Ojocuidaó que Casilda era hija del rey moro de Toledo.
Nuestra santa de hoy, a lo que se dedicaba con vehemencia era a ser más buena que el pan.
Digamos que era de hacer buenas acciones: sobre todo le gustaba visitar enfermos en las cárceles.
Y las mazmorras de su padre estaban atestadas de… ¡de qué si no!: cristianos.
Pasó lo que tenía que pasar. A base de charleta, y de kerygma para arriba y para abajo, acabó convirtiéndose.
Su padre, claro, estaba a las cosas de padre: “a ver si la encuentro marido y se le quita la tontería”.
Eran muy así en la Edad Media.
Un día quiso hacerse el encontradizo con ella, cuando iba hacia la cárcel a llevar pan a sus amigos cristianos.
“Hombre, Casi, ¿qué llevas ahí?”.
“Nada, padre, flores”.
“¡Con lo que me gustan a mí! Enséñame a ver”.
Y Casilda, que llevaba el pan arrebujado entre las vestimentas de princesa, muestra la mercancía.
Pero, en efecto, lo que apareció a la vista del padre fueron rosas.
Este es un milagro muy común en algunas otras santas de la Edad Media: a Santa Isabel de Hungría y Santa Isabel de Portugal les sucede algo parecido.
También hay un milagro de la virgen de Guadalupe que guarda relación con las rosas.
Simboliza, primeramente, la presencia o acción de Dios y también es signo, por su color rojo, de la Pasión de Cristo. Por último, se asocian a la Virgen María y su feminidad perfecta. El acontecimiento les ocurre, siempre, a mujeres.
Otro tema: Casilda quería ser bautizada pero a ver cómo se lo proponía a su padre.
Entonces, ocurrió que Casilda se puso mala-malísima, del mismo mal que la hemorroísa del Evangelio.
A Casilda se le aparece una visión y se le anuncia que, para curarse, tiene que ir a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca. A Burgos, vamos.
En plena Reconquista, ir de Toledo a Burgos siendo musulmán era muy parecido a la situación actual de coronavirus: lo mínimo que te caía era un multazo.
Pero, un padre es un padre y hace lo que sea por su hija, así que montó una comitiva especial, pidió los salvoconductos pertinentes y se pusieron en camino.
Por supuesto hubo parada en Burgos para bautizarse, el padre pues miraría para otro lado y listo.
Por descontado que al llegar a los lagos, bañarse y demás, Casilda se recuperó.
Pero no iba a volver a Toledo sino que se quedó de ermitaña en la montaña burgalesa.
Se consagró a Cristo y vivió, hasta muy avanzada edad, en oración y en soledad.
El padre se quedaría un poco “vizconti” y, aunque no hay testimonios de que se convirtiera, que le quiten lo bailao.
A Casilda la enterraron cerca de una pequeña ermita que se hizo construir: hoy es todo un santuario donde hay muchas peregrinaciones.
Allí están sus reliquias. En Burgos se la conoce como “la reina virgen mora que vino de Toledo”.
Si por fuera mola, ¡flipad por dentro!
Ale, ya paro.
A mí, me gusta pensar que Santa Casilda estuvo allí.