7 de abril: San Pedro Nguyen Van Luu

Hoy quiero hablar de un santo para llegar a “otro” que seguramente acabe siéndolo y utilizando a un tercero como nexo.

Yo me entiendo.

Hace 160 años, justo hoy, que Pedro Nguyen Van Luu y otros 116 cristianos vietnamitas fueron martirizados por orden de un emperador con nombre de malo de película de James Bond; el rey Tu-Duc.

En Vietnam y alrededores el Hinduismo o el Budismo han marcado su historia cultural.

Tras una historia muy truculenta y llena de misticismos extraños en el s. XIX llega al poder la dinastía Nguyen.

Con ello mucha gente, por temor a la represión se cambia el apellido para llamarse igual que sus monarcas: Nguyen.

Es el caso de la familia de nuestro protagonista.

Vaya lío tenía que ser aquello…

“Nguyen, ve a por pan”. Y claro, nadie iba. “Nguyen, pon la mesa”. Y bronca de madre a la vista.

Hoy el 40% de los vietnamitas, debido a esta costumbre, lleva ese apellido.

Pedro, cuya familia había sido evangelizada por jesuitas portugueses, apuntaba maneras desde el primer momento.

Ingresó en el seminario de Penang, fue catequista antes que fraile en la frontera con Camboya, enviado como párroco a Mac Bac (que no Big Mac) y luego a Sa-Dec… y ya no sigo.

Pero vamos, que hizo currículum.

Off-topic os pongo el templo de Angor Wat, en la selva de Camboya.

Un día, un arqueólogo francés estaba perdido por la jungla y se lo encontró, «anda, un templaco»; así sin más: da para una de Indiana Jones, pero hoy no tenemos tiempo. Hay que contar algo más importante.

Al emperador Tu-Duc no le gustaba para nada todo lo que venía en ese momento de Occidente.

Él era un tipo de tradiciones: hasta 103 concubinas dicen que tuvo, eso sí, ningún descendiente.

Fue el último emperador que ha tenido Vietnam.

Por lo que fuera comenzó una persecución feroz contra los cristianos.

En la primera intentona Pedro no fue hecho prisionero, un sacerdote era muy valioso, y se escondió o le escondieron bien.

Pero luego empezó su gran misión: sobornaba a los carceleros de sus compañeros e introducía cartas y les daba los sacramentos, además de exhortarles.

Lamentablemente, un día, tuvo un descuido y fue apresado.

Fue condenado a morir decapitado, aunque le ofrecieron un trato para salvar la vida.

Únicamente tenía que pisar una cruz que le pusieron en el suelo.

Pero he comenzado contando el final, así que ya sabéis que ni Pedro, ni ninguno de los 116 compañeros mártires lo hicieron y todos fueron decapitados.

Los verdugos abandonaron su cuerpo, por miedo a los espíritus que podrían vengarse de ellos, así que pudo ser cristianamente enterrado.

Por ello, Juan Pablo II, en 1988 les canonizó a todos en una Plaza de San Pedro a rebosar.

Y es aquí donde introduzco a estos dos cracks.

A uno ya le conocéis, es uno de los personajes históricos más importantes de todo el s. XX, y no porque yo lo diga.

Al otro quizá no: se trata del Cardenal FRANÇOIS XAVIER NGUYEN VAN THUAN.

Así en mayúsculas porque tiene una vida espectacular que yo estoy descubriendo leyendo un libro suyo.

Lo escribió durante los nueve años que estuvo encarcelado cuando le nombraron obispo en Saigón.

Tras esos años en los que estuvo totalmente aislado de cualquier contacto humano, San Juan Pablo II le trajo al Vaticano.

Le hizo Cardenal, luego Presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz; y entre tanto se hicieron amigos.

Más de una vez dirigió los ejercicios espirituales del Papa.

Murió en el 2001. Su amigo le declaró digno de veneración. Está en proceso de beatificación en estos momentos.

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