Puf. No todo el mundo tiene un retrato realizado por Roger van der Weyden (este de arriba).
Nuestro santo de hoy lo tiene. Pero a ver cómo os cuento una cosa de van der Weyden: los especialistas apenas le otorgan oficialmente 3 ó 4 obras (el resto se las endiñan a su taller, era vaguete el bueno de Roger), dos de ellas las tenemos en España; una es el conocidísimo Descendimiento de El Prado y la otra es una de esas maravillas ocultas que descansan escondidas en lugares tranquilos, en este caso en el monasterio de El Escorial. Flipad.
Pero a lo que íbamos. Ivo nació en la Bretaña francesa en 1253 y fue bautizado como Yves Helory de Kermartin. Por su nombre sabréis que era de alta alcurnia.
Bretaña es un sitio donde llueve mucho, la gente trabaja a destajo y tiene fama de testaruda y por donde casi siempre pasa el Tour.
A Ivo le mandan de jovencito a estudiar Derecho a París, que es lo suyo siendo de la nobleza bretona. Después fue a Orleans para especializarse en derecho canónico ya que tenía la idea de hacerse juez eclesiástico (que ya hay que tener vocación para algo así) y tras eso, y con un boletín de notas de primero de su promoción, volvió a casa.
«Padre, que me he hecho un hombre de bien, a ver si puedo ejercer en alguna archidiócesis» soltó Ivo al regresar.
«Voy a preguntar a mis contactos en Rennes a ver si les hace falta un empolloncete como tú» contestó su padre.
Dicho y hecho: a Rennes que fue, cumpliendo su sueño de ser juez eclesiástico.
Pero Ivo no era el típico pijillo y creído que no tiene en cuenta a los demás: si no cualquiera sería santo. Miró a su alrededor, vio el percal que le rodeaba, donde todos abusaban de los débiles y hacían unos chanchullos inefables, y decidió que él no iba a dejar que las cosas fueran así.
Tampoco os he dicho que era muy de ayunos y penitencias y que no tenía colchón. Lo de prescindir de colchón es bastante de santo. Se había tomado en serio sus votos menores (que muchos hacían por esos tiempos pero pocos cumplían) y empezó a destacar por impartir una justicia a la que no estaban acostumbrados sobre todo los ricos de la zona.
«Reclamo las cinco vacas del campesino Roland, que no me paga nunca a tiempo los arriendos» le contaba un terrateniente. «Pero vamos a ver, señor Dupont, que tiene usted ya 7000 reses, y a este hombre le faltaría el sustento diario… nada, nada; le va dar otras cinco vacas bien gordas y verá como le paga la próxima vez» discurría el juez Ivo.
Y así siempre. La gente encantada porque no había pleito que no dejara contentas a las dos partes. Ivo todo lo ofrecía al Señor ya que únicamente se sentía su siervo.
Había una costumbre en la época que era regalar cosas caras o viandas de gourmet a los jueces. Eran otros tiempos. Se hacía tanto antes como después de los juicios: vaya desparrame. Se presentaba la gente con cinco gansos para hacer paté o un collar con incrustaciones y, hombre, cómo le iba a decir el señor juez que eso no estaba bien.
Casi todos aceptaban los regalos. Ivo de Kermartin estaba claro que no.
Todo esto le incomodaba cada vez más así que el bueno de nuestro juez decidió hacerse sacerdote y vivir sus últimos años como párroco en una iglesia bretona de pueblo.
Antes construyó un hospital con su herencia y de lo que todavía le sobraba lo donó para la construcción de iglesias por los pueblos de la zona. Imaginad lo contenta que se ponía la gente al verle.
En 1303, ya muy batuqueado, y sin cesar en sus ayunos y ayudas al prójimo, se sintió mal tras la misa de la Ascensión. Días después, un 19 de mayo, falleció y su fama no dejó de agrandarse.
Tanto es así que fue canonizado apenas cuarenta años después por el papa Clemente VI. Por supuesto es patrono de los abogados y de ahí viene ya lo penúltimo que hoy os cuento.
En 1660, Francesco Borromini, terminaba esta iglesia dedicada al santo de hoy, y anexa a la antigua sede de la Universidad de La Sapienzia, que quizá desde el patio no os diga mucho pero su interior es único e irrepetible.
Borromini era especialista en encargos extraños y difíciles: más bien él convertía los encargos en extraños y tortuosos. Si le contratabas sabías lo que había. Fue el gran rival de Bernini (no hay un sitio en Roma en el que no haya una obra de Bernini cerca) y por eso acabó como acabó. Otro día os cuento eso.
La cosa es que lo que hizo Borromini en Sant´Ivo es fabuloso.
Borromini no hace otra cosa que buscar el centro di gravitá permanente, parafraseando al gran Franco Battiato, que murió hace un año. Para mí fracasó. San Ivo, sin duda lo encontró.
♫Cerco un centro di gravità permanente♫
♫Che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose sulla gente…♫
♫Estoy buscando un centro permanente de gravedad♫
♫Que no me deje cambiar de opinión sobre las cosas, sobre la gente…♫
Por cierto, felicidades al padre Yves, que hoy es su santo.