«No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles».
Hebreos 13, 2
Santa Zita, patrona de la ciudad italiana de Lucca, la gran desconocida de la Toscana: allí nació y allí murió, y de allí jamás salió.
Se puede ser santa también así, vaya que sí.
Lucca no es cualquier sitio. Lo tiene todo.
Es una ciudad con la población de Ávila (también tiene su muralla) que fue durante 500 años república independiente, una ciudad-estado como Dios manda, hasta que Napoleón puso a su hermana a gobernarla. Era mucho de eso Napoleón.
Pues bien, Zita nació aquí en 1218, en el seno de una familia muy pobre, así que con 12 años se fue a una casa de una gran familia a servir. Si algo podemos aprender de Santa Zita es a servir de verdad.
Familias de este tipo abundaban en una ciudad molona como Lucca.
La de nuestra protagonista era la familia Fatinelli.
Zita, desde pequeña, había sido mucho de rezar. Mira que su familia era pobre pero a ella, lo que le conmovía el corazón, era que cuando salía de misa, lo que observaba era una cantidad de pobres de solemnidad descomunal.
Esto le hacía cavilar mucho, ser distraidilla y estar orando sin parar para que a este tipo de cosas el Señor les diera una solución.
Sus compañeros, los otros criados de los Fatinelli, pues imaginaos:
«Zita, que se te queman las lentejas», «Zita, mira la pila de platos que tienes para fregar», «Zita, esos suelos están enguarrinaos», «Zita, los recados…»
Y claro, se reían de ella, le ponían motes, y se chivaban al amo. Nuestra futura santa, a lo suyo.
Había regalado su cama a un mendigo, así que dormía en el suelo, sobre un saco. Sus mejores trajes, que no eran precisamente «guccis», también los donaba a quien veía con necesidad.
Y si no tenía, pues iba a la casa de sus amos y sopesaba: «a ver que les sobra a los Fatinelli». Y cogía con libertad lo que pillaba y así, los pobres de Lucca pues iban bien guapos y no pasaban tanto frío o hambre.
Claro que esto le dio algún problemilla. Se iba a rezar y quedaba el pan sin hacer, los sirvientes que «dónde estará esta chica» pero cuando volvía el pan estaba ahí hecho. Algo parecido le pasó a San Isidro también.
Cogía sacos de alubias de los almacenes de Fatinelli, no uno ni dos (hay veces que Zita se pasaba), pero cuando este iba a ver si faltaba algo había mucho más de lo que había «cogido prestado» Zita.
La señora de la casa cogió cariño a esta criada peculiar y le regaló un manto precioso.
«Este no lo regales, niña», le dijo como consejo.
Pero Zita era mucha Zita.
Un mendigo le señaló la capa un día al entrar en misa en la iglesia de San Frediano y nuestra protagonista se la prestó hasta que saliera del templo. Así era.
Naturalmente, cuando salió, ahí no había mendigo por ningún lado y, por supuesto, tampoco manto. La señora, al llegar a casa, pues broncón del quince a Zita.
¿Qué pasó? Que el día de Navidad, por la noche, alguien llamó a la casa. Era un tipo misterioso y llevaba un hatillo con el manto preciosísimo de Zita. «Creo que esto de aquí es de alguien que vive en esta casa».
Y tan pronto como dijo esto, desapareció.
En esta misma iglesia es donde se conservan los restos de Santa Zita. Y qué restos.
¿Cómo os quedáis?
Zita murió con 60 años, siempre estuvo al servicio de los Fatinelli, que no dejaron de flipar con todo lo que le pasaba a su sirvienta. León X la canonizó en 1696.
Es patrona, cómo no, de todas las amas de casa y de todo el que trabaja como servicio doméstico.
Así que apuntad Lucca si alguna vez vais a Pisa o Florencia. Está al ladico. Muy cerca de la playa. Yo ya no puedo venderlo mejor.
Que alegría tener una patrona las amas de casa jjjj
Santa Zita, ha dejado el listón bien alto a todas nosotras
Pero para Dios no hay nada imposible
Gracias David
Una biografía muy bonita e interesante