El pasado día 3 me quedé con ganas de contar la vida de este santo importantísimo. «Ya otro año», pensé. Aunque a saber.
Pero he descubierto un vacío legal y tras consultar con los abogados de la parroquia podemos proceder a hablaros de él hoy, día 7 de junio.
Os cuento: San Isaac fue martirizado el día 3 de junio junto a un tal Sancho por orden de Abderramán II, emir cordobés. Pero el día 7 fueron algunos de sus compañeros o discípulos a declararse ellos mismos también «culpables» de ser cristianos y fueron decapitados.
(Vale la pena recordar sus nombres porque tela: Pedro, Walabonso, Sabiniano, Wistremundo, Jeremías y Habencio)
Por lo tanto, una tradición une a todos los mártires cordobeses de esos infaustos días y se celebran todos el día 7 de junio aunque San Isaac destaca sobre ellos y por ello se le celebra con afán el día 3.
Según el Memorial de San Eulogio, también mártir de aquella época se nos cuenta esto de cómo estaba el tema:
«En el año 850 (…), año vigésimo noveno del emirato de Abderramán. El pueblo de los árabes, engrandecido en riquezas y dignidad en tierras hispanas, se apoderó bajo una cruel tiranía de casi toda Iberia. En cuanto a Córdoba, llamada antaño Patricia y ahora nombrada ciudad regia tras su asentamiento, la llevó al más elevado encumbramiento, la ennobleció con honores, la engrandeció con su gloria, la colmó de riquezas y la embelleció con la afluencia de todas las delicias del mundo más allá de lo que es posible creer o decir, hasta el punto de sobrepasar, superar y vencer en toda pompa mundana a los reyes de su linaje que le precedieron; y mientras bajo su pesadísimo yugo la Iglesia… era arruinada hasta la extinción»
Osea, que una cosa no quitaba a la otra: Córdoba se convierte en una de las ciudades más maravillosas de la tierra y en ese momento de las más pobladas pero a la vez el Islam entra a saco sin muchos miramientos.
Abderramán II se deja de diplomacias y de entenderse con los cristianos, que en época de su padre, estaban incluso en el consejo real y con responsabilidades importantes.
A los que le replicaban les decía lo que todos los herederos de una corona han dicho siempre: «mi padre era mi padre y yo soy yo». Que está muy bien dicho pero vamos, que empezó a correr la sangre.
Los cristianos al principio pensarían «no se va a atrever» pero pronto vieron que había que convertirse al Islam de los omeyas para poder seguir viviendo en la ciudad.
Es que ese «no se va a atrever» con el hijo de Al-Hakan no valía mucho porque su padre ganó para él el trono tras entrar en la habitación de Hixem II, el anterior emir, y clavarle una daga en el pecho. Después llamó a su hijo y ante unos cuantos testigos le declaró heredero.
Abderramán II sabía lo que había costado ser emir cordobés, no iba compartir el poder bajo ningún concepto.
Los cristianos y judíos tenían una condición especial de «protegidos». Al ser para los musulmanes religiones «del Libro» se les permitía ejercer su fe siempre y cuando no hicieran proselitismo. Con Abderramán II todo este ambiente se recrudece ya que hay unos monjes cerca de Córdoba que no respetan esta ley.
Poco tardan en llegar los juicios.
Pero nos hemos quedado con la palabra en la boca hablando de esos monjes, extraños y fuera de toda norma, que viven en la Tebana, a dos leguas de la gran ciudad cordobesa, que no para de embellecerse a la moda omeya y que a ellos les parece una cosa horrible.
«Esto ya no es lo que era, ¿en qué están convirtiendo nuestra ciudad?, ¿os habéis enterado que el otro día cogieron a Eulogio y le degollaron sin más?». Estas conversaciones tan instructivas era las que tenían estos monjes en el refectorio.
«Eso ya se sabía que iba a pasar, hermanos. A Eulogio le tenían ganas, que iba ciscándose en Alá y en Mahoma por la calle. Creo que en Córdoba todavía quedan muchos cristianos abandonados que necesitan una palabra de aliento» dijo un monje ya madurito que apenas hablaba. Se llamaba Isaac.
«Hay que ir en grupos a la ciudad y proclamar por las calles que Cristo ha resucitado, que el otro día fue la fiesta del Corpus y de Pentecostés y aquí estamos nosotros de charleta». Isaac iba cogiendo ritmo en su discurso y los hermanos pensando «se lía, la vamos a liar, vamos para allá».
Y claro, pues para Córdoba que van en plan comandos.
Pero era una misión suicida. En Córdoba ya prácticamente todo el mundo o se había convertido, o estaba sin salir de casa por miedo, o era espía del cadí.
El cadí es el juez que juzga este tipo de delitos religiosos para los musulmanes.
Pues es a este tío al que le llegan noticias de estos monjes comandados por Isaac por medio de eunucos, antes cristianos, y ahora ni cristianos ni hombres, que se chivan inmisericordiosamente.
Isaac y alguno más acaba con sus huesos en la cárcel.
En el juicio, Isaac, torea con medias verónicas al juez. «Yo aquí he venido a hablar de Jesucristo crucificado y posteriormente resucitado: en esa es la promesa en la que creo. Que resucitaré yo también. No me vendas la promesa del harén ni leches en vinagre».
Isaac y la práctica totalidad de los monjes de la Tebana fueron martirizados por aquellos días.
Un obispo visigodo que no mandaba ya mucho pidió a otros monjes que no siguieran este camino de prácticamente automartirio, que como ejemplo, Isaac, Eulogio y los demás ya eran más que suficientes.
Abderramán II murió también poco después. Antes de hacerlo mansamente en su cama tuvo que decidir un heredero: no fue fácil, entre medias le intentaron envenenar dos veces.
Culturalmente ha sido tratado por la historiografía a la altura de Carlomagno (compartieron época). Yo pienso que, teniéndolo todo, fue un hombre profundamente infeliz.
Creo, firmemente, que San Isaac y sus compañeros mártires, no lo fueron.