Escuchad y Anunciad

Hoy, he visto una clave en las lecturas del domingo XI del Tiempo Ordinario que me ha ayudado mucho. Hago un repaso.

La Primera Lectura (Ex 19, 2-6a) muestra la conversación que Dios mantiene con Su Pueblo a través de Moisés, recordándoles que ha sido Él quien les ha llevado hasta donde están y revelándoles que: «si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos… un reino de sacerdotes y una nación santa».

El Salmo (99) exclama en respuesta esta revelación diciendo: «¡Somos tu pueblo, ovejas de tu rebaño!»; e invita a toda la tierra a explotar de alegría ante esta gran verdad.

La Segunda Lectura (Rm 5, 6-11) se regocija en el hecho de saberse elegida, sin méritos ni fuerzas, en «el tiempo señalado», «siento nosotros todavía pecadores»; y purificada gratuitamente por la muerte de Cristo; y se alegra en la esperanza segura de que, si así fuimos justificados, por Él y sólo por Él seremos salvados del castigo.

El Evangelio (Mt 9, 35-10, 8), finalmente, muestra a Jesús que, compadecido de sus ovejas e invitándolas a pedir obreros a Dios, elige a Doce de sus discípulos, sin mérito ni fuerzas propias, en el tiempo señalado, siendo aún pecadores… y los reviste de su poder, enviándolos a anunciar que el Reino de los Cielos ha llegado.

Para mí, el hilo conductor de estas tres lecturas son tres frases (una de cada lectura) que se tejen entre sí: «si de verdas me obedecéis y guardáis mi alianza» (1ra Lect.), «id y proclamad que ha llegado el Reino de los Cielos» (Evang.) y «Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (2da Lect.).

El hebreo de la Primera Lectura dice: vəʾat ʾim-šāaʿ tišməʿū bəqo ūshəmartem ʾet-bə vihtem lī səgul· mikŏl-hāʿammīm kī- kŏl-hāʾāretz («y ahora si escuchar escucháis en mi voz y conserváis mi pacto, y seréis para mí exclusivamente, de entre todos los pueblos de toda la tierra»).

En la frase de arriba aparece una expresión hebrea muy típica, la doble repetición de un mismo verbo o palabra, en nuestro caso: šāaʿtišməʿū («escuchar escucháis»). Por citar dos casos, tenemos el Génesis («el día que comas de él, morir morirás») y a Jesús («Amén, amén os digo»). Esta repetición se usa para expresar la realización plena del significado de verbo o palabra («morir morirás»= «morirás completamente»; «amén, amén os digo»= «con total seguridad os digo»).

Luego aparece la forma verbal ūshəmartem («[y] guardáis»), que no sé por qué todo el mundo se empeña en interpretar como «cumplir» o «poner en práctica», cuando lo que significa es: «guardar, proteger, custodiar». Por último, vihtem («[y] seréis» o «estaréis siendo»), del verbo hayá, ‘existir, llegar a ser’.

La particularidad de la formación de la frase šāaʿtišməʿūūshəmartemvihtem es que cuando hay dos verbos introducidos por una Vav (la he coloreado de rojo), la primera es una Vav conjuntiva (p. ej.: «y») y la segunda una Vav consecutiva (p. ej.: «entonces»). Esto hace que el segundo verbo dependa de la acción de los dos primeros (porque están unidos por una Vav, como si fueran uno). Ahora podemos releer la frase: «si escucháis completa o totalmente en mi voz y custodiáis mi alianza, entonces os convertiréis en mi propiedad personal entre todos los pueblos de la entera tierra».

Notarás que ahora puse en rojo la preposición «en» que parece no tener sentido en la frase. Aquí viene otra curiosidad del hebreo. El verbo שָמָע, shamá (‘escuchar’) está formado por la palabra sham (‘allí’) y la letra Áyin (ע), que representa un ‘ojo’, también el ‘mirar o atender’, la ‘comprensión‘ etc., implica el acto de ‘volver la mirada’ hacia algún lugar. A su vez, sham está compuesta de las letras Shin (ש), ‘destruir, purificar’ y Mem (מ), ‘vida, sabiduría’. Por lo que ‘escuchar’ no es solo el acto de ‘oír’, sino el de ‘mirar a allí’, al lugar del procede el sonido. Penetrar en el interior de la voz que resuena y dejar que aplaste lo que creíamos saber para poder aprender lo que no podíamos saber.

Entonces, releemos de nuevo: «Si ponéis la mirada completamente en el interior de mi voz y custodiáis mi alianza, entonces os convertiréis en mi propiedad personal entre todos los pueblos de la tierra», o bien, «Si destruís vuestra sabiduría y comprensión en el interior de mi voz y custodiáis…».

¿Cómo destruimos lo que pensamos y creemos saber y custodiamos su alianza? ¡Transmitiéndola tal cual! ¡Anunciándola sin añadidos ni interpretaciones personales a todos los pueblos! Y ¿qué es lo que hay que debemos transmitir o anunciar? Que debemos ser buenos, cumplir los 10 mandamientos, ir a misa los domingos y fiestas de guardar y rezar porque, al final de la vida, todo esto nos cuente como aprobado en la asignatura Salvación. ¡NO! ¡Que siendo aún pecadores y no habiendo mostrado ni un ápice de amor por el Señor, ni siquiera deseado Su Salvación, etc., Él murió por nosotros, haciéndonos comprender que nos amaba mucho antes de que nosotros pudiéramos demostrarle nada con nuestros esfuerzos u obras personales.

Jesús Crucificado es la Voz de Dios que, desde el Sinaí del Calvario, resuena en toda la tierra diciendo: ¡TE AMO COMPLETAMENTE! La voz que nos revela interiormente que las cosas que nos suceden en la vida son ese «tiempo señalado por Dios» para hacerse el contradizco con nosotros en Jesús.

La experiencia de este amor completo y gratuito nos libera de exigirnos y exigir a los demás que sean buenos y cumplan los mandamientos; y nos lanza a anunciar simple y llanamente que el amor de Dios es gratuito, incondicional, inmerecido. No necesita de méritos personales. Y a custodiar la semilla de la fe en aquellos que misteriosamente y por pura gracia la han acogido, para evitar que sean engañados en el futuro por otro Evangelio distinto a este.

Este consumirnos en la Voz del Señor manifestada en Jesús Crucificado nos hace existir (¡vivir!) siendo propiedad exclusiva de Dios. Nos convierte en una nación santa, apartada, consagrada al culto de Dios.

Cuando uno vive de la Gracia, de la certeza de que «es Dios quien obra en nosotros el querer y el poner en práctica« (Flp 2, 13), comienza a dar gratis lo que gratis ha recibido (Mt 10, 8), como termina diciendo el Evangelio de hoy. Ya no exige, no impone, sino que cura enfermos, resucita muertos, limpia leprosos y arroja demonios, porque se han convertido en ‘sacerdotes’ (cohaním, en hebreo. Ver la imagen). En hombres y mujeres ‘doblegados’ por el ‘poder’ de la ‘Gracia Divina’, que son receptáculos de bendición que transmiten vida que fructifica a los demás, que no les exige fructificar por sí mismos, porque no depende de méritos, exigencias ni autosuperaciones personales.

Dejémonos de cuentos y de excusas. Disfrutemos de Su Amor Gratuito y hagamos disfrutar a los demás. Lo demás es vanidad.

¡Feliz Domingo!

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