20 de agosto: San Samuel, profeta

Sí. Hoy es San Bernardo pero le tengo castigaó este año porque vale que ha sido uno de los santos más importantes y más listos y más todo pero en sus abadías cistercienses no había un solo moñeco esculpido.

Y aquí somos muy de capiteles, portadas y tímpanos decorados. Que nos explican muchas cosas, hombre ya.

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Muy bonita la abadía de Fontenay Bernardo de Craraval pero, amigo, un poco sosa

Así que vamos a hablar de un verdadero VIP de la Biblia.

Hablemos del profeta Samuel.

El padre de nuestro protagonista era un señor polígamo llamado Elcaná. Una de sus mujeres le daba muchos hijos pero la que él más quería, Ana, era estéril.

Subían todos los años al centro religioso de aquellos momentos, que era una ciudad llamada Silo. Allí, un año, Ana, desesperada, oró entre «amargas lágrimas» para que se le concediese un hijo.

Y como dice en la Biblia el primer capítulo del libro de Samuel: «Yavé se acordó de ella».

Nació Samuel, uno de tantos niños que, tanto en los relatos bíblicos como en la vida real de hoy en día, están más en los deseos que en los planes de los padres. Lo que están es en la Voluntad de Dios.

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Esto es un poco lo que queda de Silo. La destruyeron los asirios (que eran mucho de destruir) y pasó de ser muy importante a ciudad gafada en un episodio profetizado por Samuel donde pierden la custodia del Arca de la Alianza ante los filisteos. Vaya papelón, perder el Arca…

Como Elcaná era levita, y los levitas pues solían apartar algún hijo para servir de sacerdote, y además este hijo era fruto de la escucha de Yavé a su esposa, pues desde niño, Samuel, sirvió en Silo a un sacerdote para aprender el oficio.

Elí era ese sacerdote, el mismo que profetizó el nacimiento de Samuel a Ana.

Elí cogió mucho cariño al chico. Yo creo que porque los hijos que tenía Elí eran una banda de delincuentes que incumplían todas las leyes habidas y por haber. Más malos que la tiña eran.

Samuel, sin embargo, era un niño muy obediente.

Tanto que en vez de hablar con Elí, Yavé hablaba con Samuel, y le decía las cosas importantes que iban a pasar.

Esto era un poco porque Yavé tenía en sus planes acabar con los hijos de Elí y claro, por muy malotes que fueran, decírselo al padre…

El tema fue que Yavé tenía conexión directa con Samuel.

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«Habla, Señor, que tu siervo escucha» era la contraseña de Samuel con Yavé

Este feeling especial de Dios con Samuel hace que el pueblo se de cuenta de que debe ser él quien sea el nuevo JUEZ.

Los israelitas en ese tiempo no tenían reyes porque su rey era Yavé. Lo que tenían eran jueces.

Samuel fue el último de ellos.

Pero Samuel se va haciendo anciano (en ese tiempo eras anciano con 30 años) y el pueblo, que siempre reclamaba cosas, decide que ya está bien de jueces. Que quiere un rey.

«Samuel, es que tú nos vales, pero que tus hijos que son los que tienen que heredar, son un peligro. Que hacen sacrificios a los baaales y a Astarté». Le pasó a Samuel con sus hijos igual que a Elí.

Yavé ya lo tenía todo pensado. «Quieren un rey, tendrán un rey».

Esta era la diosa mesopotámico-fenicia conocida como Astarté. Diosa de los placeres carnales: con eso os lo digo todo. Hay muchas representaciones de estatuillas en los S. VIII y VII a. C.

El hombre pensado es un tal Saúl (que significa deseado), al que Samuel encuentra mientras aquel está buscando unas asnas que ha perdido su padre y que pide consejo al profeta para volver a su casa porque se ha perdido.

«Nada de volver a tu casa Saúl, te voy a ungir rey de Israel, así lo quiere Yavé». Y es que a Samuel, Dios le había dicho que iba a parecer un chico de la tribu de Benjamín y que ese tenía que ser el nuevo rey.

Samuel hizo lo que Yavé le mandaba, sin más, por raro que fuese elegir como rey un hombre que se había perdido en sus propias tierras.

En una ceremonia informal en Ramá derramó Samuel su cuerno de aceite sobre Saúl y asunto finiquitado.

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Saúl era tan alto que «sacaba una cabeza al resto de israelitas» según el libro de Samuel. Aquí le vemos en actitud pensativa en un detalle de los frescos de Ernst Josephson (1878)

Y al principio Saúl muy bien. Vence en batallas contra los incordios de siempre: amonitas, moabitas y filisteos.

Pero el nuevo rey acaba por creerse que es lo más y deja de escuchar a Samuel que era el que le hacía partícipe de lo que quería Yavé: «ataca así o asá, de noche o de día, mata al ganado, ofrece en anatema toda la ciudad…«

Infinidad de órdenes daba Yavé por boca de Samuel. La cosa es que Saúl dejó de escuchar.

Un día capturó Saúl al rey Agag, rey de los amalecitas.

A los amalecitas se la tenían jurada los israelitas porque cuando subían de Egipto con toda la tropa con Moisés y Aarón al mando les cortaron el camino y se rieron de ellos bastante.

«No dejes a nadie con vida en Amalec: ni un ternerillo quiero con vida» le dijo Yavé a Samuel. Y Samuel se lo transmitió a Saúl. Pero este perdonó la vida al rey Agag.

Y a Yavé se le acabó la paciencia con Saúl. «Me vas a ungir otro rey, Samuel».

En este capitel de Loarre (Huesca) se ve a Aarón y Jur sosteniendo a los brazos a Moisés: así vencieron en la batalla contra los amalecitas; cuando tenía los brazos arriba ganaba Israel, cuando no, ganaba el enemigo

Así que a espaldas de Saúl, Samuel se va hacia Belén de Judá, a casa de Jesé (hijo de Obed y de Rut, ¿os acordáis?).

Porque, como siempre, así se lo había mandado Yavé. «Me vas a ungir a un hijo de Jesé, ya te diré cuál».

Allí Samuel se encuentra un cuadro de casa. Jesé, como él, ya es bastante anciano y Samuel estaba un poco cagaó con todo el asunto porque temía que Saúl se enterara así que se sientan y todo ocurrió un poco así:

«Oye, Jesé, muy rico el vino, ¿cuántos hijos me has dicho que tenías?». Samuel como si nada sacando ya el temita…

«Pues unos cuantos, ni sé cuantos, te los voy a llamar por orden, a ver si me acuerdo… ¡Eliab!». Todo esto a gritos.

Aparece Eliab pero aunque es un tipo espléndido Samuel no siente que sea ese. «¡Abinabad!»

Pero Abinadab tampoco. Y tampoco Samá. Ni ninguno. Samuel ya está un poco mosqueado porque está viendo que el viaje ha sido en vano.

«Pero, ¿no hay ninguno más?» insistió Samuel con sudores fríos.

«Sí, queda el pequeño, que está con las ovejas por ahí. Idme a buscar a David» dijo Jesé.

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«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará» nos cuenta Isaías. Claro, de David, de su descendencia, nacerá Jesús

El resto ya lo medio sabéis: David es ungido en Hebrón secretamente pero ya con el Espíritu a tope se mete como trovador, escudero o pastor al servicio de Saúl. Allí se hace famoso por su simpatía e inteligencia (y porque tocaba el arpa, que eso siempre ayuda) y también porque, oye, se carga a Goliat de una pedrada con una honda. Saúl se empieza a poner nerviosillo porque ve que ha perdido el favor de Yavé, pero se resiste a abdicar, por lo que intenta asesinar a David por envidia como sea. David, «un hombre según el corazón de Dios», es inmune a estas amenazas y Saúl, desesperado, acaba suicidándose con su propia espada.

David es el nuevo rey de Israel, y el más famoso de su historia.

Todo esto se cuenta en uno de los libros más entretenidos de la Biblia: el primer Libro de Samuel.

En mitad de ese libro, y casi sin previo aviso, se nos dice que Samuel muere y es enterrado en Ramá.

No me digáis que no fue una vida digna de vivirse. Siempre al servicio de Dios.

Con gente así siempre se avanza hacia adelante.

Se podría establecer un paralelismo con Juan Bautista pero ya mejor otro día.

Ya os digo yo que estas patenas no las venden en el IKEA

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