3er Domingo de Adviento

«¡Gaudete in Domino semper!»

Filipenses 4, 4

Estamos ya en el Tercer Domingo de Adviento, el llamado Domingo «Gaudete» o también, el Domingo de la Alegría. La Navidad está cerca, ¡Jesús viene!

En su homilía, el P. Yves nos recuerda que «hoy, el Señor, se hace presente en nuestra asamblea y lo hace de una manera potente» para «darnos una Buena Noticia». ¿Cuál es esta Buena Noticia? «¡La elección divina!», responde el P. Yves. «Hoy es un día para estar agradecidos, porque el Señor nos ha mirado, a ti y a mí; y, en nuestra miseria, ¡nos ha elegido! Gratuitamente, por el amor tan grande que nos tiene». El Evangelio de la Misa comenzaba diciendo: «Surgió un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan», esto es, «Dios, a ti y a mí, nos ha elegido para una misión: para ser mensajeros de la Buena Noticia».

Esta elección «¡es impresionante! El Señor Dios», conociéndonos profundamente, allí donde nadie nos conoce; viendo perfectamente aquello que nadie ve, de ti y de mí, «no ha tenido asco de nuestros pecados, nos ha elegido así», tal y como somos.

¿Cuál es esta Buena Noticia? «A Juan, todos le tenían por el Mesías», nos recuerda el P. Yves, «para «él no negó, sino que confesó». «La Buena Noticia, hoy, es que ¡Dios existe!… y no eres tú. El Mesías, el Salvador, existe, queridos hermanos, y este Salvador de tu vida, de tu familia, de tu barrio… no eres tú. De modo que, hoy, tú puedes descansar viendo que ¡hay un Cristo que viene a salvarte de tus pecados, a rescatarte, a decirte […] que tú no te mueres, que la Vida Eterna, hoy, se te ofrece a ti».

«Muchas veces, nos preguntamos, ¿cuál es la voluntad de Dios para nosotros? ¿Por qué nos ha llamado? Hoy, el Señor nos contesta», por medio de la segunda lectura: «ésta es la voluntad de Dios respecto de vosotros en Cristo Jesús»:

En primer lugar: «¡Estad siempre alegres!»

«Este mundo», las ideologías que lo mueven, «ha conseguido que vayamos todos con la cabeza agachada», por ejemplo, «con el móvil, dichoso móvil. Y, encima, han conseguido», continua el padre, «que tengamos todos ‘tapabocas’ para que ya no se puede ver más que alegrías falsas. Pues, hoy, el Señor viene y nos dice: ¡estad siempre alegres!». Este mandato de Pablo a los filipenses, es «¡importantísimo!», tanto que Pablo agrega: «¡os lo repito! ¡Estad siempre alegres! Y añade: ¡porque el Señor está cerca!».

Esta verdad, esta certeza, «es nuestra alegría, una alegría que nadie nos puede quitar. A lo mejor, tú y yo pensamos que, si el día 22 de diciembre, Sorteo de Navidad, nos toca el primer premio, todo cambiará en nuestra vida». De hecho, podemos llegar a ser tan necios y ciegos «que algunos esperamos que nos toque el premio sin ni siquiera haber comprado el boleto». Cuántas personas «ven que le ha tocado algo al vecino, y no a ellos, y se les cae el mundo encima; porque su alegría estaba puesta en eso».

Por eso, «hoy, el Señor quiere darnos, a ti y a mí, una alegría que nadie, ni el sufrimiento, ni la pandemia, ni el miedo, podrá quitarnos: la alegría de sabernos salvados [y amados tal y como somos] por Dios».

En segundo lugar: «¡Sed constantes en orar!»

«Ojalá, hoy, pudiéramos darnos cuenta», prosigue el P. Yves, «que perdemos nuestra vida a chorros porque no dedicamos ni un minuto para dar gracias y bendecir a Dios». Sin embargo, esta acción de gracias y la bendición constante al Señor «son importantísimas para recibir esta alegría que sólo te puede dar el Espíritu Santo, certificando en tu corazón que ¡tú eres hijo de Dios!». Que «tú tienes una dignidad muchísimo más grande de la que, en el día a día, el demonio te hace pensar», por medio de engaños y falsas interpretaciones, «y te tiene esclavizado». Por eso, el padre, nos invita, nos urge: «sed constantes, queridos hermanos, en la oración», para no ser engañados por el demonio, ni por el mundo, ni por nuestra debilidad.

En tercer lugar: «Dad gracias en toda ocasión»

¿A qué se refiere San Pablo? A que «hoy, en la realidad con la que vienes a su presencia», una realidad que no siempre es de alegría y esperanza, a veces, nos envuelve el miedo y el temor; que no llegamos a final de mes, que no tenemos ni encontramos trabajo; que mis hijos me tienen abandonada en mi vejez y tantas aparentes desgracias que traemos cada uno de nosotros; en esta realidad, en nuestro sufrimiento particular, nos recuerda el padre Yves, «el Señor te espera para darle gracias a Dios».

«Hoy es un día para estar alegres porque se acerca Jesucristo», la Liturgia ha cambiado el color morado por el rosa, «de manera que, hasta nosotros», bromea el padre Yves, «que no nos pega para nada, nos atrevemos a ponernos así», refiriéndose al color rosa de su casulla, «para dar un poquito de alegría a uno, porque el cura este se ha puesto de rosa, que encima es negro y es totalmente contradictorio».

«El Señor a ti y a mí nos ha llamado a una cosa que es fundamental, nos ha dado una misión […], a todos y a cada uno de nosotros por nuestro bautismo […]. Decía la primera lectura: ‘El Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados y proclamar la amnistía a los cautivos». Este envío, cualquiera de nosotros puede recibirlo para sí mismo, «poder recibir la libertad. Poder ver que podemos vivir sin ataduras del mundo». Sin embargo, «muchas veces, lo que pasa, es que nos miramos a nosotros mismos… y solo vemos nuestros pecados». «Pues, ¡hoy es un día para levantar los ojos! Para mirar a Dios que viene y que lo hará en nosotros».

La segunda lectura «terminaba diciendo: ‘¡el que os llama es fiel!’. Queridos hermanos», sigue Yves, «Dios, que nos ha llamado a la Santidad, ¡es fiel! Y ¡Él lo realizará! De modo que, hoy, tu sufrimiento, tu miseria no es impedimento alguno para que Dios pueda obrar milagros en ti, para que, hoy, tú puedas participar de la Evangelización».

El padre nos invita a rendirnos, a bajarnos el moralismo exigente y «reconocer que esta llamada de Dios es gratuita, que esta llamada de Dios se realiza en nuestra humildad. Fijaos, todos tenían a Juan por el Mesías. ¡Qué fácil habría sido para él haber dicho: ‘Sí, soy yo’. A ti y a mí, muchas veces nos gustan los halagos, que nos hagan todos reverencia por ahí por donde vamos. Sin embargo, dice la Escritura, ‘él [Juan] confesó y no negó, confesó: Yo no soy el Mesías'».

«Queridos hermanos, que hoy podamos descansar allí donde tú y yo llegamos», no damos la talla, «podamos decir: ‘Menos mal que yo no soy el Salvador’. Necesitamos que Otro venga a salvarnos. Podemos gritar, en todo este tiempo: ¡Ven, Señor. Ven a salvarnos!»

«Estemos alegres, hermanos, en este tercer domingo de Adviento, porque, en nuestra realidad de pecado, Dios viene a hacer pascua con nosotros. Pidámosle al Señor, hoy, que nos conceda esta gracia: participar de la evangelización», sabiendo «que nosotros somos sólo la voz, que lo importante es la Palabra que le acompaña. Nosotros, como estas velas», refiriéndose a la Corona de Adviento, «nos derretimos para que el mundo reciba la vida. Mientras entregamos nuestra vida en tu matrimonio, el otro recibe la vida. Esta es nuestra misión como cristianos. Pidamos al Señor la gracia de no resistirnos al mal. La gracia de ver que nadie nos quita la vida, sino que nosotros la damos libremente, para la salvación de este mundo, de tu matrimonio, de tus hijos, de tu vecina del cuarto, etc».

«Pidamos esta gracia al Señor», concluye Yves, «pidiendo la intercesión de San José, patrono de la Iglesia, en el año santo que el Papa a decretado en su honor».

¡Feliz Adviento!