A la memoria de Alexia González-Barros y de María, la niña del colegio Montealto
11/11/1918
A las 5:20 de la mañana, en un vagón de tren en el bosque de Compiegne, representantes del Imperio alemán se rinden ante los Aliados. Termina así la Primera Guerra Mundial.
El Armisticio de Compiegne entró en vigor a las 11:00 del día 11 del mes 11.
In Flanders fields the poppies blow
En los campos de Flandes
Between the crosses, row on row,
That mark our place; and in the sky
The larks, still bravely singing, fly
Scarce heard amid the guns below.
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que marcan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
su voz apagada por el fragor de los cañones.
Y así, también en Inglaterra, cada 11 de noviembre recuerdan a los caídos en esta fatídica guerra de la que es increíble que nos separen apenas 100 años.
Lo hacen leyendo este poema de John McCrae llamado In Flanders fields.
Noviembre de 1171
Muere en el monasterio cisterciense de Dalon el trovador Bernat de Ventadorn.
Ventadorn, uno de los creadores de la lengua occitana (que era la lengua en la que escribía un trovador en condiciones), ya había hablado de esa valiente alondra del poema de los campos de Flandes.
Cuando veo la alondra mover sus alas de alegría contra el rayo del sol y que se desvanece y se deja caer por la dulzura que le llega al corazón, ¡ay!, me entra una envidia tan grande de cualquiera que vea gozoso, que me maravillo de que al momento el corazón no se me funda de deseo.
Ya hablamos de él aquí.
¿Dónde queremos llegar con las alondras? Ya nos vamos acercando.
Beziers, año 397
Un asceta con nombre noble, Sulpicio Severo, se entera de que Martín, obispo de Tours, ha muerto.
Ha oído hablar de su valiente fulgor de alondra, de su conversión y también de su leyenda.
Ha escrito una crónica del mundo que dura desde la creación del mundo hasta sus días pero decide aparcarla para investigar sobre este obispo de Tours.
Sulpicio se ha convertido porque tiene un amigo que se llama Paulino, y da la casualidad que Paulino conoce pelos y señales de Martín.
Se pone a escuchar a su amigo. Y luego a escribir.
En ese momento, no tiene ni idea de que los tres; Martín, Paulino (futuro San Paulino de Nola) y él, serán venerados como santos años después.
Así que bueno, quizá haya llegado el momento de decir que San Martín de Tours es mi santo favorito.
No le falta de nada.
Su nombre proviene del diminutivo con el que se trataba al dios romano Marte, dios de la guerra.
En el S. IV los nombres marcaban así que, como su padre (oficial de las legiones), fue formado para convertirse en soldado.
Así que fue soldado. Recorrió Europa dándose de mamporros con el que fuera. Y en eso prosperó.
Martín, a pesar de que el Cristianismo es oficialísimo ya en el territorio imperial, no sabe nada Cristo.
Tiene ya casi 20 tacos y lo único que cuenta es el número de cicatrices que adornan su cuerpo, y también sus conquistas amorosas.
¿Para qué más?
En esto llega a Amiens y ocurre una de las cosas más fabulosas que le han ocurrido a un santo.
Martín va a caballo, más chulo que un ocho, es un invierno especialmente duro y se dispone a entrar por la puerta principal de la ciudad.
En la puerta hay un pobre, medio desnudo, tiritando; le quedan dos telediarios.
Y entonces este legionario gallito, todavía sin saber por qué, se baja del caballo, coge su espada y rasga su capa en dos mitades.
Le da una al pobre. Y se va a su posada.
«¿Qué me ha pasao?» se va preguntando.
Esa noche a Martín le cuesta dormirse. Sigue dándole vueltas al asunto.
«A ver cómo explico esto yo ahora a mis superiores». Con este pensamiento se duerme.
Y sueña.
Porque hermanos, Dios habla en sueños.
Se le aparece Cristo, ataviado con su media capa, y diciendo a una multitud de ángeles en la versión de Sulpicio Severo:
«Martín, siendo todavía nada más que un catecúmeno, me ha cubierto con este vestido»
El término capilla, desde ese momento, vendrá del trozo de capa que legó Martín al pobre, es decir, a Cristo.
Comienza entonces la verdadera carrera fulgurante de Martín.
Él pretende dejar el ejército de inmediato pero el emperador Juliano no se lo permite.
De repente se niega a coger armas y, al principio pues todos se ríen y menean la cabeza, pero luego le fuerzan un poquillo.
«Que son ellos o nosotros, Martín, insensato» le dicen zarandeándole.
«Yo salgo a combatir, pero sin armas» contesta.
Pero no fue necesario porque el enemigo huye al enterarse de que, se dice se comenta, que hay alguno que está tan confiado que va a luchar sin armas.
En el 456 obtiene la licencia y se marcha a ser discípulo de alguien que ya le tenía echado el ojo.
Con Hilario lo aprende todo Martín.
Era una época en la que el tejemaneje estaba a la orden del día.
En un momento dado, Hilario, que era un católico como ya no los hay pero que se metía en muchos follones, se tiene que exiliar, y Martín se va de asceta en las afueras de Milán.
«Esto del ascetismo tengo que probarlo yo» se dijo.
El obispo de Milán, Auxencio (no es broma el nombre), es arriano convencido y no le gusta nada un hombre de la escuela de Hilario, por lo que le hace la vida imposible.
Cuando vuelve Hilario a Poitiers decide volver con él, pero este le dice a Martín que si vuelve le tiene que ordenar diácono y sacerdote, que es que nuestro santo no quería, que a Hilario no le sirven más que consagrados al Señor.
Diez años después, le nombran obispo de Tours, y se tiene que ir para allá.
Le espera la herejía prisciliana, que comanda, pues eso, un hombre llamado Prisciliano.
Estaba muy despistao Prisciliano y pretendía que la Iglesia no tuviera ninguna riqueza.
Martín le dejó las cosas claras y le expulsó de su diócesis: «aquí porquerías de esas no, hermano» vino a decir.
A Prisciliano le condenó luego el emperador Clemente Máximo a morir, y Martín quiso interceder pero no hubo manera…
Y muchas más cosas hizo San Martín por Tours y demás zonas de la Occitania.
Pero si queréis conocerlas mejor, podéis leer el estupendo ensayo de Regine Pernoud sobre el santo. Si queréis os lo dejo.
Martín moriría con 81 años y sería enterrado en una capilla que luego sería iglesia y luego catedral de peregrinación.
La basílica de Tours, llamada de San Martín, of course, fue reventada por los piratas normandos en el S. X y tras reconstruirse en estilo gótico fetén, fue de nuevo demolida por los herejes hugonotes en 1526.
A mí estas cosas me cabrean mucho…
La que hay ahora, psé, no está mal, pero que sepáis que es una reconstrucción prácticamente total del S. XX.
Ya termino.
Sabed una cosa con San Martín.
Más de quinientos municipios franceses llevan su nombre. Por no decir que más de cuatro mil parroquias igualmente francesas se llaman de San Martín. Martin es el apellido más común en nuestro vecino del norte…
Lo de este santo traspasó fronteras porque en España tenemos iglesias estupendas que le rinden culto.
Así que ya habéis conocido a esta valiente alondra.
Ahora a contarlo por ahí.