David Salaverría A la memoria de Rubén, David, Stefko y Javier
Porque, ¿quién ha menospreciado el día de los pequeños comienzos?
Zacarías 4, 10
Unos 120 años antes de que naciera Jesucristo el cónsul romano al que le tocaba gobernar aquel año (digo esto porque en la República romana cada año elegían a dos cónsules entre los ciudadanos mayores de 42 años) se propuso realizar una calzada que uniera los vastos territorios de la Galia y la Hispania.
Una autovía entre provincias romanas, sin límite de velocidad, bastante tiempo antes de que existiese algo parecido a lo que es (o era) la Unión Europea.
Este cónsul se llamaba Cneo Domicio Enobarbo, que si con ese nombre no eres cónsul ya me dirás tú a qué aspiras en la vida.
Y de él toma nombre dicha calzada, que pasó a denominarse Via Domicia.
Y también de él tomó el nombre la ciudad principal por donde pasaba en esos momentos, Narbo Martius; o como hoy la conocemos, Narbona.
Narbona es importante y nos atañe hoy porque es el sitio donde se dice, se cuenta, se rumorea, que nació un chico de familia cristiana (lo que no se estilaba por aquel entonces) llamado Sebastianus.
Era el año 256.
«Sebas, te vas a ir a hacerte un hombre a Milán, que hay muy buenos maestros y además podrás seguir practicando tu destreza con el gladius» le dijo su padre.
Sebastián tan contento. Iba a conocer mundo y lo del manejo del gladius (espada corta) se le daba requetebién.
A partir de ahora será San Ambrosio quien nos instruya porque las actas martiriales y la vida de San Sebastián son cosa suyísima.
Como sabéis de otras veces, San Ambrosio era un tío muy importante, obispo de Milán y Doctor de la Iglesia, y reivindicó la figura de este Sebastianus a más no poder.
Milán, en el S. V estaba necesitada de ejemplos importantes de fe y conversión porque los arrianos decían auténticas barbaridades y por no pegarles, que también se pegaron, no os creáis, pues se pusieron a buscar personajes que les ayudaran a proclamar al verdadero Cristo.
Y Sebastián, en Milán, es que había hecho verdaderas obras de Caridad.
Echemos la vista atrás…
A ver, que para hacer la Caridad se tuvo que meter en la milicia.
Corrían los tiempos del emperador Carino.
No es un nombre serio este de Carino para todo un emperador, pero no seré yo quién abra ese melón.
Sebastián, cristianísimo como era, había ideado un plan sencillo pero eficaz: «yo me hago legionario, que se gana buena paga, matar no mato, pero es la manera de estar cerca de los presos».
Porque es que muchos de los presos de la época pues lo eran por ser cristianos nada más.
Y es que esta escena anterior es muy importante porque todo el mundo ya ve que Sebastián, al que el sucesor de Carino había nombrado jefe de la primera cohorte de la guardia pretoriana imperial (casi nada), es más cristiano que San Pedro.
¿Y a qué no sabéis quién era el sucesor que había arrebatado el poder a Carino derrotándolo en la batalla de Ilírico?
Nuestro invitado de casi siempre cuando hay mártires de por medio: Diocleciano.
Diocleciano, en sus inicios, era muy amigo de Maximiano. Tanto, tantísimo, que se repartió el imperio con él.
Ambos eran emperadores, cada uno de una parte. Sería otra historia pero ya os adelanto que el tema no acabó bien.
Entre tanto dejaron un reguero de cristianos asesinados con muchos y sutiles métodos.
Sebastián, jefe de cohorte, ahí es nada, no pasa desapercibido y sus andanzas llegan a oídos de Maximiano.
Se le manda llamar a Roma, donde también ha hecho de las suyas, que básicamente son conversiones y milagros varios; además de vaciladas a compañeros de la legión y paganazos impenitentes.
Maximiano, que era un animal de bellota como pocos han existido, inició compinchado con Diocleciano una persecución bastante seria hacia los cristianos porque había que demostrar quién mandaba.
En Roma, que era donde estaba Sebastián en ese momento, cayeron todos sus amigos: la viuda Zoé apedreada orando en la tumba de San Pedro, su marido Tranquilino haciendo lo propio delante del sepulcro de San Pablo. Nicóstrato, Claudio, Castorio y Victorino fueron echados al Tíber o al mar (San Ambrosio no despeja la duda). Tiburcio, decapitado y Cástulo, quemado vivo.
Buena época para visitar Roma.
A San Sebastián pues ya sabéis un poco lo que le pasó.
No sacrificó a los ídolos, no renunció a su fe delante del emperador y proclamó quién era el verdadero REY y SALVADOR del mundo.
No le valió de nada ser el jefe de los pretorianos puesto que le condenaron a morir asaeteado por sus mismos compañeros.
Incontables veces se ha representado este martirio en el arte.
Mantegna, de hecho, lo hizo hasta tres veces. Yo os he puesto una pero echad un vistazo a las otras. Buscadlas en google, no seáis vagos.
Otro día hablamos de Andrea Mantegna y de por qué fue uno de los primeros pintores que se autorretrató. Hoy no nos da tiempo…
Sebastián, pese a sufrir este suplicio, no murió.
La viuda de Cástulo recogió el cuerpo y yendo para la casa se dio cuenta de que seguía vivo, así que le curo las heridas y le recomendó huir a Milán, que ahí quizá estuviese más seguro.
Pero nuestro santo estaba hecho de otra pasta: un día se quedó en un lugar por donde sabía que pasaría Maximiano y entonces, cuando estaba cerquita, se le apareció delante.
Menudo susto se llevó el emperador. Le creía muerto.
De repente se le encontró diciéndole: «anda que cómo de mal tratas a los cristianos, majadero, ya te llegará el tiempo de pagar por tus pompas…»
No le dejaron acabar. Los guardias le dieron, asegurándose esta vez, una somanta de mazazos y tiraron su cuerpo a un lodazal.
Hace justo un año, un 20 de enero, sucedió algo aquí en Madrid.
Por motivos que todavía se desconocen, más allá de la voluntad de Dios, los edificios colindantes a una de las parroquias más populares de nuestra ciudad, La Paloma, donde vivían los sacerdotes y tenían lugar diversas celebraciones de los grupos parroquiales, saltaron por los aires dejando cuatro muertos.
Uno de ellos era un amigo mío.
Se llamaba Rubén, y era sacerdote recién ordenado.
Muchos podrán decir muchas cosas sobre él y tendrán recuerdos memorables que seguirán recordando mucho tiempo puesto que no le faltaba gente alrededor que le quería.
Yo voy a recordar dos: uno es cuando me salvó la vida cocinando bocatas de salchichas en Melide en mitad de una etapa del Camino de Santiago como si fuera un vendedor de perritos calientes que llega con su carrito en el momento oportuno.
Otro es contándome cómo le dijeron, casi justo antes de ordenarse, que igual lo suyo no era lo de ser cura. «A ver ahora qué iba a hacer» contaba después de pasar el mal trago.
Qué misterio todo.
