Julita, una viuda de Iconio, vivía con su hijo Quirico de manera acomodada porque su marido le había dejado al morir unos buenos dineros y tierras y además, por él, había conocido el Cristianismo, cosa que le daba mucha seguridad, no me digáis.
Pero en esto aparece uno de los cuatro edictos del mentecato de Diocleciano donde manda que todo el mundo sacrifique a Júpiter o Deméter e Iconio ya no parece ese lugar seguro y apacible porque todos conocen a la familia, y chivatos nunca han faltado cuando se trata de medrar en un imperio.
Julita coge una túnica de repuesto y dos mudas, a su hijo Quirico (que tiene 3 años de edad) y a dos sirvientas, porque una ha sido noble patricia toda su vida, y tira hacia la provincia romana de Seleucia.
Grave error.
En Seleucia la cosa estaba aún peor, los seléucidas siempre han sido un poco mala gente, y muy suyos, descendientes de un sátrapa de Alejandro Magno, estaban gobernados en ese momento por un tal Alejandro.
Alejandro era un psicópata, ya está, ya lo he dicho.
Julita, al enterarse dio media vuelta y cogió el camino a Tarso.
Pero su porvenir ya estaba escrito: llegando a Tarso se encuentran de cara con la comitiva de Alejandro, que andaba haciendo de las suyas por ahí.
«Hombre, Julita, que nos habían dicho que te habías ido de Iconio, qué cosa más rara, ¿no? Andábamos buscándote para preguntarte»
Julita y Quirico fueron apresados por los guardias de Alejandro y conducidos a las mazmorras de Tarso.
Haciendo un flashback os cuento que San Pablo visitó Iconio en su momento. Se cuenta en los Hechos de los Apóstoles.
«En Iconio, Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos, como lo hacían habitualmente, y predicaron de tal manera que un gran número de judíos y paganos abrazaron la fe. Pero los judíos que no creyeron, incitaron a los paganos y los indispusieron en contra de los hermanos. A pesar de todo, Pablo y Bernabé prolongaron su estadía y hablaban con toda libertad, confiados en el Señor que confirmaba el mensaje de su gracia, dándoles el poder de realizar signos y prodigios».
Hechos 14, 1-3
Como casi siempre, Pablo y Bernabé salieron de la ciudad a pedrada limpia.
Oye, parecía que en Iconio no iba a haber mucho que hacer.
Pero no os creáis. Ya en el s. I hay una santa famosísima nacida en Iconio y que debe su martirio a continuar el legado de Pablo: Santa Tecla. En su día ya contaremos lo de Santa Tecla que para los ortodoxos es considerada igual a los apóstoles, osea que mucho ojo si habláis con un ortodoxo de Santa Tecla de Iconio.
Además, como vemos, en el s. III y IV existe una comunidad (perseguida pero comunidad) a la que pertenece Julita.
San Pablo no daba puntada sin hilo.
Habíamos dejado a madre e hijo en Tarso bajo custodia de Alejandro, el gobernador seléucida. Lo que viene no es agradable.
Julita fue llamada a la presencia de Alejandro y se llevó a su hijo con ella, no lo iba a dejar solico con los guardianes de una cárcel turca.
Cuando le preguntaron que quién era ella pudo contestar con todo su nombre romano completo y enumerar sus posesiones pero lo único que dijo fue que era cristiana.
«Ah, pues qué fácil ha sido todo, no ha lugar a juicio, ella misma se ha delatado: veamos lo que aguanta esta mujer a los verdugos de Tarso» sentenció el pintas de Alejandro.
Según la leyenda más que la realidad, Alejandro, que estaba malfatal de la cabeza, cogió al niño Quirico en sus brazos para ver el espectáculo. El niño, recordemos que de 3 años, pues no paraba de llorar, nos ha fastidiado, en una de estas está Julita en pleno tormento diciendo pues lo único que le salía «SOY CRISTIANA» y el chaval, en pleno llanto, que casi ni sabía hablar, suelta «YO TAMBIÉN».
A Alejandro casi le da un parraque. Y le habría estado bien merecido. Pero como el tema del martirio se tenía que cumplir pues fue fiel a su papel: empujó al niño por la escalera y lo descalabró.
A Julita, ya sin fuerzas, le fueron desgarrados los costados con garfios y murió. Ambos fueron arrojados a un basurero de la ciudad.
Los sirvientes de Julita recogieron ambos cadáveres y los enterraron cristianamente cerca de Antioquía.
Posteriormente, y ya con mucho lío, se dicen que dichos restos están en posesión de demasiadas iglesias como para no considerar que, en realidad, no están en ninguna.
Todavía así, impresiona la historia de esta madre y su hijo huyendo de lo irremediable. Y aceptándolo.