Acabando la carta a los Romanos, San Pablo se dedica a dar recomendaciones y a saludar amigos.
Claro, todo lo amigo que pudiese ser uno de San Pablo.
Saluda a Prisca y Áquila, a Epéneto, a Andrónico y Junia, a Ampliato, a Urbano, a Apeles y Estaquio, a la familia de Aristóbulo…
Y podríamos seguir así repasando a toda la comunidad que había en Roma en tiempos de Nerón.
Pero antes que a todos estos recomienda a un personaje que, por lo que dice, llama la atención:
Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo.
Romanos 16, 1-2
Para empezar Pablo recomienda a alguien: y ese alguien es una mujer. Y dice que es diaconisa. Y digna de los santos. Y, sobre todo, que le ha protegido a él.
Esta es la Febe de la que vamos a hablar hoy.
La Biblia de Jerusalén afirma en un paralelo que «no hay duda de que Febe es la portadora de la carta a los Romanos». Es decir, que estuvo en sus manos desde Corinto, donde se escribió, hasta que la diaconisa se la entregó a la comunidad de Roma.
Que hizo de cartera, vaya.
En fin, que hizo lo que hacían los diáconos en ese tiempo: servir y proteger.
Lo de diaconisa no os creáis que era así como suena sin más y que se las ordenaba como si tal cosa.
Se veía si había necesidad de algún tipo y se intentaba poner a personas con cualidades de servicio y mucha paciencia (los cristianos de primera hora eran gente que podía resultar cansina).
Solían ser gente de posibles. Y de ascendencia griega. A veces, eran viudas que habían heredado una fortuna y podían acoger a los que iban predicando por aquí y por allá, de Pérgamo a Rodas, y de Chipre a Siracusa.
Todos estos requisitos los tenía Febe.
En Febe quisieron ver muchos iluminados de la iglesia primitiva a la mujer de San Pablo. Es rigurosamente falso.
Los bolandistas, unos monjes jesuitas fetén del S. XVII, dedicaron su vida a desmentir bulos de este tipo revisando actas de santos, digamos, un poco truchas.
Pero, claro, ahora con el tema de que hay una corriente que quiere ordenar mujeres dentro de la Iglesia Católica pues es un tema jugoso.
Ha hecho mucho daño Dan Brown con sus tonterías.
A Santa Febe le sobran las cuatro líneas de la carta a los Romanos para que nos hagamos la idea del tipo de mujer que fue. Todos conocemos una Febe, ¿o no?
Los adornos, para otras.
Yo creo que Kavafis, un poeta griego nacido en Alejandría en el S. XIX, pensó en Santa Febe cuando escribió uno de los poemas más bellos que yo he leído. Se llama Ítaca:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias…
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes…
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Pues eso. Un viaje largo.