¿Te has preguntado alguna vez qué luz creó Dios el primer día? ¿O eres de esos que considera el relato de la Creación del Génesis un cuento sin prestarle atención?

En Gn 1, 3 encontramos esta frase: «Y dijo Dios: sea Luz; entonces, fue Luz». Lo he escrito traduciendo literalmente del hebreo, donde «luz» no va acompañada de artículo definido.

En la primera lectura de hoy, San Pablo (que tampoco usa el artículo definido) dice: «El mismo Dios que dijo: ‘de tinieblas brille luz’ es el mismo que resplandeció en [el interior de] nuestros corazones por la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2Co 4, 6). ‘Rostro’, πρόσωπον en griego, también puede traducirse por ‘apariencia visible’ o ‘persona’ de Jesús.

La palabra «Luz» en hebreo es אוׄר (se pronuncia ʾor). Está compuesta por tres letras Álef (א), Vav (ו) y Resh (ר). La letra Álef representa la cabeza de un ‘buey‘, la ‘fuerza‘, el ‘líder‘ y… a ‘Dios‘. La letra Vav es un ‘gancho‘, como los que usaban los hebreos para ‘asegurar‘ sus tiendas frente al viento del desierto. Además de ‘seguridad‘ y ‘unión‘, también simboliza el ‘descenso‘ (que es lo que se hace con un gancho al clavarlo en el suelo). La letra Resh simboliza la ‘cabeza‘ de un ‘hombre‘ y, por esto mismo, también la parte ‘superior‘ de algo, lo ‘mejor‘, etc.

Dice San Pablo que «hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre el corazón de ellos [los judíos]» (2Co 3, 15). Ciertamente, ellos no pueden reconocer el significado profundo de la palabra «Luz», aunque me da que están mucho más avanzados que la mayoría de nosotros, cada vez más racionalistas. Al menos ellos identifican esta «Luz» con la Torá: «Lámpara es tu palabra para mi pies, luz en mi sendero» (Sal 119, 105). San Juan Evangelista afirmará que Jesús es la Palabra/Verbo de Dios que puso su morada entre nosotros (Jn 1, 1ss), por lo que vemos la relación Luz-Torá-Jesús.

La «Luz» que Dios crea el primer día de la semana es Jesucristo, la ‘unión’ hipostática de ‘Dios’ y ‘Hombre’. Es su primera creación. Es verdad que Jesús no nacerá físicamente en la tierra hasta muchos milenios después; sin embargo, el Magisterio de la Iglesia sostiene la preexistencia eterna de Jesús, no solo de Dios Hijo, antes de su encarnación en el tiempo («antes de que existiera Abraham: Yo soy», Jn 8, 58).

Paso ahora al segundo término del título de este artículo: la Justicia.

El Evangelio de hoy dice: «si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 5, 20). ¿De qué justicia habla?

La palabra «justicia» en hebreo se dice צְדָקָה (se pronuncia tzedaqá), deriva de la raíz צדק (la letra He es un sufijo que da entidad al concepto). Está compuesta por las letras Tzádi (צ), Dálet (ד) y Qof (ק). Tzádi representa un ‘camino‘ sinuoso, también a un ‘hombre descansando‘, a un ‘cazador escondido‘ observando a su presa y, de ahí, el ‘descanso‘ y, mira tú por donde, la ‘justicia‘ (de hecho, al hombre justo se le llama tzadíq, casi como el nombre de la letra). Dálet es la ‘puerta‘ de una tienda hebrea, una tela que cuelga de algo superior y cae desde arriba. Nos habla de ‘entrada‘ (o ‘salida‘), también de un ‘pobre‘ (en hebreo, se dice dal), porque generalmente se colocan a la puerta de nuestras casas, templos, etc., y de ahí: ‘humildad‘ y ‘pobreza‘. Qof representa el ‘amanecer‘ del sol, algo que se ‘alza o levanta‘ (por lo mismo, también el ‘atardecer‘, momento en que el hombre se ‘reúne‘ con su familia en su casa). Así, la esencia de la justicia (o del justo) es descansar a la puerta, observando el amanecer del sol, viendo cómo Dios hace surgir la luz del sol en el horizonte.

Mi reflexión nace de la relación que veo en las lecturas de hoy entre estas dos palabras (la primera gira entorno a la «Luz» y el evangelio entorno a la «Justicia»).

El Señor ha hecho brillar «Luz» en nuestros corazones. Nos ha iluminado con la manifestación del Dios-Hombre Jesús. El Padre ha pronunciado en nuestro interior las palabras «sea Luz» (suceda Jesús, se produzca un encuentro con Jesús). Al hacerlo, no sólo nos ha presentado a un hombre perfectísimo, de altísima envergadura moral, sino a Aquel que es el Designio de la Creación, motivo y finalidad de la misma. Dios Padre ha creado todo para unir Su Naturaleza Divina a nuestra naturaleza humana para siempre. Este Designio, truncado en la rebeldía de Adán, ha sido completado definitivamente en la docilidad de Jesucristo. Pero no se ha quedado ahí. Ahora nos ofrece a nosotros gratuitamente la posibilidad de ser deificados, incorporados a Cristo por obra y gracia del Espíritu Santo, de manera que, por nuestra identificación con Él, seamos «Luz», unión de Dios y Hombre.

Pero, ¿cómo se realizará este Designio en mí? «Si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos…». Dudo mucho de que Jesús nos estuviera pidiendo una rectitud o moralidad superior a la de ellos. Al fin y al cabo, ellos se esforzaban por cumplir a rajatabla 613 mandamientos. Nosotros tenemos 10 y empieza a descontar los que transgredimos al día. La Justicia de la que nos habla no es el cumplimiento externo de una serie de mandatos, sino el descanso en el pobre que ha sido alzado. Esa es la esencia de la justicia: descansar en Aquel que, hecho pobre por nosotros (colgando de una cruz), ha sido alzado a lo más alto. Cuando descansamos en sus méritos y no en los nuestros, entramos de lleno en el Reino de los Cielos, en el Descanso de Dios, sin necesidad de esperar a la muerte. Dejamos de autoacusarnos, de automaltratarnos y nos dejamos querer gratuitamente por Dios, liberándonos de esa nefasta autoexigencia que nos lleva a exigir a los demás lo que nosotros tampoco hacemos, pero sabemos ocultar muy bien.

Si hacemos de nuestra justicia la misma que la de los escribas y fariseos, confiando en nuestros propios esfuerzos para cumplir los 613 mandamientos… será imposible entrar en el Reino de los Cielos. No descansaremos jamás, ni dejaremos descansar a los demás. Al Reino de Jesús sólo se entra por Jesús: Él es la Puerta, Él es Dálet. Para que el hombre pueda atravesar Dálet (ד) y ser levantado en Qof (ק), primero debe convertirse en Tzádi (צ), es decir, en alguien que descansa de sí mismo, y deja que Jesús viva en él, piense y obre en él, sin estorbarle con sus propios esfuerzos, ni tratar de enseñarle a Jesús lo qué debe hacer en cada momento de su vida.

El que descansa de sí mismo, de sus propios esquemas, creencias, prejuicios, aprendizajes, méritos, fuerzas, etc., y pasa por la puerta de la pobreza de Jesús, ya no tiene necesidad de juzgar las intenciones de los demás. Ni tiene pleitos con nadie. Ni le importa humillarse y pedir perdón (aún cuando la ofensa haya sido contra él). Ya no se queja de lo que le ocurre. Porque sabe que es Dios Padre quien está detrás de sus acontecimientos, es Él quien manda al Sol cada mañana amanecer en su vida. En definitiva, es un hombre que vive por y para el Espíritu de Jesús… es un HOMBRE LIBRE. Porque, «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2Co 3, 17). Libertad que nos permite ir con «la cara descubierta, reflejando la gloria del Señor» (v. 18). Sin ocultar que somos pobres, pecadores, limitados… porque sabemos que es Jesús quien poco a poco nos va «transformando en Su Imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor» (íb.).

Creo que hoy es un buen día para descansar de ti mismo, en la situación en la que te encuentres, en la relación con los que te rodean… y dejar a Jesús vivir y revelarse a los que te rodean a través de ti. Verás al Sol amanecer en ti y descubrirás que la misión de la noche fue hacerte anhelar con muchas más ganas la llegada del día y disfrutar de su luz.

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