Hoy he estado pensando sobre otra de las palabras que usó Jesucristo en su diálogo con la samaritana: Baal.

Alguno pensará, ¿dónde aparece esa palabra en el evangelio? Pues bien, cuando Jesús le dice a la samaritana: «ve y llama a tu marido», la palabra usada por Jesús es ba’al, y es una palabra muy interesante.

Lo primero de todo es que Baal es el nombre propio de un dios pagano, es decir, de un demonio (algunos demonios en la Biblia tienen nombre propio: Satanás, Asmodeo, Leviatán, Belzebú… de hecho, etimológicamente, éste último deriva de Baal Tzebúl, lit. ‘señor de un ejambre de moscas’. Así llamaban los hebreos al ‘dios de los ejércitos’ filisteos a modo de insulto y ridiculización frente al gran Adonai Tzebaoth. Esto como anécdota).

Os dejo la pictografía de la palabra ba’al (‘señor, marido, dios’), así como su guematría numérica.

La mayoría de las palabras hebreas derivan de raíces trilíteras (formadas por tres letras), de las que se constituyen familias de palabras asociadas a la representación pictográfica de dicha raíz.

En la imagen vemos como el baal es ‘el que guía o amaestra nuestra comprensión interior’, nuestra visión interior sobre lo que nos rodea. El valor de sus letras da 102, que se escribe con las letras Qof y Bet, que representan el ‘atardecer’ de una ‘casa’, es decir, la ‘llegada de la noche u oscuridad a nuestro interior’. Si volvemos a sumar 102, nos dará 3, que es el valor de la letra Guímel, que representa un ‘pie’ y, también, ‘pisar’. En hebreo, la raíz de ba’al (בעל) conforma una familia de palabras relacionadas con la ‘dominación’, la ‘propiedad’ y, aunque parezca raro, la ‘sexualidad’. El sustantivo בַּעַל (ba’al) significa ‘amo, dueño, maestro, marido’; y el verbo: ‘tener relaciones sexuales’.

Esto que parece tan raro, está en la base del motivo por el que, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, la sexualidad es algo sagrado, reservado únicamente a los esposos. El Génesis dice: ‘al-kén ya’azab-ísh ‘et-abív ve’et-immó vedabáq beishtó vehayú lebasár ‘ejád («por esto justamente renunciará el hombre a su padre y a su madre y se apegará en [el interior de] su mujer, y comenzarán a ser para carne única»).

En la esencia del acto sexual está una unión permanente entre el hombre y la mujer. Ambos se convierten en ‘señor’ del otro, pues una parte del espíritu de cada uno, no sólo habita en el otro, sino que el otro se ha vuelto ‘señor, dueño’, es decir, ba’al de esa parte, y seguirá siéndolo aun cuando se rompa la relación. De ahí que las rupturas de noviazgos en los que ha habido relación sexual son más traumáticas que en las que se ha permanecido en castidad. Por eso, el matrimonio no puede romperse, no puede anularse, como erróneamente creemos. Lo único que es posible es declararlo ‘nulo’, es decir, que nunca se produjo.

De ahí también que, cuantas más relaciones sexuales tenemos, fuera del matrimonio, más se debilita nuestro espíritu, como si lo estuvieramos partiendo y repartiendo, dejando trozos de él en cada persona con la que nos hemos acostado. Naturalmente, el Señor, que es todopoderoso, tras un ‘completo’ arrepentimiento, con su imparable gracia es capaz de hacer todas las cosas nuevas y reestablecer la integridad de nuestro espíritu. Por desgracia, este arrepentimiento no siempre es completo, sino más bien es fruto de las malas experiencias vividas y sus consecuencias. El arrepentimiento ‘completo’ nace de la aceptación existencial de que la Voluntad de Dios es para mí el único Camino, la única Verdad; es la única capaz dar Vida verdadera a mi espíritu o, en este caso, de reestablecérsela.

Rápidamente, los profetas relacionaron el pecado con la prostitución (espiritual): cometer pecado es igual que mantener relaciones sexuales con el ídolo que los representa, le entregamos una parte de nuestro espíritu. Es por eso que comprobamos como cada persona es más proclive a uno u otro pecado (murmuración, juicio, soberbia, lujuria, envidia, etc.): le estamos dejando al ídolo ser baal, ‘dueño’ de trozos de nuestro propio espíritu.

Visto esto, resulta fascinante la sabiduría y la astucia del Señor Jesús (¡tan diferente a la nuestra!). En el pasaje de la samaritana, que vimos el domingo, se encuentra delante de una mujer cuyo espíritu ha sido voluntariamente ‘fraccionado’, ‘repartido’ entre seis baales (los cinco maridos anteriores, más el actual). El número seis, en hebreo, se escribe con la letra Vav, que representa un ‘clavo’ (con el que fijamos o aseguramos las cosas para que no se muevan) y, por tanto, el ‘descendimiento’ (ya que, para que el clavo cumpla bien su función, debemos hacerlo descender en la tierra o penetrar en la pared). Es decir que Jesús está delante de una mujer cuyo espíritu está ‘anclado’, ‘fijado’, ‘atado’ a seis maridos, ‘descendido’ al interior de baal, ‘empobrecido’ por su poder, por su señorío.

Si en vez de Jesús, hubiéramos sido nosotros quienes nos encontrásemos con la Samaritana, seguro que le habríamos soltado rollos del tipo: ‘tienes que dejar de pecar’, ‘tienes que rezar mucho’, ‘tienes que ir a misa’, ‘estás perdidísima’, ‘mira que ya te lo dije’, ‘tienes que’, ‘tienes que’, ‘tienes que’. Entendedme bien, somos humanos y la paráfrasis verbal ‘tener que’ debemos y podemos usarla, pero a nivel humano; ¿qué podría hacer un espíritu seis veces debilitado para salir de su debilidad?

El P. Emiliano Tardif, un sacerdote santo ya fallecido (Dios quiera que pronto sea declarado santo), uno de los grandes exponentes de la Renovación Carismática Católica, decía: «En el plan de Dios, antes del Calvario debe estar el Tabor», o lo que es lo mismo, antes llevar a cabo la Voluntad de Dios (en la Cruz), está la manifestación visible de su poder (Transfiguración). Él afirmaba que «un evangelizador (yo cambiaría la palabra por ‘un cristiano’) es ante todo un testigo que tiene experiencia personal de la muerte y resurrección de Cristo Jesús y que transmite, más que una doctrina, una persona viva que comunica vida y vida en abuntancia. Después, sólo después y siempre después, se debe enseñar la catequesis y la moral. A veces estamos muy preocupados en que la gente cumpla los mandamientos de Dios en vez de que conozcan al Dios de los mandamientos. No debemos olvidar que los mandamientos fueron dados después de la Teofanía (manifestación) del Sinaí» (TARDIF, Emiliano, Jesús está vivo, cap. 3).

Fíjate que Jesús no le dice a la Samaritana ‘tienes que hacer algo’. ¡Qué astucia tiene el Señor! Le dice: ‘preséntame a tus maridos, a tus ídolos, traelos ante mí, que me voy a enfrentar a ellos, te voy a demostrar quién es tu verdadero marido, tu verdadero Dios’. Jesús no viene a darnos lecciones morales sobre lo que ‘tenemos que hacer para salvarnos’, viene a enfrentarse a nuestros ídolos y vencerlos, el viene a salvarnos, no a decirnos cómo salvarnos a nosotros mismos. ¡Ay si nosotros hicieramos lo mismo cuando alguien esclavo del pecado se acercara a pedirnos ayuda o consejo! ‘¿Estás esclavo de la sexualidad, de la soberbia, de la envidia? ¡Tráeme aquí a tu marido que, en el nombre de Jesús, le voy a vencer para que te des cuenta de que no es tu marido, sino una caricatura!

Me viene a la mente ahora San Cipriano de Antioquía (s. III). En su hagiografía, De sancto Cipriano, escrita por Elia Eudocia, esposa del emperador Teodosio II (s. V), se nos narra que antes de su conversión al Cristianismo, Cipriano, iniciado en el arte de la teurgia (la llamada ‘magia blanca’), se terminó dedicando a la goetia (‘magia negra’), llegando a ser un mago muy famoso por los logros que provocaban sus hechicerías, tanto que era llamado Cipriano el Nigromante. En una ocasión, un hombre llamado Agladas le pidió que hechizara a una chica, llamada Justina, para que doblegarla ante sus encantos. Así lo hizo, pero el hechizo no resultó. Con sus artes, invocó a Satanás y le preguntó: ‘¿por qué no funciona mis hechizos?’. Satanás le contestó: ‘porque esa chica está marcada por la señal de la Cruz. Cristo, Dios de los cristianos, la protege y contra Él nada puedo yo’. Entonces, San Cipriano asombrado por tal afirmación, exclamó: ‘Si el Dios de los Cristianos es más poderoso que tú, prefiero servirle a Él’. Y se convirtio al Cristianismo. Justina y él fueron martirizados en la presecución de Diocleciano, el 26 de septiembre del año 304 de nuestra era.

Esta historia, que tendrá su parte de leyenda y su parte de verdad, deja entrever algo interesantísimo: Jesús viene a enfrentarse al poder de nuestros demonios. No viene a darnos instrucciones de lo que tenemos que hacer para liberarnos de ellos, sino a encontrarse con nosotros, que le presentemos nuestros ‘maridos’, nuestros ‘baales’ y que Él los derrote, clavándolos en la Cruz, reduciéndolos a polvo y ceniza. Sólo entonces, estaremos realmente preparados para ‘aprender’ y ‘poner en práctica’ Su Voluntad.

Como decía el P. Emiliano Tardif, Jesús es una Persona Viva, no una doctrina o filosofía de vida, ni un cuento de autoayuda para que nos autosuperemos a nosotros mismos. Una vez desposados con él, nuestra vida, nuestro espíritu, que ya ha dejado a su padre y a su madre, se apegará a Él y seremos convertidos en basár ejád, ‘única carne’.

Como en los matrimonios hebreos, tu vida temporal y la mía es un permanente ‘galanteo’ por parte de Jesús, seduciéndote, enamorándote, enfrentándose a sus contrincantes, para que finalmente cedas al desposorio con Él y rechaces a los demás. Para ello, ha preparado la dote, el perdón de los pecados, y viene con ella para dársela a ‘tus padres’, a tus ídolos, en forma de rescate, como pago para convertirte en su propiedad personal.

Lleva ante Jesús a tus baales, lleva delante del que quiere ser tu Esposo, al resto de sus contrincantes. Déjale enfrentarse a ellos y tú observa Su Valentía, Su Fortaleza, Su Deseo de tenerte. Disfruta del celo que te tiene, dispuesto a todo con tal de conseguirte. Para sacarte del ‘amaestramiento de baal’, para retirar el peso de su ‘pie’ sobre tu cuello. Y, cuando gane, besa sus pies y dile: ‘¡Mi amado, mi héroe… mi descanso! Aní ledodi vedodi lí («Yo para mi amado y mi amado para mí´»)’.

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