Quién le iba a decir a este hijo de payeses ilerdenses que su vida y obra (santas ambas) se desarrollaría en Cartagena de Indias.
Lo cierto es que la vida de San Pedro Claver fue una sucesión de hechos prodigiosos, y a la vez muy humanos.
Su padre no sabía ni firmar pero él se decidió a estudiar en pleno S. XVII siendo hijo de campesinos y movido por un nosequé.
Ese nosequé es un rasgo distintivo de los santos: hacen cosas que ni quieren o que ni siquiera se les dan bien.
Porque a Pedro Claver no se le da bien estudiar y sus superiores dicen de él lo siguiente:
«[…] espíritu mediocre, […] discernimiento inferior a la media, escasa circunspección en los negocios, mediocre perfil en las letras. Bueno para predicar a los indios […]»
Menudo análisis psicológico que te hacían en la Compañía de Jesús…
A ver, que esto mismo ya se lo había dicho el que era su único amigo en Montisión: el hermano portero del lugar. Un tal Alonso Rodríguez, que se lo profetiza, porque lo que sabe un portero por experiencia y oídos no lo sabe nadie.
«Los chiquets con los que estudias, Pedrito, van por detrás riéndose de ti. Acabarán en Roma o en Valencia o en París haciendo grandes cosas… Tú, en cambio, realizarás la obra de Dios en un sitio al que nadie quiere ir» le dijo este Alonso Rodríguez.
Así que como era incapaz de sacarse las asignaturas en Mallorca al bueno de Pedro Claver le mandan al puerto de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, a ver si así sí, y con la idea de que en un futuro se ordene y pueda evangelizar.
«Pero que yo no quiero ordenarme, que yo quiero ser lo que es mi amigo Alonso Rodríguez, portero de un convento o así» dijo Pedro Claver nada más llegar a Cartagena.
«Primero a estudiar, y luego ya elige lo que quieras ser» le dijo el obispo dominico fray Pedro de la Vega. Y es que eso es lo que nos han dicho alguna vez a todos…
Como Pedro Claver no entendía nada pero era humilde y obediente hace lo que le dicen y cinco años después es ordenado sacerdote por el obispo De la Vega. Era 1615.
Pedro Claver pasa a ser, en un principio, y como era su intención, portero del convento de Santa Fe. Allí recuerda lo que le contó su amigo en Mallorca sobre las misiones: «vas a ver cosas terribles: vas a encontrarte allí a gentes que no conocen a Jesucristo y que sufren sin sentido. Tu misión será esa: que le conozcan».
Así que, a pesar de él y de su deseo de estar en un segundo plano y cómodo, pide a sus superiores que le den una misión más acorde a su recién estrenado sacerdocio.
«Pues agárrate, Pere, aquí hay misión para rato» le dijeron.
Hay que decir que los jesuitas, cuando se ponían en plan misionero, se ponían en modo comando totalmente.
«Vas a ir a acompañar al padre Alonso de Sandoval». Y allá que fue. Al puerto de Cartagena de Indias.
Alonso Sandoval llevaba una misión bastante descorazonadora: socorrer espiritualmente en la medida de sus posibilidades a los esclavos que llegaban de África.
Porque sí, Cartagena era uno de los puntos fundamentales en la trata de esclavos durante aquellos tiempos, que eso todavía no lo había contado.
Ya hemos visto que nuestro santo era una persona muy tímida, nada emprendedora ni demasiado activa y que muchas veces no sabía por qué hacía lo que hacía.
En fin, me estoy definiendo a mí mismo.
Pero en el puerto negrero de Cartagena y en la plaza donde eran vendidos hombres, mujeres y niños cual mercancía, en ese lugar horroroso, logró encontrar su misión.
Y supo que estaba en el lugar adecuado, en el tiempo preciso y con la gente que quería estar.
Él mismo se dijo, y así quedó escrito: Petrus Claver, aethiopum semper servus.
«Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre»
La labor de Pedro Claver hasta el final de su vida ya no será otra que la de atender a los esclavos que llegaban al puerto de Cartagena.
Y no fue una vida corta.
Instaba a las autoridades a que hicieran cumplir la ley de la manera más justa. Pero se reían de él.
Emprendió una función aparentemente absurda y sin significado pero tremendamente efectiva para el que cree: bautizaba a todos los esclavos que llegaban vivos al puerto. Se dice que fueron 300.000 bautizos los que realizó.
Hay quien puede ver en estos gestos la desesperación de una misión destruida, o el vacío sin más, pero para San Pedro Claver era lo más importante que podía realizar por aquellas personas.
Atendía junto a sus hermanos a los esclavos que venían enfermos o que enfermaban al llegar (los mosquitos acribillaban a estos desdichados hombres y mujeres, también la peste).
Se cuenta que no descansaba en el afán de conseguir de los personajes insignes de la ciudad un trato más favorable para estas gentes. Consiguió que no se separara a las familias, que eran vendidas como lote.
Podríamos contar muchas historias relacionadas con San Pedro Claver porque los cronistas españoles de la época eran muy meticulosos con los detalles.
Luego vinieron los ingleses y holandeses y han vendido al mundo la idea de la Leyenda negra de España. Cosa que nos hemos creído hasta nosotros.
En fin, no es el tema hoy, pero tela.
En 1654, con casi 80 años, empezaron a flaquearle las fuerzas en una visita a un barco portugués para instruir para el bautismo a los ocupantes.
Tenía la peste. El 9 de septiembre de ese mismo año, tras una enfermedad corta pero espantosa por los dolores, falleció en su celda del convento de Cartagena.
Esto dijo de él Juan Pablo II:
«Pedro Claver brilla con especial claridad en el firmamento de la caridad cristiana de todos los tiempos. La esclavitud, que fue ocasión para el ejercicio heroico de sus virtudes, ha sido abolida en todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, surgen nuevas y más sutiles formas de esclavitud porque «el misterio de la iniquidad» no cesa de actuar en el hombre y en el mundo. Hoy, como en el siglo XVII en que vivió Pedro Claver, la ambición del dinero se enseñorea del corazón de muchas personas y las convierte en traficantes de la libertad de sus hermanos a quienes esclavizan con una esclavitud más temible, a veces, que la de los esclavos negros».
Se puede añadir muy poquito más.
Bueno, sí, un detalle.
Fue canonizado por León XIII en 1888. Ese mismo día, su maestro y amigo, aquel Alonso Rodríguez que desde la portería le aconsejó, también fue canonizado junto a él.