El otro día fui con mi amigo Dani al cine a ver El último duelo, de Ridley Scott.
Del director de Blade Runner (1982), Gladiator (2000), Black Hawk derribado (2001) o Marte (2015) vienes esperando calidad premium.
Y yo la encuentro en una historia sobre la codicia, el honor y el pecado.
Hubo un tiempo, que hoy el mundo considera salvaje u oscuro, en el que se ponía en riesgo la vida por la verdad.
Existían, por supuesto, las dudas y los tormentos interiores, pero se pensaba que era Dios quien decidía el destino de las personas.
Por muy brutal que fuera.
La verdad era una cosa muy seria. No se disfrazaba y por supuesto era un tema por el que luchar.
Es una película lenta y sugestiva, de las que da gusto; y que va en parte de lo solos que nos encontramos a veces sin la presencia de Dios.
En el S. VII existió una familia noble en Cambrai formada por un padre, Umolino, una madre, Ameltrude, y una hija, Maxelendis.
Nombres merovingios, ¿recordáis?
La niña crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre ella.
También se ponía reguapa. Por lo que mucho señorito de Cambrai y alrededores la cortejaba.
El más activo, un chiquilicuatre llamado Arduino de Solesmes.
Pues bien, a este hombre fue al que eligieron los padres de Maxelendis para que se casara con ella.
Maxelendis no tenía nada claro lo suyo con Arduino.
Es decir, cuando se piensa o dice esto, quiere decir que uno (o en este caso una), lo tiene clarísimo.
«Padre, que no es que Arduino me de grima, que también, sino que es que lo que quiero es ser monja, que un ángel me lo ha confirmado» le dijo a su padre Umolino nuestra protagonista.
«Si yo lo comprendo, hija, que quieras servir a Dios; pero que mucho mejor lo vas a hacer como esposa y madre, que yo me conozco santos que lo han hecho así…» hablaba el padre cuando su hija lo interrumpió.
«Pues yo no me caso» y esa misma noche, con la ayuda de una sirvienta, se fue de casa con una muda limpia y poco más.
Arduino como loco.
No me extraña, también os lo digo. Había encontrado una chica guapa, limpia y con tierras y de repente a dos velas.
Esto te venía grande, Arduino. Ya veréis por qué.
Maxelendis había encontrado un escondrijo cerca de su ciudad y pensó que si se quedaba allí un tiempo, a sus padres y a Arduino se les pasaría el sofoco.
Pero Arduino, una noche de farra, picado en el orgullo por sus amigos se propuso encontrarla y hacerla regresar al precio que fuese.
«Arduino, que se vea quién lleva los pantalones en la relación, vamos que vaya campaná lo de la hija de Umolino, si de mi dependiese…» le decían.
De esta manera, a Arduino sólo le quedó decir: «acompañadme fuera un rato que creo que sé dónde está».
Total, que Arduino encontró a Maxelendis y a su criada, y pasó lo que tenía que pasar.
Ya estaba escrito, así que fuera lamentos.
Maxelendis que se intenta zafar, la criada que la ayuda, Arduino que se ríe porque va un poco borracho y crecidito, los amigos haciendo los coros y…
Maxelendis que sale corriendo, Arduino va tras ella y saca la espada porque ya está bastante harto y, como no controla, le da un golpe mortal a su novia y la deja muerta en el acto.
En ese mismo instante, Arduino de Solesmes queda ciego.
A Maxelendis la entierran en una pequeña iglesia, entre el silencio general y la vergüenza de la familia.
¿Qué ocurre? Que de repente empiezan a suceder toda clase de milagros en la ciudad.
Y todos comienzan a creer que es por la muerte de Maxelendis, vamos, que se deben a ella.
Que qué maja era la niña, que vaya lo injusto que le pasó, que figúrate lo de Arduino y lo cegato que se quedó.
De esta forma, la pequeña iglesia se queda pequeña para acoger la cantidad de gente que va a la tumba de nuestra santa a pedir toda clase de cosas.
En el año 673, el obispo de Cambrai pide cambiar de lugar la tumba de la muchacha.
En el recorrido de una iglesia a otra se realiza una procesión a todo trapo por las calles de la ciudad.
Salió todo el mundo a ver pasar a la que ya consideraban santa (antes eras santo por aclamación, no había mucho más).
Entre los que estaban en ese recorrido se reconoció a Arduino.
Arduino seguía ciego. Pero estaba claramente arrepentido de lo que pasó y creía firmemente en que Cristo actuaba por medio de su amada.
Al paso del féretro por su lado, Arduino recuperó la vista, y cayó de rodillas ante el momento más sobrecogedor de su vida.