David Salaverría A mi ahijada Blanca, en el día de su santo
Año 360 aproximadamente. Roma. Estamos a 5 de agosto.
Nadie se pregunta todavía por el cambio climático pero el tema es que el monte Esquilino aparece nevado de buena mañana.
Gobierna la Iglesia como Papa un hombre que adopta el nombre de Liberio. Tras el acontecimiento de la nieve, al día siguiente se presentan a su puerta un matrimonio de ancianos patricios cristianos que le cuentan una historia…
«Mire usté, Su Santidad, que lo de la nieve es cosa de la Virgen. Nosotros tenemos una fortuna que no sabemos a quién legar ya que no tenemos hijos, entonces le rezamos bien fuerte a la Virgen para que nos dijera que hacer con tanto sestercio que hemos juntado y ella nos dijo en sueños que lo mejor es que le construyéramos una iglesia, pero no dijo dónde; solamente dijo que no nos preocupáramos porque ella nos indicaría el sitio, que no tendríamos duda. A ver, yo creo que lo de la nieve es la señal de que construyamos ahí la iglesia, y que se la dediquemos a Nuestra Señora de las Nieves. ¿Qué le parece?»
Al año siguiente la basílica ya estaba construida, sobre el monte Esquilino y también sobre un antiguo templo dedicado a la diosa Cibeles.
¿Qué ocurrió? Pues que no debía de estar hecha muy bien la iglesia porque unos setenta años después estaba hecha hecha unos zorros y se caía a pedazos.
Con motivo del Concilio de Éfeso le surgió una idea al papa que en ese momento estaba en el poder. Este papa era el pieza de Sixto III y en su juventud había sido pelagianista (negaba el pecado original y afirmaba que la gracia divina no era necesaria, ni gratuita, sino merecida por un esfuerzo) pero al convertirse en Papa y tras el Concilio tenía que dar un golpe de mano a su situación.
No os he contado qué pasó en el Concilio de Éfeso pero es clave para lo que hizo Sixto III.
Al papa, superados sus escarceos con los pelagianos ahora le acusaban de nestoriano. Ambas herejías habían sido condenadas en Éfeso, sobre todo esta última que decía que María era solamente Khristotokos (madre de Jesús), contradiciendo lo que era lo ortodoxo y lo bueno, que era además también Theotokos, madre de Dios.
Sixto III vio como Nuestra Señora de las Nieves se estaba deteriorando y se dijo: «aquí para defender a la Theotokos me levanto una basílica que no se van a reír los nestorianos en su vida».
Y la basílica cambió de nombre y de estructura y de todo. Se le dedicó a María, madre de Dios, llamándola Santa Maria Ad Praesepem (Santa María en el Pesebre) ya que Sixto sacó del armario de las cosas olvidadas la reliquia de la Santa Cuna en la que durmió Cristo e hizo construir una gruta como la de Belén.
Se flipó Sixto III. Pero para bien. Yo en esto soy team Sixto sin duda alguna.
Porque, jope, gracias a todo ello esa basílica que no existía y que fijaos que inicios tuvo, podemos hoy verla radiante y reconocerla como Santa María la Mayor, que es junto a San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y San Pedro Vaticano una de las cuatro basílicas mayores de Roma.
En fin, Santa María la Mayor, podríamos estar aquí todo el día.
Os cuento solamente una cosa y ya.
Sabéis que tenemos un Concordato con la Santa Sede firmado en 1977 (si no me falla la memoria), una serie de privilegios que por ser españoles tenemos y otros, pues no. Pues bien esta es la razón: «En consideración de los vínculos de piedad y devoción que han unido a la Nación española con la Patriarcal Basílica de Santa María la Mayor, la Santa Sede confirma los tradicionales privilegios honoríficos y las otras disposiciones en favor de España».
¿Pero que hemos hecho los españoles por Santa María la Mayor?
Pues un rey del que todo el mundo se ríe, Felipe IV, erigió en el S. XVII la Obra Pía de Santa María la Mayor, que ingresaba pasta gansa del Imperio para la conservación de dicha basílica a cambio de que se rezara por la monarquía española a tope en dicho lugar.
Por ello los reyes de España desde entonces son protocanónigos honorarios del Cabildo Liberiano de la Basílica de Santa María la Mayor. Ahí queda eso.
Si vais algún día, sentíos como en casa.
