Primer domingo de Cuaresma (Ciclo C)

Comenzamos hoy una nueva sección, Lectio Divina, en la que, si Dios quiere y cuando Dios quiera, iremos colgando meditaciones personales sobre la Palabra de Dios. Estas meditaciones no deben ser entendidas como la única verdad posible, sino como una ayuda e invitación a cada uno a exponerse ante la Palabra que es “espada de doble filo” (Hb 4, 12) y dejarse herir por ella mientras desciende hasta el lugar al que ella cree conveniente, para tocar nuestra enfermedad y sanarnos. Hay muchas formas de hacer lectio divina, esta es la mía, que os comparto.

Seguiremos los pasos de la escalera de los monjes, de Guigo el Cartujo1La describe así: “la escalera tiene pocos peldaños, pero es de una altura tan inmensa y tan increíble que, al tiempo que su extremo inferior se apoya en la tierra, la parte superior penetra en las nubes e investiga los secretos del cielo” (Guigo, “La escalera de los monjes”)., que consta de una serie de peldaños:

  1. Statio (hacer silencio, invocar al Espíritu Santo)
  2. Lectio (¿qué dice el texto?)
  3. Meditatio (¿qué ME dice el Padre a través del texto?)
  4. Oratio (¿qué ME HACE decirle el texto al Padre?)
  5. Contemplatio (disfrutar de Dios Padre gracias al texto)

«La LECTURA busca la dulzura de la vida bienaventurada, la MEDITACIÓN la encuentra, la ORACIÓN la pide, la CONTEMPLACIÓN la saborea. La LECTURA es como un manjar sólido que uno se lleva a la boca, la MEDITACIÓN lo mastica y tritura, la ORACIÓN le coge gusto, la CONTEMPLACIÓN es la misma dulzura que alegra y restablece. La LECTURA toca la corteza, la MEDITACIÓN penetra en la médula, la ORACIÓN consiste en la expresión del deseo, y la CONTEMPLACIÓN radica en la delectación de la dulzura obtenida».

Beato Guigo el cartujo, “Fragmento Sobre la vida contemplativa”.

POSICIÓN

Colócate en un lugar tranquilo en el que no te molesten los ruidos y quehaceres durante un rato.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Bendito y alabado seas, Espíritu Santo, ¡cuánto necesito tu ternura! ¡Ayúdame! ¡Háblame! Me abro a ti, te recibo en este momento en mi vida. Reconozco que sin ti no soy nada, no valgo nada. Tú eres mi bien más preciado. Te necesito. ¡Hablame! ¡Sácame de la muerte, dame vida, hazme otro Cristo!

Quédate un rato, disfrutando del Espíritu que actúa en ti.

LECTURA (¿qué dice el texto?)

Para evitar que el artículo se extienda, si no tienes una biblia a mano, puedes leerlas pinchando aquí. Las citas son:

  • 1ª Lectura: Deuteronomio 26, 4-10
  • Responsorial: Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15 (R. cf. 15b)
  • 2ª Lectura: Romanos 10, 8-13
  • Evangelio: Lucas 4, 1-13

En la Primera Lectura, veo que Moisés invita a los hebreos a ofrecer “las primicias de TODOS los frutos” que tienen, no solo de algunos elegidos voluntariamente. No por medio de un rito meramente superficial o supersticioso, sino por un rito que va acompañado de una declaración de que Dios ha acontecido en la vida de ese hebreo, desde que era un simple “arameo errante” cualquiera que desembocó en “una dura esclavitud”, “indefensión”, “angustia” y “opresión”. Allí, vio en su propia vida que Dios, “con mano fuerte… con terror, signos y prodigios” le sacó de la esclavitud y le trasladó a una tierra ya cultivada. Es debido a esta experiencia real, personal y basada en hechos históricos (no en meras elucubraciones mentales) que ahora él devuelve a Dios las primicias de los frutos que él ha recibido de Dios, como si el fin no fuera depender de los frutos tierra prometida, sino depender únicamente de Dios.

En el Salmo, veo una serie de acciones de Dios prometidas a aquel que vive a su sombra, que le dice, no superficial o supersticiosamente, sino de corazón: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”. Veo que el Salmo designa a quien dice eso de corazón con aquel “que conoce mi Nombre”. Me viene a la mente que el Nombre de Dios es YHWH, “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14). Si Dios “es”, entonces, yo no “soy”, yo sólo soy en la medida en que hago de “Aquel que es” mi refugio, mi alcázar, mi cueva, mi lugar de confianza.

En la Segunda Lectura, veo que el apóstol Pablo recalca mucho “profesar con tus labios” y “creer con tu corazón”. Para mí esto es testimoniar con mi cuerpo lo que experimento en mi corazón. A los judíos no les bastaba con “creer”, había que “hacer”, era necesario cumplir literalmente con todas las directrices de la Toráh. A los griegos, por el contrario, no les parecía tan importante “hacer”, sino más bien “dedicarse elucubrar, razonar, buscar” el sentido profundo e intelectual de la Toráh para ser más sabios y descubrir verdades más profundas. San Pablo dice que “no hay distinción entre judíos y griegos”, porque la fe del corazón, es decir, la experiencia del amor real que Dios me tiene a pesar de que soy un pecador como cualquier otro (un amor que se manifiesta en hechos concretos que vivo diariamente en mi vida), me empuja, sin ser posible lo contrario, a profesar con los labios, es decir, con mi cuerpo (ya pueden ser labios, como manos, piernas, bolsillo, bienes que tengo, etc.), la experiencia personal que vivo diariamente con Dios en el secreto del corazón.

En el Evangelio, veo a Jesús “llevado por el Espíritu Santo” al desierto “para ser tentado por el Diablo”. Es decir, que el Espíritu de Dios empuja, mueve, lleva a Jesús al desierto, no para que haga una especie de ascesis, sino para que sufra las tentaciones del diablo. Hay un objetivo en este “llevar” del Espíritu: que Jesús sea tentado por el Diablo. ¿Por qué haría algo así el Espíritu Santo? ¿Por qué no le lleva, como tantas veces creo yo que debe hacer Dios, a un sitio tranquilo, confortable, apacible? ¿Será que estoy equivocado acerca de Dios? ¿Por qué yo creo que Dios tiene que dar tranquilidad y sosiego a mi vida; y quitarme los problemas, si luego veo que a Jesús, en vez de eso, le lleva a un desierto para que sea tentado por el diablo?

El impulso del Espíritu a Jesús, desembocó en un hecho concreto: no tener comida ni bebida. Jesús no come ni bebe durante cuarenta días porque lo haya elegido o porque quiera hacer un sacrificio religioso, sino sencillamente porque ¡en el desierto no hay nada! ¿Por qué no se fue del desierto a buscar comida? Me parece que Jesús supo discernir que la voluntad del Espíritu era que permaneciera en el desierto; que la voluntad del Espíritu era que permaneciera sin comer ni beber hasta que el Espíritu de su Padre (y no él con sus cábalas) decidiera cambiar esa situación. Sin embargo, ¡veo que Dios no actúa! Pasan los días, ¡cuarenta días!, y no hay rastro de comida ni bebida. ¡Dios no acontece! Y dice el texto que Jesús sintió hambre. El griego ἐπείνασεν enfatiza la pobre traducción. No se trataba de un hambre cualquiera, sino que sintió “que se moría [literalmente] de hambre”. Experimentó la sensación de estar a punto de morir. En ese instante, en el momento de mayor “indefensión, angustia y opresión”, como el hebreo en Egipto, recibió la visita del diablo (o quizá podría decir que Dios visitó a su Hijo a través de un acontecimiento histórico: permitiendo la aparición del diablo en su vida para tentarle).

En el momento en que todo el sentido de su religiosidad, de su biología, de su mentalidad, acerca de lo que le estaba pasando parecía fallar, aparece el diablo con la intención de reinterpretarle la vida. Para ello, parece usar premisas ciertas, pero ofreciendo soluciones falsas, aunque aparentemente razonables. “Si eres Hijo de Dios” es una premisa cierta, Jesús lo es, ¡por derecho natural además! Pero le ofrece una alternativa más que razonable de cómo debe “ser Hijo”.

Un hijo (y más si es de Dios), ¡puede hacer milagros! “Cómo ser Hijo de Dios y no recurrir al poder para obrar milagros. ¡Te mueres de hambre! ¡Cambia la piedra en pan! Si eres Hijo de Dios, cómo sigues viviendo en pobreza, en precariedad, si tienes el poder para saciarte, ¡cambia la naturaleza de tu dinero, de tu trabajo, de tu enfermedad! ¡Cambia a las personas que te rodean! No esperes a que Dios venga a cambiar las cosas». Pero tengo la sensación de que Jesús parece advertir lo que realmente está de fondo: Si eres Hijo de Dios, ¿cómo es posible que tu Padre no te dé lo necesario para no sufrir? ¿Cómo es que tu Padre permite que seas pobre, que tengas cáncer, que se te muera tu madre, que te deje tu novia, que tu hijo se drogue o te trate de tal o cual manera? ¡Cómo es posible! ¡Cámbialo! ¡Tienes poder para hacerlo, ¡eres hijo de Dios! Pero Jesús es dócil, ¡dócil a la voluntad de Dios! No busca ni diseña alternativas, no quiere mejorar a Dios. Jesús es sencillo: “Mi Padre me ha traído al desierto y si mi Padre quisiera darme de comer, lo haría. No lo hace. Esa es Su Voluntad… por tanto, esa es mi Voluntad también. ¡No solo de pan vive el hombre, sino más bien de toda palabra que sale de la boca de Dios!”. Sin embargo, percibo que para Jesús, la “palabra de Dios” no es solo un texto escrito o un esfuerzo intelectual por entenderlo. Es más sencillo, para Jesús la Palabra de Dios es “todo aquello que le ocurre”, “aquello que está viviendo es palabra de Dios para él”, ¿y me voy a resistir? ¿La voy a cambiar? Mi Padre no es un «Dios títere» que depende de mis acciones, Él podría cambiarla por sí mismo, si quisiera. ¿Voy yo a querer para mí algo que mi Padre no quiere? ¡Cuántas veces he escuchado yo en mi vida: “sí, sí, Dios está muy bien, pero Él no paga mis facturas”! ¡Cuántas veces lo he creído yo también!

Pero el Maligno no se detiene, avanza a lo siguiente: “demuestra quién eres a todo el mundo, demuestra tu sabiduría, tu poder, tus capacidades. ¡Da un golpe en la mesa y demuestra en tu casa quién manda! ¡No seas un parias! Ponte en situación de riesgo y obliga a Dios a intervenir en tu vida para que así los demás vean que no crees en ‘algo imaginario’. ¡Dios ha prometido ayudarte! ¡Oblígale a hacerlo! Así callarás las bocas de los que te ven todos los días y se ríen de ti». Pero me da que Jesús comprende que “ser Hijo” no consiste en hacer lo que yo quiera, lo que a mí me apetece o lo que creo que es lo mejor, y luego esperar que Dios venga detrás de mí, confirmándolo; sino más bien, en ir detrás del Señor, por donde Él quiere llevarme. No provocar yo los acontecimientos, sino ir detrás de los que el Señor pone en mi vida y vivirlos desde su voluntad. “¡No tentaré al Señor!, ¡No le pondré a prueba! ¡No le haré pasar un examen para que me demuestre si realmente me quiere o no! ¡Yo sé que me quiere, lo veo en cada cosa que permite en mi vida!» ¿Acaso no es digno Dios de matrícula de honor al ver cómo hace pagar a su Hijo en la cruz el precio que me correspondía a mí pagar y que jamás habría podido hacerlo? ¡No es suficiente demostración!

Bueno, ¡vale! Pues entonces, “si eres Hijo, ¡mira! Yo tengo en mi poder todo el poder y el dinero del mundo… me ha sido dado. Olvídate de tu Padre que parece que no hace nada por ti, que te tiene aquí en un desierto sin darte de comer ni de beber y ponte de rodillas delante de mí, ¡no solo de rodillas! (προσκυνήσῃς, “bésame como un perro la mano de su amo”). Yo te ofrezco lo que tu supuesto Padre no te da. Reconóceme a mí (el diablo) como tu padre, cumple mis deseos, y te daré todo lo que me pidas. Te dejo que vayas a Misa, te dejo que reces, incluso, como un papagayo, pero “para todo lo demás: ¡MasterCard!”. Mi dinero cubrirá el resto de cosas que tu Padre no te da». «¡No!», dice Jesús, «sólo a Dios besaré la mano como un perrito a su amo, solo a Él rendiré gloria, quiera lo que quiera para mí. Aunque lo que quiera sea que muera en este desierto de hambre y sed, en este o aquel sufrimiento. Él es mi Padre y si eso quiere para mí, ¡eso quiero yo para mí!»

MEDITACIÓN (¿qué ME DICE Dios a través del texto?)

Dios no me ha sacado de la esclavitud de mis pecados para meterme en una Tierra, por muy «prometida o anhelada» que sea y dejarme allí para que ahora yo haga lo que quiera. Es más, veo que «vivir en la Tierra Prometida» es algo mucho más grande que estar bien en un lugar físico o en un estado de ánimo. Es más que alcanzar perfección en alguna virtud concreta. La Tierra que Dios Padre me ofrece es una «relación» de dependencia absoluta de Él y de nada más. Ser liberado de mis pecados no me libra de querer volverme a ellos, que son lo único que conozco; ni de querer volver a depender del afecto de los demás, del reconocimiento, ni siquiera de mi propia autoestima personal. Dios me libera de mis pecados para que dependa de Él. O con Él o sin nada. «O Dios o nada», como decía la Hna. Clare.

Por tanto, la Tierra Prometida que Dios quiere para mí, no es tanto una perfección personal, una «santidad aparente», sino una relación de dependencia con Él, en todo momento. El reconocimiento de que todo lo que tengo es obra de Él, no mía. Es Él quien me da el dinero para vivir, la casa donde dormir, el trabajo con el que desarrollarme, los amigos con los que descansar, etc., pero ¡todo es suyo, no mío! ¡No debo apropiarme de ello! ¡No puedo cambiar a Dios por «lo que me da»! Con Dios todo, sin Él, nada.

El Señor quiere hacerme ver hoy que Él es mi refugio, mi alcazar, el Salvador… a nada de lo que tengo ni a nadie de los que conozco les debo dar ese lugar, porque entonces se convertirán en ídolos tiranos que exigirán de mí algo que sólo le corresponde a Dios. Y, al revés, si Dios ocupa ese lugar, podré relacionarme con las cosas que me da y las personas que pone a mi alrededor con libertad, sin pedirles a ellos la vida, sino a Dios. El quiere que hoy yo conozca Su Nombre. ¡«Él es», no yo! YeSHuaH, «Dios salva», ni yo, ni nada, ni nadie lo hace.

Profesar esto con mis labios, con mi carne, con mi vida, y creerlo de verdad en lo profundo de mi corazón, de la sede de mis pensamientos, esa es la salvación. Lo demás es pura fantochada, simple hipocresía revestida de ropaje rancio.

¡Es Él quien salva! Por eso, es Él quien es tentado, no yo. Pero, en mi afán de querer ser, ¿cuántas veces quiero quitar a Jesús de en medio y ser tentado yo? Quiero vencer yo, por sentir que así soy alguien, por eso, en vez de refugiarme en Él, por medio de la oración, me expongo al diablo, creyendo que seré capaz de resistirle. ¡Pobre de mí! ¡Qué necio soy! ¡Jesús ven a ser tentado por mí! Quiero, Señor, que todas mis tentaciones caigan sobre ti, una detrás de otra. Ver cómo amas a tu Padre con todo el corazón, mente y fuerzas, cómo lo haces por amor a mí.

ORACIÓN (¿que ME HACE decirle el texto a Dios?)

¡Bendito Jesús! ¿Por qué Jesús aguantaste la presencia repugnante del diablo en el desierto? Tú eres Dios, podrías haberle dicho, nada más verle venir, que se marchara ¡y te habría obedecido! ¿Tanto me quieres, Señor, que quisiste ser tentado por amor a mí?

Señor, tú ves mi pobreza. Estás viendo como caigo una y otra vez en cada una de las tentaciones y ¡no te quedas inmóvil! Vienes corriendo y te cambias. Sabes que yo no vencería jamás, por eso te pones en mi lugar. ¡Sé tentado tú, Señor! ¡Sé tentado tú! ¡Ponte, Señor, en mi lugar! Que Satanás te tiente con éstas y con muchas otras tentaciones, con todas las que haga falta, Señor, ¡vence tú por mí!

Pero, ¡ay, Señor!, tantas veces te doy un manotazo cuando vienes a ocupar mi lugar… me creo tan fuerte como para hacer frente al diablo yo solo. Miro lo que sé, lo que he aprendido, y creo que puedo vencer yo, que lo puedo hacer por amor a ti… ¡Qué engaño! Soy como San Pedro, Señor, “te seguiré hasta la muerte”… pero te niego en cuanto te das la vuelta. ¡No puedo vencer, Señor! Sólo tú puedes vencer. No quiero seguir dándote manotazos. No quiero ocupar tu lugar para ser tentado. ¡Quiero que seas tú el tentado!

¡Hazme correr, Señor, a tu corazón! ¡Infunde terror en mi corazón cuando venga la tentación! Porque cuanto tengo miedo, salgo corriendo. Si me concedes la gracia de sentirme pequeñísimo frente al Tentador, correré, Señor, correré hacia Ti. Pero hazme sentir terror ante la tentación. Hazme sentir confianza también ante tu fortaleza.

Señor, quiero verte una y otra vez siendo tentado, presenciar una y otra vez cómo vences a mis demonios en tu desierto. ¡Vuelve, Señor, al desierto! ¡Vuelve a ser tentado por mí! ¡No dejes que te quite el lugar que el Espíritu Santo ha querido que ocupes tú, Señor!

Padre Santo, tú me has dado una Tierra Prometida. Te inclinaste para mirar mi vida y me viste esclavo de las mentiras del diablo. Por creerme las mentiras del diablo, soy esclavo de la soberbia, de la avaricia, de la envidia, de la lujuría, de la vanagloria, de la tristeza, el victimismo. Padre, tu viste mi esclavitud y viniste a rescatarme. Me sacaste de allí haciéndome experimentar tu amor gratuito. Un amor que no depende de que yo te demuestre nada, ni siquiera de que yo te quiera después a ti. Me amas sin esperar nada a cambio y me amas no con un sentimiento, sino con una acción poderosa, arrancándome de las manos de Satanás/Faraón. Ahora, Señor, que me has metido en la Tierra Prometida, en la Victoria de la Cruz, en la verdad del Amor que ama sin esperar ser amado… tantas veces quiero apropiarme de los frutos de ese amor y quedármelos para mí… pero, ¿cómo puedo saber que ese Amor es Eterno… si no te doy las primicias de los frutos que recojo?

¡La primicia es Jesús! El primero de entre muchos. No te puedo ofrecer méritos, no te puedo ofrecer esfuerzos, no puedo ofrecerte perfecciones ni autosuperaciones, ¡nada de mí! Solo puedo ofrecerte al “primero entre muchos”, al que es “primicia entre los frutos”. Te ofrezco a Jesús, Padre Santo. Mírale a Él y por amor a tu Hijo, méteme dentro de Su Corazón, deja que sienta correr su Sangre por mis pecados, deja que vea cómo es Su Sangre y no mi esfuerzo, la que, como torrente arrollador, se lleva todo lo que me separa de ti. Porque lo que me separa de ti, Padre, no son mis pecados (que han sido perdonados por Jesús definitivamente), lo que me separa de ti, Padre, es querer ser yo quien los elimina, querer ser yo quien alcanza el perdón, querer ser yo quien se gana tu amor. Así, sólo desprecio la gratuidad de tu amor que se da a quien no puede pagar nada a cambio. Quiero volver automeritoria tu Gracia inmerecida. Quiero hacer condicional tu Amor incondicional por mí.

Reconozco en este momento, Padre Santo, que TODO me es dado por Ti y, por tanto, NADA es logrado por mí; y me presento delante de ti para ofrecerte a Jesús, hoy, Padre Santo, como primicia de mis frutos. Acéptalo como signo de que sólo dependo de ti y en nada dependo de mí o de mi esfuerzo personal.

CONTEMPLACIÓN (disfruto de la acción de Dios en mi vida gracias al texto)

Todo lo haces tú, Señor. Soy un espectador de tu inmensa obra, de tu admirable amor, de tu poder. Me refugio, Padre, en el Corazón de tu Hijo y desde allí, no quiero hacer nada, solo contemplar cómo tu Hijo lo hace todo por mí. Disfruto, Señor, viendo cómo actúas. No quiero salirme de aquí, de esta dulce cavidad cardiaca de Jesús. ¡Ay, pero tengo miedo! ¿Y si me canso de estar aquí, Padre? ¿Y si me harto de ver cómo Jesús lo hace todo por mí y comienzo a querer ser yo quien haga las cosas en vez de Él? ¡Padre! ¡Abba! ¡Átame al corazón de Jesús! Quiero estar donde Él está, no estar donde Él no está. Acompañarle sólo a dónde Él vaya y no ir a donde Él no vaya. ¡Padre! ¡Abba! Por favor, hazme disfrutar, ¡disfrutar! del Corazón de tu Hijo, mi hermano, mi Dios.

Gracias, Señor, por este rato de oración contigo. Gracias, ¡qué bueno eres! ¡Qué grande! Amén.

Si crees que has acabado la Lectio Divina, entonces, ponte de pie y da gracias al Señor. Reza el Padrenuestro en unión con Jesús en la Cruz, intercediendo por ti y por todo el mundo con las palabras que Jesús nos enseñó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.