, cansado, anhelante, pero agradecido por estar frente a un Misterio gratuito: la Resurección de la Carne Humana, que ya se ha realizado en Jesús y que se te ha prometido experimentar a ti.

Deja que Jesús aplaste la cabeza de la Serpiente, es decir, la fuente de su poder: la interpretación y el engaño en tu historia personal.

¡Feliz y Santa Cuaresma del Señor!

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