3 de junio: San Carlos Lwanga y compañeros lo

Hoy toca un relato triste. Uno encerrado en el cajón de la Historia, donde van las cosas incómodas o las que nos tocan de refilón.

Uno donde parece que es mejor no mirar. Hoy toca viajar a África.

Existió un reino, en la parte sur de lo que hoy llamamos Uganda que se llamaba Buganda. Estamos en la segunda mitad del S. XIX.

Como todo reino tenía un rey, que tenía por nombre Mwanga II. Como todo rey, este tenía sus súbditos.

Algunos de ellos eran cristianos. Uno de ellos era Carlos Lwanga.

Grabado de época del rey Mwanga II

El problema del rey era, básicamente, que su primer ministro era un brujo llamado Katikiro que malmetió contra las misiones francesas e inglesas que habían ido durante la colonización africana a propagar la Buena Noticia de Jesucristo.

Hay que fastidiarse, un primer ministro brujo.

Digamos que durante el reinado del padre de Mwanga todo el tema religioso había ido tranquilo y hasta se habían construido iglesias ya que los gobiernos francés y británico tenían muchos intereses puestos en estos países.

Ya os podéis imaginar los intereses que tenían estos gobiernos. Vamos a dejarlo todo en un elegante «no buenos». La cosa es que habían podido ir sacerdotes a evangelizar y el Cristianismo pues había calado.

Pero el ministro brujo Katikiro pues no tenía mucho gusto en que le fueran a decir qué hacer o cómo hacer tal rito, bueno era él, sobre todo a raíz de que la corte del rey se llenara de jóvenes sobradamente preparados que profesaban sin tapujos el Cristianismo.

Mi vida en marcha: EL CRISTIANISMO EN ÁFRICA (estudio)
Los padres Blancos del Cardenal Lavigerie fueron los que empezaron esta misión: vaya máquinas, y qué hábito más chulo

Aprovechando que los británicos y los franceses miraban para otro lado Katikiro urdió un plan.

Sabía que el rey era aficionado a unas fiestas en las que es mejor que no entremos en detalle (ejem, ejem) a las que los cristianos no acudían y es más, denunciaban.

«Mi señor, que no se puede tratar a la gente así de mal, que la sagrada escritura pone aquí esto y aquí lo otro, que así vamos muy muy mal» le decía nuestro Carlos Lwanga, que era un consejero muy próximo al monarca.

Y como el rey era bastante amigo de Lwanga pues tampoco le daba mucha importancia. Yo creo que se reía.

Pero Katikiro aprovechó esto para dejar caer al rey que los cristianos le querían fastidiar sus milenarias costumbres y que qué se habían creído. Que si quería podía echar a las misiones. Y que también, si le daba la gana, podía ajusticiar a los que estuvieran en contra.

«Hombre, visto así… echa a los Padres Blancos y también a los anglicanos británicos, y quien se oponga o me diga algo ya veremos qué le pasa» le dijo Mwanga II a su ministro. Y así se hizo.

Gobernar colonias, administrar almas - Misión católica y poder colonial en  la Guinea española bajo el gobernador general Ángel Barrera (1910-1925) -  Casa de Velázquez
También había monjas en las misiones africanas del S. XIX

Me he olvidado comentar que tanto Carlos Lwanga como muchos de estos chicos que se habían convertido eran catequistas. Y muy buenos.

¿Por qué? Porque cuando fueron expulsadas las órdenes religiosas y se quedaron solos contra el peligro no dieron un paso atrás y rehusaron de su fe como había pensado el brujo que harían sino que denunciaron la tropelía y siguieron catequizando a base de bien. Alguno de ellos ni estaba bautizado, no había dado ni tiempo.

Hay veces que el tiempo, la mayoría de veces, no es lo importante.

Katikiro se subía por las paredes y empezó una persecución cruenta contra todos estos chavales jóvenes.

Todo comenzó en la misma corte del rey cuando digamos que los cristianos alzaron la voz directamente al rey por medio de Joseph Mukasa. El resultado fue que Mukasa fue decapitado y Katikiro tenía ya la excusa perfecta para exterminar al resto.

Empezó por Noé Mawaggali, que también es venerado como santo, al que despedazó y sirvió a las hienas que tenía de mascotas. Y prosiguió por Carlos Lwanga y sus compañeros ya que les pilló bautizando el primero a los demás.

Tanto el rey como el brujo le tenían muchas ganas de Lwanga por lo que idearon un «vía crucis» de ocho días por la jungla de camino al lugar donde serían martirizados.

San Carlos Luanga y los mártires de Uganda,3 de Junio,Vidas Ejemplares |  Martyrs, Catholic saints, Saints
Estos son los mártires ugandeses que acompañaron a Carlos Lwanga, algunos eran directamente niños. Nuestro santo es el que aparece entre los dos monjes. Otro de los mártires era hijo del mismo verdugo que les ajustició

Por el camino, los guardias no fueron precisamente amables y según su voluntad pues dejaban colgado a algún chaval de un árbol, o amputando miembros a otros, o intentando que abjuraran de su fe.

Pero no había manera. Al octavo día, en un claro, y ya con todos bautizados por mano de Carlos Lwanga fueron quemados vivos. Carlos dijo como últimas palabras a sus amigos: «recordad que Jesús dijo que al que se declare a mí favor aquí, yo me declararé a su favor en el cielo».

Era el 3 de junio de 1886.

Pablo VI, en 1964, canonizó a todos estos mártires casi olvidados e incluso hizo una mención a los anglicanos que también eran parte del grupo que murió ese día.

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Existe en Uganda una iglesia católica con el nombre de Mártires de Uganda. Hoy hay más de un millón de católicos en todo el país

Para terminar os dejo un fragmento de la conocidísima El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, publicada en 1899 por entregas. Relata la odisea del autor en un viaje por África central. Es muy famosa la novela por la adaptación al cine que hizo Coppola en la película Apocalipsys now (1979).

Refleja como pocas la condición humana.

«La tierra parecía algo no terrenal. Nos hemos acostumbrado a verla bajo la imagen encadenada de un monstruo dominado, pero allí… allí podía vérsela como algo monstruoso y libre. No terrenal y los hombres eran… No, no se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos. Feo, ¿no? Sí, era algo bastante feo. Pero si uno era lo suficientemente hombre debía admitir precisamente en su interior una débil traza de respuesta a la terrible franqueza de aquel estruendo, una tibia sospecha de que aquello tenía un sentido en el que uno (uno, tan distante de la noche de los primeros tiempos) podía participar. ¿Por qué no? La mente del hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, tanto el pasado como el futuro. ¿Qué había allí, después de todo? Alegría, miedo, tristeza, devoción, valor, cólera… ¿Quién podía saberlo?… Pero había una verdad, una verdad desnuda de la capa del tiempo...»

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