No vivas en la tierra
Tal vez mi última carta a Memet (1959), de Nazim Hikmet
como un inquilino
ni en la naturaleza
al modo de un turista.
Vive en este mundo
cual si fuera la casa de tu padre.
Cree en los granos
en la tierra, en el mar,
pero ante todo en el hombre.
Los santos protectores de la ciudad italiana de Turín lo son con todas las letras y con todos los honores.
Eran soldados y pertenecieron a la llamada legión tebana, que recibía su nombre por provenir el origen de muchos de sus soldados de la ciudad de Tebas y alrededores.
Estaban comandados por un tal Mauricio, y por sus dos manos derechas: Exuperio y Cándido.
No me enrollo mucho ya que todos son santos y mártires, así que algún día hablaremos de ellos, pero sí decir que se convirtieron por medio de un obispo, Himeneo, cuando estaban acuartelados en Aelia Capitolina.
O lo que es lo mismo, cuando salvaguardaban Jerusalén, que el emperador Adriano había cambiado el nombre latinizándolo.
¿Quién era el emperador por aquella época?
Pues Maximiano, que tenía el ego muy subido y muy malas pulgas con las rebeliones.
«Su excelentísima merced, oh Maximiano, que la legión tebana, cuando vence a los bárbaros en las Galias encomienda sus victorias a un tal Cristo» se chivaban sus espías.
«¿Que qué?» se sorprendía el emperador. «Si son mis mejores hombres» y allá que fue a verlo con sus propios ojos, porque de verdad que eran sus mejores soldados.
Eran unas bestias pardas en el combate la legión tebana.
Acabó con la insurrección dando muerte a numerosos hombres de aquel ejército, especialmente a los cabecillas.
Algunos huyeron…
Es el caso de nuestros santos-mártires de hoy.
Escaparon de la masacre por una vez y bajaban que se las pelaban hacia el sur.
Cerca de Turín, les detuvieron; ya que les venían persiguiendo porque a psicópatas-persigue-cristianos a algunos emperadores romanos no había quién les ganara.
Tanto Octavio, como Solutor y Adventor, debían ser de los más fervientes cristianos de la tropa; y había que dar escarmiento.
Primero les metieron presos, tenían que pensar qué hacían con ellos.
El S. III era un tiempito donde se gastaba el tiempo en cuál era el método de tortura ideal.
Total, como eran unos máquinas, los tres amigos se escapan de la cárcel.
Lo malo es que se adentran en un bosque cercano sin tener mucha idea de por dónde iban y es ahí cuando una patrulla, con su centurión y todo, les encuentra y les da muerte.
Les deja ahí tirados pero una matrona romana, muy pía ella, recoge los cuerpos y los lleva a Turín.
El lugar donde los entierran se convertirá en una capilla, luego en una iglesilla y después en todo un monasterio benedictino.
Yo os dejo con Octavio Paz y su Llama doble (1993):
El amor no es la eternidad; tampoco es el tiempo de los calendarios y los relojes, el tiempo sucesivo. El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un instante. No nos libra de la muerte, pero nos hace verla a la cara. Ese instante es el reverso y el complemento del sentimiento oceánico. No es el regreso a las aguas de origen sino la conquista de un estado que nos reconcilia con el exilio del paraíso. Somos el teatro del abrazo de los opuestos y de su disolución, resueltos en una sola nota que no es de afirmación ni de negación sino de aceptación. ¿Que ve la pareja, en el espacio de un parpadeo? La identidad de la aparición y la desaparición, la verdad del cuerpo y del no-cuerpo, la visión de la presencia que se disuelve en un esplendor: vivacidad pura, latido del tiempo.
Y ahora no leáis más a Octavio Paz…