¿Has oído hablar alguna vez del don de Temor del Señor? ¿Te has preguntado qué es?
Las lecturas de hoy (Domingo XII del Tiempo Ordinario) me han hecho reflexionar sobre este don, sobre este concepto de «temor de Dios». Decía el Evangelio (Mt 10, 26-33): «No tengáis miedo a los hombres… No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No. Temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna». Aunque la traducción usa dos formas distintas «tener miedo» y «temed», el griego usa el mismo verbo: φοβέω («atemorizar, alarmarse», por ende, «temer, temblar, tener miedo»; y por analogía: «asombrarse, reverenciar, respetar»).
Buscando en la RAE la definición de «temor», me he encontrado con conceptos similares:
- Miedo que se siente al considerar que algo perjudicial o negativo ocurra o haya ocurrido (p. ej.: «el temor al padecimiento físico»).
- Sospecha de que algo es malo o puede conllevar un efecto perjudicial o negativo (p. ej.: «el temor de que las joyas que ahora se hallan en el museo sean falsas parece intranquilizar a la policía»).
Los sinónimos que ofrece la RAE son: miedo, fobia, cobardía, pánito y cerote.
¿Acaso Jesús nos está diciendo que debemos tener miedo de Dios, espantarnos, alarmarnos o temblar por lo que pueda hacer con nosotros? La respuesta correcta sería «Sí… pero No». Una respuesta muy convincente, ¿verdad?
Debemos recordar que el evangelio que escribe Mateo va dirigido principalmente a los judíos, personas que conocen la religión hebrea y los conceptos asociados a ella.
En hebreo se usan varias palabras para expresar el Temor de Dios: el primero es יִרְאָה (yirʾá: «temor, reverencia») que deriva de יָרֵא (yaréʾ: «temer, reverenciar»), que aparece por primera vez en Gn 20, 11. El segundo, en 2Cr 26, 5, es רָאָה (raʾá: «ver, contemplar, considerar, entender, experimentar»). El tercero, Sal 36, 2 es פַּחַד (pajád: «alarma súbita, horror, miedo, espanto»).
En los tres primeros, si has prestado atención a otros artículos míos, habrás visto la conexión. ¡Exacto! Los dos primeros (yirʾá y yaréʾ) comparten raíz con el tercero (raʾá). Tanto es así, que basta con añadir una Yod al principio de ראה (raʾá) para tener יראה (yirʾá).
El verbo רָאָה pictográficamente nos aclara este concepto de «ver, considerar, entender«, que no es un concepto intelectual como el nuestro (que descendemos del pensamiento griego), sino existencial, mostrándonos a un hombre (Resh) delante de Dios (Álef) que se manifiesta (He). El temor (יִרְאָה), por tanto, son las manos o fuerzas (Yod) del hombre (Resh) dirigidas al Dios (Álef) que se le manifiesta (He). Es fácil que venga a la mente la imagen de un hebreo, alzando sus manos ante la grandiosidad de la manifestación de Dios en el Sinái, ¿no te parece? Pues esa reacción gráfica es la más pura explicación del concepto yirʾá haʾelohim (Temor de Dios).
Ya tenemos la primera definición hebrea para el concepto que venimos considerando. El Temor de Dios es levantar nuestras manos, o mejor, orientar nuestras fuerzas y capacidades al Dios que se manifiesta en nuestra vida.
Pero había otra palabra, que usaba el Salmista (36, 2): «oráculo de rebelión del malvado: en lo profundo de mi corazón, no existe temor (pajád) de Dios delante de sus ojos».
En este salmo, el rey David describe aquello que aconseja el corazón del malvado y lo expresa diciendo «en lo profundo de mi corazón, no existe temor de Dios delante de sus ojos». La palabra ʾayin significa «ser nada», «no existir», «no tener entidad» y, generalmente, se traduce por «no» a secas. Pero es interesantísimo, el malvado esta vacío de pajád (temor).
La pictografía de la palabra פַּחַד nos muestra una boca (Pe) rodeada por una valla (Jet) que tiene una puerta (Dálet). La letra Pe (boca) también significa «lengua», «habla», «comunicación», «diálogo»; y Dálet es una «puerta», un trozo de tela que cuelga de una barra en la entrada de la casa, es decir, algo que depende de algo. Este concepto de temor de Dios, del que habla el salmisa, por tanto, se refiere a una relación (comunicación) protegida, custodiada con celo, una relación de dependencia de Dios. Ya he dicho varias veces que el propio Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la Puerta (Dálet)» (Jn 10, 9). Por lo que pajád nos habla de guardar, proteger, conservar, con celo nuestra relación, nuestro diálogo con Jesús.
La ensencia del malvado, su oráculo, el consejo que mueve el interior de su corazón es, entonces, «la ausencia de relación con Dios-Jesús ni aún delante de sus ojos, es decir, ni cuando está presente mirándome a los ojos».
Ya tenemos los dos conceptos hebreos que componen el Temor de Dios, ya podemos comprender el Don de Temor de Dios.
En el Bautismo se me dio un regalo gratuito, un don: el Temor de Dios, es decir, la capacidad para contemplar Su Acción en mi vida y orientar todo mi ser, mis fuerzas hacia Dios-Jesús; y la capacidad necesaria para proteger mi relación íntima y personal con Jesús-Dios. ¡ESTO ES EL TEMOR DE DIOS! ¿No es una maravilla? ¡Es un Don, un Regalo gratuito e incondicional que se me ha dado!
Naturalmente, como con todo regalo, podemos usarlo y disfrutar de él o no hacerlo, guardándolo en un armario o trastero de la casa. La buena noticia es que, al ser un regalo gratuito e incondicional, aunque lo guardes, aunque te hayas olvidado de que lo tienes, que te fue regalado, sigues teniéndolo en el trastero, ¡puedes ir ahora a por él! Tendrá polvo, probablemente, habrá que limpiarlo cuidadosamente antes de empezar a usarlo al 100%, pero ¡ahí está! Dios no quita lo que da incondicional y gratuitamente… eso es predicación absurda, fruto del pensamiento moralista y de la mala interpretación de los Talentos. El Señor no les quitó los talentos a sus siervos al ver que no los usaban correctamente, sino sólo cuando volvió, es decir, en el momento de nuestra muerte, de nuestro encuentro con Él. Cierto que el Señor te ha revestido de unos dones y carismas gratuitos e incondicionales, pero también es cierto, que cuando muramos, se nos quitarán los dones y carismas que despreciamos, pensando que no los teníamos, que en realidad Dios nos estaba pidiendo hacer algo que no nos había dado antes. ¿Ves cómo de diferente es una cosa de la otra?
Dios-Jesús nos da todo lo que necesitamos para que se lleve adelante Su Voluntad. Por el contrario, si Ésta no se realiza en nuestra vida, no es porque somos débiles, pecadores, apocados, etc., sino porque despreciamos la Gracia Gratuita de Dios y pensamos que debemos hacerlo con nuestro simple esfuerzo, y luego nos asombramos de que Dios nos esté pidiendo algo que supera nuestras fuerzas… este desprecio se llama «resistirte a la Gracia» o, dicho de otra manera, «anteponer tu voluntad a la de Dios, pensando que es mejor que la Suya».
El Temor de Dios, como decían el resto de lecturas de hoy, es quien lleva a Jeremías (20, 10-13) a preferir la muerte a manos de sus enemigos antes que traicionar a Dios y dejar de alabarle con todo su ser. El mismo temor que mueve al Salmista (68, 8-10, 14-17, 33-35) a soportar todas las penalidades que narra el salmo responsorial por amor a Dios, por el celo que tiene a guardar y conservar su relación íntima con Él. El mismo temor que llevó a Jesús-Hombre (Rm 5, 12-14) a hacer la voluntad de Su Padre con tal de no se perdiera para siempre la relación íntima y personal entre Dios y el Hombre.
En definitiva, el mismo Temor que nos recuerda que todo lo que nos ocurre en nuestra vida (incluso la caída de un sólo cabello) está «dispuesto», forma parte de la «providencia» de Dios Padre, que proteje nuestra vida, nuestra relación con Él, de cualquier enemigo y nos envía a dar testimonio sin miedo alguno a la muerte, a las desgracias, al sufrimiento, etc. Porque Él está detrás de todo lo que nos ocurre y porque, si no somos testigos de Su Amor con nosotros, delante de los hombres, por más que se rían de nosotros, nos insulten o nos desprecien con sus pecados diarios… un día descubriremos que pasamos la vida despreciando el Amor de Dios, despreciando Su Poder, desconfiando de Su Providencia… y que todos nuestros afanes mundanos, nuestras vanidades y nuestros deseos de honra, gloria y bienestar se consumirán en la nada, en el fuego de la Gehenna.
No niegues a Jesús cuando se te presenten los pecados de los demás, puedes no hacerlo. ¡Tienes el Don! ¡No lo desprecies! Antes bien, da testimonio de Su Amor por ti, siendo pecador; amándoles a ellos, siendo pecadores.