Me ayudaba la liturgia de la palabra de hoy, domingo 6 de noviembre. Me animo a compartirlo.
La primera lectura (2Mc 7, 1-2. 9-14) presenta a los siete hermanos macabeos y a su madre siendo martirizados por los poderes del momento, por negarse a quebrantar uno de los principios de la Toráh.
El salmo (16), por su parte, nos presenta la esperanza del salmista en que al dormirse en la muerte, despertará a una vida nueva en la presencia del Señor.
San Pablo, en su carta (2Ts 2, 16-3, 5), nos habla de la experiencia del amor de Dios y cómo esta experiencia se ha convertido en consuelo eterno y esperanza feliz que nos impulsa a realizar palabras y obras buenas. Entre esas cosas buenas, menciona el avance de la Palabra del Señor y la liberación de todo plan malvado y perverso contra el Reino de Dios. Finalmente, termina implorando al Señor que los corazones de los cristianos queden asentados en el amor de Dios y en la paciencia de Cristo.
Por último, el evangelio (Lc 20, 27-38), nos menciona un encuentro entre Jesús y los saduceos, un grupo judío de la época, con tintes racionalistas, que negaban la creencia de los fariseos en la resurrección de los muertos.
Comienzo por el final.
Los saduceos eran un grupo perteneciente a la clase alta (y, por tanto, culta) de la sociedad judía. Su nombre se deriva de צַדִּיק (tsádik) que significa justo, recto, honrado. La palabra deriva del verbo לְצַדֵּק (letsadék), justificar, absolver, y forma otras palabras relacionadas con justicia, rectitud y caridad. Se diferenciaban de otros grupos judíos (como los fariseos o los esenios) en algunos puntos o creencias:
- No creían en la resurrección de los muertos.
- No creían en la inmortalidad del alma.
- No creían en la existencia de seres espirituales (ángeles o demonios).
- No creían en las tradiciones rabínicas que mitigaban los castigos divinos.
- No creían en la promesa de un Mesías.
Por otra parte:
- Creían que el hombre creaba sus propias circunstancias con sus actos.
- Creían en que debían relacionarse con el poder político en beneficio propio (del pueblo).
Dejo una última creencia para el final.
Porque, viendo ya estos puntos que he expuesto anteriormente, cabe preguntarse: «entonces, ¿qué sentido tenía para ellos la religión?» Y es aquí donde viene la última de las grandes diferencias respecto al resto de grupos judíos: los saduceos creían que Dios premiaba en vida a los hombres «tsádik» (rectos, justos, buenos).
Esta última creencia es fundamental para entender cómo planteaban ellos el sentido de la religión, y para darnos cuenta de que muchos de nosotros, aun siendo cristianos, somos bastante saduceos en nuestra relación con Dios y con la religión.
Para los saduceos, la religión no consistía en relacionarse con Dios para vivir eternamente con Él ni ser resucitados al final de los tiempos. Para ellos, una vez muertos, terminaba todo, el alma desaparecía. Por tanto, la religión tenía sentido, sí, pero sólo para que les vaya bien en esta vida: para ser bendecidos por Dios en sus propias cosas y asuntos temporales. «Ofrezco sacrificios, cumplo las palabras de la Toráh, para que Dios bendiga mi trabajo, mi dinero, mi familia, mis relaciones, mis propósitos, aquí, en esta vida, y las haga prosperar y llegar a buen término».
¿No os parece que muchos cristianos vivimos así? ¿Te has preguntado alguna vez: «por qué soy cristiano», «por qué rezo», «por qué voy a misa», «por qué me confieso», y muchos más etcéteras?
Quizá alguno descubra que le importa poco la Vida Eterna, le importa poco si hemos sido llamados a «ser con Dios» eternamente. La eternidad, la trascendencia, el más allá, la vida futura, no tienen sentido. A mí lo único que me importa son mis hijos, mi trabajo, mi dinero, mis estudios, mis asuntos… porque son las cosas que tengo y de las que estoy seguro de que existen. Sí, creo en Dios… y busco relacionarme con Él, pero únicamente para que proteja a mis hijos, me vaya bien en mi matrimonio, no me falte dinero, apruebe los exámenes… en definitiva, para que Dios me bendiga en las cosas que proyecto en mi vida. Para que Dios haga prosperar mi voluntad. Para que Dios haga lo que yo quiero.
Pero, ¿cómo se llega a esta forma de pensar y de creer?
El ejemplo que ponen los saduceos a Jesús es muy ilustrativo: el escándalo del fracaso.
Los saduceos le ponen a Jesús el ejemplo de un hombre que no ha podido cumplir la Voluntad de Dios en su vida terrena, el mandato expresado en la Toráh de «creced y multiplicaos». Un hombre que no ha podido engendrar un hijo. Un hombre que no ha conseguido perpetuarse a sí mismo en esta vida (a través de los hijos). Si ese hombre no ha conseguido el «favor de Dios» es porque no es un hombre justo. Su destino, por tanto, es desaparecer sin más.
Claro que según las tradiciones rabínicas (que mitigaban los castigos de Dios), si alguno de sus hermanos engendra un hijo con la esposa del fallecido, ese hijo contaría como de él y, de esta forma, no sería un desgraciado, sino que la bendición de Dios se manifestaría más allá de la vida terrena del difunto. Sin embargo, ¿y si resulta que ninguno tiene hijos con ella… que todos son unos desgraciados. Cuando resuciten los muertos, de quién será ella esposa?
Esta última pregunta, encierra otra clave del pensamiento saduceo: la vida futura es igual a esta, simplemente que eterna, pero igualita. Habrá que seguir cumpliendo la Toráh.
¿Te has preguntado alguna vez cómo es la Vida Eterna? Yo sí. Y he recibido también preguntas de gente angustiada que me decían, yo no puedo creer en una Vida Eterna que sea igual a ésta. Tratando de sobrevivir día a día al mal cotidiano. Esforzarme por ser mejor persona. Teniendo que pasear a mi perrito todos los días. Discutir con mis hijos, etc. Incluso alguna persona me ha preguntado si en la Vida Eterna se podrá hacer ejercicio, salir a correr, porque para ellos el deporte les hace felices y, si en la Vida Eterna, no se puede hacer deporte, entonces ellos no pueden creer en ella.
¡El escándalo del fracaso!
La oración hebrea del «shemá», que los judíos recitan todos los días, termina así: «Guardaréis cuidadosamente los mandamientos de Yahvé vuestro Dios, los estatutos y preceptos que te ha prescrito, harás lo que es recto y bueno a los ojos de Yahvé para que seas feliz y llegues a tomar posesión de esa tierra buena que Yahvé prometió con juramento a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos, como te ha dicho Yahvé» (Dt 6, 17-19).
Pero la reducción materialista de «esa tierra buena que Yahvé prometió» a simplemente «mi buena casa», «mi buen trabajo», «mis buenos hijos», «mi buen matrimonio», «mi buen sueldo», «mis buenos etcéteras», nos lleva a todos (no solo a los saduceos) a escandalizarnos del fracaso, del sufrimiento, de la muerte.
¿Cómo es posible que a mí, que voy a misa, que rezo todos los días, que procuro ser una buena persona (al menos más buena que mis compañeros de trabajo o mis vecinos), me pase esto? ¿Por qué tengo que sufrir con unos hijos desobedientes o envueltos en algún vicio? ¿Por qué me diagnostican esta o aquella enfermedad? ¿Por qué no tengo tal o cual trabajo o sueldo? ¿Por qué las cosas no salen como yo tenía pensado si trato de hacer la voluntad de Dios en todo y no hacer daño a nadie? ¿Por qué? ¡Por qué! ¿Por qué los siete hermanos macabeos y su madre, cumplidores fieles de la Toráh, en vez de prosperar en su vida, son asesinados? ¿No decía Dios que si cumplo sus mandamientos me librará de todos mis enemigos y me hará prosperar en la tierra buena de mi vida personal?
¡Ah! Es que ellos creían en la resurrección de los muertos. ¿En qué? En la Vida Eterna junto a Dios, gozando de su presencia. ¿Cómo? ¿Y eso para qué me sirve? ¿Qué pruebas tengo de que eso es cierto? Y, mientras llega, tengo que seguir soportando a mis hijos, frustrado en mi trabajo, cargando con la pesada de mi mujer sin más… ¿es que Dios no me va a arreglar mi vida terrena? ¿No me va a solucionar los problemas presentes? ¿Qué clase de Dios es este? ¡Es un monstruo!
¡Si eres hijo de Dios, di que estas piedras (temporales, físicas) se conviertan (ahora mismo) en pan!
Porque MI religión, MI espiritualidad, MI «dios» tiene sentido únicamente si sirve para quitarme los problemas de ahora y si no… ¡entro en una crisis existencial terrible! Dejo de rezar, de ir a misa, de todo… porque no me sirve, no me resulta eficaz este tipo de religión.
Sin embargo, Jesús les da una respuesta que considero espectacular: «En este mundo…» (es decir, en esta vida temporal que conocemos) «los hombres toman esposa…» (haces esto y aquello). «Pero (y aquí viene la clave a mí parecer) los que sean juzgados dignos« (¡la palabra kataxiothéntes es la variante griega del hebreo tsádik!)… serán investidos una vida diferente, de una forma totalmente nueva de existencia, que en nada tiene que ver con lo que ahora conocemos… ¿por qué? Por tres razones:
- «ya no pueden morir»
- «son como los ángeles»
- «son hijos de la resurrección».
¿Os dais cuenta? En una sola respuesta, Jesús ha resuelto la problemática saducea. No se trata únicamente del «más allá». ¡El Cielo comienza aquí… pero no termina aquí!
El Cielo comienza con un encuentro salvador con una persona concreta: ¡Jesucristo! Este encuentro personal provoca una experiencia innegable: la consciencia de saberse amado gratuitamente, tal y como uno es. Esta experiencia de amor gratuito e incondicional se convierte, en palabras de San Pablo, en «consuelo eterno» y «esperanza feliz»… no sólo para el más allá (como si esta vida no importara), sino ya aquí también. Vivo ya en esta vida en un «consuelo eterno» de Dios, en una «esperanza feliz» de que, a pesar del sufrimiento y del aparente fracaso de mis proyectos, ¡Dios me quiere gratuitamente! Y su amor me sostiene. Ser amado así es lo que yo deseo en todo lo que hago… pero he descubierto que ya soy amado así, antes de hacer nada de todo lo que hago. Por tanto, ya no vivo haciendo o deshaciendo cosas para ser amado gratuitamente, sino ¡porque soy amado gratuitamente! («[El Padre, en Jesús] Nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa… [que esto] os haga firmes para toda clase de palabras y obras buenas», 2Ts 2, 16s).
Quienes han tenido un encuentro personal con Jesús Salvador dejan de ser los que eran, porque ahora:
- «ya no pueden morir (apothaneín)»
- Aunque les intenten perseguir o asesinar, aunque se alcen los enemigos contra ellos, ya no pueden ser asesinados, no pueden morir. Porque Jesús vive en ellos, y como Él, ellos se ofrecen voluntariamente por amor a sus enemigos, por la justificación de sus enemigos.
- «son como los ángeles (isángeloi)»
- Los ángeles son seres que vive únicamente por y para Dios. Su vida es un culto constante y permanente al Dios vivo. Llevan adelante Su Voluntad, con total docilidad. Así, para los renacidos, sus alegrías y penas, sus éxitos y sus fracasos son un culto constante de alabanza a Dios que les permite vivir esas situaciones por amor a ellos.
- «son hijos de la resurrección (anastáseos huioi)».
- Han nacido de la Justicia de Dios, no de la propia justicia humana (tsádik), no vive buscando justificarse a sí mismos, empeñados en su propio esfuerzo y realización personal. «Son juzgados dignos» por Otro, no son ellos el eje de su propia justicia, sino que viven del perdón, de la justificación, de la misericordia constante y eterna de Dios por ellos. Es decir, del amor gratuito, incondicional e indebido de Dios por ellos. Sabiendo que son «hijos», no simples «criaturas». Han recibido una relación de «hijos» con Dios. Una relación filial, no de simple servidumbre, temor o miedo al castigo. ¡Son Hijos! ¡Dios es su Padre!
¡Esto es el Cielo! ¡Esto es la Resurrección!
¡Y empieza aquí en la vida material y temporal que hemos recibido! Dios sirve para la vida presente.
La buena noticia es que tu esperanza no se basa en la realización de tu propia voluntad.
Tu esperanza es que Dios te quiere gratuitamente, que no necesitas justificarte a ti mismo, ni exigir a tu marido, a tu mujer, a tus hijos, a tu jefe, etc., ninguna clase de justificación. Porque ya no eres un saduceo, que se justifica a sí mismo, ahora eres un cristiano, «otro Cristo», que se sabe justificado constantemente por Otro que le ama y que vive justificando a los demás sus pecados, por el Amor gratuito que Dios te tiene a ti, en un culto constante a Dios, su Padre.
¡Enhorabuena!