18 de septiembre: San José de Copertino

El pequeño José nació, como Jesús, en un establo.

De verdad. Su padre se arruinó con un negocio fatídico y se quedó en la calle con toda su prole y con su mujer embarazada.

Vino al mundo pues, en Copertino, al ladito de la ciudad de Lecce, en el tacón mismo de la bota geográfica que es Italia. En ese momento, la zona era propiedad de Felipe III, rey de España y Portugal.

Corría el año 1603: Shakespeare publicaba Otelo, Cervantes se mudaba a Madrid y el navegante Gabriel de Castilla avistaba por primera vez la Antártida.

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Poca gente baja hasta Lecce pero vale bastante la pena y está pegada a la playa, como Tarento, Otranto (desde salían los cruzados hacia Tierra Santa) o Brindisi (por donde intentó escapar Espartaco en su revuelta de esclavos)

Por las penurias económicas de la familia tuvo que trabajar desde niño. También desde niño pensó que una buena manera de escapar de esa miseria era haciéndose monje o sacerdote.

Y lo intentó por todos los medios posibles.

Pero este tipo de salidas profesionales no se escogen para escapar de una realidad que no le gusta a uno.

Así que el Señor quiso que José fuera tachado de inepto en casi cada una de las congregaciones en las que intentó ingresar.

El Santo Renuente: La vida de San José de Cupertino - FORMED
Quiso ser franciscano por muchos caminos, porque los franciscanos tenían muchas órdenes para elegir, pero le mandaron a pastar. También lo intentó con los capuchinos, que le admitieron pero al año, sin poder ni terminar el noviciado, fue expulsado

Básicamente, el problema, para no enrollarnos, era que no sabía hacer la O con un canuto.

Cortísimo de entendederas, incapaz de retener el más mínimo conocimiento, era el hazmerreír de los monjes listillos que declamaban en latín y comentaban cosas elevadas tol rato.

Se olvidaba hasta de comer.

Cuando le explicaban algo, por simple que fuese, lo único que le salía era quedarse con la boca abierta: mitad asombro, mitad ignorancia.

Por ello se ganó el apodo de «Boccaperta».

Insistió tanto que finalmente le aceptaron en un convento de franciscanos conventuales, donde le pusieron a trabajar en los establos.

Él, tan contento con su hábito.

Santa Maria della Grottella | Santuari Italiani
Aquí fue, en el santuario de Santa María della Grotella, donde le aceptaron como hermano los franciscanos. Se llama della Grotella porque tiene unas grutas a los lados antiquísimas y, oye, hay que aprovecharlas bien

La comunidad de monjes le acogió muy bien, ya que José se puso las pilas y no veáis cómo trabajaba el tío.

Tanto fue así que sus superiores, aún sabiendo su mediocridad para estudiar, le propusieron para sacerdote.

José era lo que había pretendido siempre, porque en la inocencia está el secreto de tantas cosas, así que le pareció que la idea venía del Espíritu Santo.

¿El problema? Había un examen dificilísimo que se había impuesto tras el Concilio de Trento para ser ordenado sacerdote.

José estudió como el que más pero no se enteraba de nada. Lo de Boccaperta se mantenía en todo su esplendor.

Únicamente se quedó con una frase de todo el Evangelio, que era esta:

«Bendito el fruto de tu vientre, Jesús»

Era lo único que sabía explicar porque le resultaba sencillo adaptarlo a su vida. Lo demás, ni pajolera idea, como si le hablaran en chino.

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La primera parte del examen, para ser diácono, consistía en que el examinador, generalmente un sacerdote resabiado, abría al azar los evangelios y la frase que saliera, esa es la que tenía que explicar el opositor. A pelo

Los superiores de José perdieron toda esperanza de que aprobara pero Boccaperta quiso ir de todos modos porque sabía que a él había sido Dios el que le había puesto en esa situación.

Sabía eso y poco más.

Ese poco más era el versículo que os comentado: es decir ese «para el Señor no hay nada imposible» que le dedica a la Virgen María el arcángel Gabriel.

El día del examen el examinador coge la Biblia, la abre, señala un versículo y le dice a su ayudante: «lee tú que me he dejado las lentes en la celda».

Supongo que imagináis el versículo que le salió a nuestro santo de Copertino.

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De esta guisa no ibais a encontrar a José de Copertino en el claustro, ya os lo digo yo

El examen para sacerdote, más chungo todavía, lo pasaba directamente el obispo, para asegurarse de a quién iba a ordenar.

El día que José fue a hacer el examen se presentaron once diáconos al susodicho.

Le tocó salir en último lugar a suertes y, por lo tanto, tuvo que escuchar a todos sus compañeros antes.

Iban todos preparadísimos: contestaban a lo que preguntaba el obispo de una manera magistral, alguno era el colmo de la exactitud, otro sabía 18 idiomas, uno relató el capítulo 20 de San Juan de pé a pá, otro…

En fin, cuando hubieron pasado todos, el obispo creyó conveniente hacer una cosa.

«Qué bien educamos a nuestros chavales en los monasterios hoy en día, así da gusto. Pero otra cosa os voy a decir, las hermanas clarisas han preparado un estofado que huelo desde aquí y que convendría aprovechar mientras esté caliente así que suspendo este examen, apruebo a todos los presentes y me voy a Lecce a ver en qué fecha les podemos ordenar».

Y así quedó el asunto. Aprobado general. Vaya doble combo para José.

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Fue ordenado entonces sacerdote en Poggiardo, otra ciudad de la región de Puglia, que es la que estamos viendo hoy. Era 1628. Mirad que callecicas más estupendas tiene este pueblín

Entonces comienza la fase de la vida de San José de Copertino por la que ha pasado a la historia.

Sabiéndose un pobrecillo creyó oportuno enseñar de otra manera diferente a su grey.

No lo habíamos comentado para salvaguardar la sorpresa pero nuestro santo tenía un don. Y vaya don.

En realidad tenía dos dones: uno era que soportaba como nadie los ayunos, fueran en Cuaresma o de ordinario. Cuentan sus hagiógrafos que se pasó cinco años sin probar el pan y el vino, y que los viernes comía unas hierbas tan amargas que ningún otro paladar las podía soportar.

Hay que explicar este primer don porque es, para mí, causa segura del segundo: la contemplación del Santísimo era su arma secreta y se quedaba horas rezando por tantas cosas que creía importantes.

Total, que una vez, de repente comenzó a levitar. Sus hermanos en Copertino alucinaron.

El tema es que se repitió otra vez. Y luego otra más. Y después unos campesinos que dicen que le han visto con un cordero sobrevolando sus campos. Y tras ello, en toda la Puglia, se le empezó a conocer porque se le veía levitando con una cruz a cuestas.

Claro, esto impresionaba mucho a la gente que acudía en peregrinación a Copertino para conocer a José

Para explicar el asunto, nuestro amigo decía: «vaya ataques de mareo tan raros que me dan».

Y se quedaba tan ancho.

Sus hermanos franciscanos intentaban detenerle sujetándole o golpeándole porque así no había quien se concentrara en rezar pero José, en esos momentos, ni sentía ni padecía.

Un día ocurrió esto que relata uno de sus biógrafos:

«En 1645, el embajador de España en la corte pontificia, el Gran Almirante de Castilla, pasó por ahí y visitó a José de Cupertino en su celda. Luego de conversar con él un buen rato, bajó a la iglesia y dijo a su esposa: ‘Vengo de ver y de hablar con otro san Francisco’. La señora manifestó entonces su gran deseo de gozar de un privilegio igual y el padre guardián mandó decir a José que bajase a la iglesia para hablar con Su Excelencia. El hermano respondió: ‘Obedeceré, pero no puedo decir si podré hablar con la dama’. En efecto, momentos después apareció en la puerta de la iglesia, pero en el mismo instante clavó los ojos en una imagen de la Virgen María que se hallaba en el altar y, de pronto, se elevó del suelo y voló unos doce pasos por encima de las cabezas de los que estaban en la nave, hasta quedar parado a los pies de la estatua. Permaneció ahí un momento y oró en homenaje a la Señora y, luego de emitir su grito peculiar, voló de nuevo hasta la puerta de la iglesia y regresó de prisa a su celda, mientras el almirante, su esposa y todos los miembros de su séquito que presenciaron la escena, permanecían inmóviles en su sitio, como paralizados por el asombro»

San José de Cupertino
Es que cómo de picueto te tienes que quedar al ver a alguien volar por la nave central de una iglesia: esto provocaba mucha devoción por un lado pero también mucho escándalo por otro (la Inquisición incluso estuvo con los ojos puestos en Copertino un tiempo largo)

Hasta el papa Urbano VIII no quiso perderse estas levitaciones místicas de José de Copertino y fue testigo de ello.

Con deciros que hasta vinieron protestantes a ver si «eso que cuentan los católicos es verdad, que son unos fantasmas». Vieron, oyeron, callaron y volvieron a Flandes a seguir dale que te pego siendo herejes fetén.

Tampoco he contado que José se interesó mucho en realizar obras de caridad, sobre todo a familias como la suya, pobres de vivir en la calle, a los que alimentaba ni sé cómo.

Este fue San José de Copertino. Es de no creer pero fliparíais si vieseis lo documentadas que están todas sus levitaciones.

El 18 de septiembre de 1663 murió en su cama.

Conservamos su cuerpo incorrupto, por si le faltara algo al bueno de Boccaperta.

Jufra Leon Gto. Mèxico.: San Jose de Cupertino -Reconocimiento de sus  restos mortales-
Sus hermanos franciscanos del S. XXI le siguen velando hoy en día en su ciudad natal

Si tenéis un poco de imaginación deduciréis que es patrón de los malos estudiantes.

Y, por supuesto, de los aviadores.

Si alguna vez estáis en un vuelo con turbulencias, acordaos de él.

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