Hay que tener cuidado, jóvenes lectores.
Que ya estamos leyendo Leónidas y automáticamente nos teletransportamos a la batalla de las Termópilas (480 a. C), donde el rey de Esparta, Leónidas, con un puñado de hoplitas (unos 300 según la leyenda) aguantó el tirón de un ejército de un millón de desalmados persas hasta que cayeron víctimas de una traición.
Todo esto lo cuenta Herodoto. Y también la película mítica de Zack Snyder basada en el cómic de Frank Miller en una versión bastante libre del asunto.
A nuestro Leónidas le cuenta Eusebio de Cesarea.
Estamos de nuevo en Alejandría, con su faro y su biblioteca a todo bullir, muy a comienzos del s. III. Gobierna el emperador Septimio Severo.
No nos podemos poner con su vida, porque habría para rato, pero a ver, su hijo fue Caracalla, un emperador que realizó uno de los sitios más espectaculares de Roma. Las termas de Caracalla.
«Ya te estás pasando, que estamos hablando de Roma». No. Mirad.
Bueno, después de enseñaros el mejor balneario que la gente ha conocido y de echar flores a emperadores romanos, vamos a lo importante. A ponerles de ajo-perejil.
Septimio había nacido en el norte de África por lo que tenía bastante cariño a Egipto.
Su política contra los cristianos era bastante apaciguadora. Quiero decir, si no te pillaban haciendo cosas de cristiano podías estar tranquilo.
Pero en Egipto, no se sabe por qué, Eusebio cuenta que Septimio proclamó un edicto por el que los cristianos que no renegaran de su fe fueran degollados.
Y aquí es donde entra nuestro Leónidas.
Leónidas era un estudioso de las Sagradas Escrituras, amén de filósofo y padre de familia. Era conocido en toda Alejandría, y con él sus discípulos. No se ocultó demasiado porque no tenía ningún miedo a morir mártir y una mañana fue apresado seguramente tras chivatazo de algún pelota profesional de los que abundaban.
Al no renegar de Cristo ante las autoridades murió degollado junto a algunos de sus acólitos. Era el año 202. La famosa eficacia del Imperio Romano.
Importante de Leónidas es que su primogénito, que tenía 17 años al morir su padre, era el archiconocido Padre de la Iglesia llamado Orígenes.
Este señor es todo un personaje. Su padre le había inculcado bien profundo el amor a las Escrituras y de verdad que su hijo no le defraudó en este sentido. Salió empolloncete el chaval.
Intentar contar aquí su pensamiento y obras (según San Epifanio de Esmirna escribió más de 6000, San Jerónimo lo reduce a 800) es completamente inútil pero para resumir podemos decir que se metió en todos los fregaos teológicos habidos y por haber de la época.
Se peleó con obispos, mandatarios, fue torturado a causa de su fe y sobrevivió, fue profesor itinerante por todo próximo oriente y hasta enseñó teología a la madre del emperador Septimio Severo.
Una vida tranquila es lo que tuvo Orígenes.
Al estar enfadado con tanta gente, incluso del mismo bando, sus enseñanzas fueron vilipendiadas durante siglos. El emperador Justiniano llegó a quemar casi toda su obra conocida, y eso ya con el cristianismo en auge. Se llegó a decir que no fue santo porque se autocastró.
Hay mucha leyenda con todo este tema.
La cosa es que por lo que fuera no es santo, como su padre, pero sí que ha influido en grandísimos santos e incluso en teólogos y papas del s. XX como Benedicto XVI que bebe de sus fuentes según sus propias palabras. Aquí os dejo el texto: http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070425.html