En el año 2001, más de 400 años después de que el Cardenal Baronio redactase su Martirologio Romano, alguien en El Vaticano se dijo que aquello había que renovarlo.
Digamos que la confrontación entre la manera de estudiar la Historia y sus personajes con los métodos actuales y la forma de escribir de un cardenal del S. XVI no resistía demasiado bien la comparación y había que subsanar dichos errores para no liar a los fieles.
Se cambiaron informaciones, se retiraron bulos y se cambiaron fechas de celebraciones litúrgicas referentes a algunos santos.
Es el caso que nos ocupa hoy: en el nuevo Martirologio la fiesta de Santa Isabel y San Zacarías se celebra el 23 de septiembre, pero en el viejo se conmemoraba a estos dos personajes importantísimos el 5 de noviembre.
Nos vamos a dar el lujo de acordarnos de ellos a la antigua usanza.
Isabel y Zacarías son dos personajes secundarios en el Evangelio de San Lucas.
Y digo de Lucas porque es en el único en el que aparecen. Y digo secundarios porque en apenas un capítulo desaparecen y ya no salen más.
Pero es que vaya capítulo. Vaya capitulazo.
Si los inicios de algo son importantes podemos decir que un Evangelio, que es una cosa muy importante, no me digáis, tiene que tener un inicio potente.
¿Con qué o con quién comienza Lucas su narración? Contando la historia de Zacarías e Isabel.
"En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada". Lucas 1, 5-7
La acción presenta a Zacarías, que era sacerdote, en el sancta santorum del templo de Jerusalén haciendo una ofrenda de incienso.
Podéis pensar que, bueno, era sacerdote, es lo suyo. Y bueno, en parte sí, es lo suyo, pero el que entraba en el Santuario del Señor a quemar incienso no era cualquiera.
Sucedía una única vez al año, y lo hacía un sacerdote elegido a suertes entre los que no lo habían hecho todavía.
Porque aquello era una experiencia que ocurría una vez en la vida, y eso si te tocaba, claro.
Así que en el momento culminante de su vida como sacerdote, en la Presencia de Dios (Shekinah), quemando incienso mientras todo el pueblo está en el exterior rezando a tope, con la intimidad más profunda que un hombre de esa época y esa creencia puede experimentar; en ese instante a Zacarías se le aparece el arcángel Gabriel.
"No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto". Lucas 1, 13-17
Zacarías flipa, claro. Y más que flipar; duda. «Soy un viejo» viene a decir.
Entonces Gabriel le contesta con otro YO SOY más potente, que es el de Dios; y le vaticina que se quedará mudo hasta que todo eso ocurra.
Al salir del templo la escena se las trae porque Zacarías sale haciendo gestos y señas y sin poder decir ni pío.
La gente dándose con el codo en plan: «a este se le ha subido el incienso a la cabeza, yo ya dije que a Zacarías esto le venía grande».
Pero bueno, de todo aquello, lo que sale es que Isabel se queda embarazada, siendo estéril y anciana, en esa tradición tan del Antiguo Testamento.
Tras el anuncio a Zacarías, viene la Anunciación a María en Nazaret, donde se le comenta, a modo de ejemplo, lo que le ha ocurrido a su prima, Isabel.
María, que sí que cree al arcángel Gabriel, se queda con la copla así que decide ir a visitar a Isabel y Zacarías, que se han escondido tras lo suyo en la montaña de Judea.
Y aquí ha llegado el momento de comentar que toda esta información que toca desgranar hoy se ha sacado de un librillo impresionante y que debería ser de lectura obligatoria este Adviento para todos.
Toca decirlo porque va a tomar la palabra el autor, que lo explica todo mejor que yo, como no podía ser de otra manera.
Toca decirlo porque el misterio que esconde la escena de la Visitación es, parafraseando un poco, «de una profundidad abismal».
Que la región donde están Isabel y Zacarías sea montañosa y esté en Judea es ya importante porque en ese lugar es, según los estudiosos y los arqueólogos, donde se refugió al Arca de la Alianza de los israelitas en tiempos del rey David.
Esta era un santuario móvil que acompañaba al pueblo y representa algo extraordinario con respecto a otras religiones. Dios, ya en la antigua alianza, habita y camina con el pueblo, participa de sus sufrimientos. Cuando David trae el arca de la alianza de las montañas de Judá, donde había ido a parar tras varias vicisitudes, danza con alegría delante de ella (2Sam 6). La presencia de Dios provoca siempre en el hombre la danza y la alegría.
No sé si se os ocurre algún paralelismo con algo que ocurre en la Visitación, pero estoy seguro que sí, porque sois listísimos.
La presencia de Dios es todavía, por así decirlo, móvil. Pero ahora reside en un santuario viviente, en el seno de una mujer, en María, nueva arca de la alianza. Juan Bautista, en el seno de Isabel, exulta y danza delante de la nueva arca de la alianza, en cuyo seno habita la plenitud de la presencia de Dios.
Poco le queda más que añadir a Isabel, la prima, pero ese poco es mucho.
"¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". Lucas 1, 42-45
El Antiguo Testamento se encuentra aquí con el Nuevo, el último de los profetas con el Profeta que tenía que venir al mundo, el pueblo judío con el Mesías.
Todo tremendo. Pero no es la última cosa que vamos a ver hoy.
Qué hemos dejado a Zacarías mudo, al pobre, por incrédulo.
Todavía no ha dicho su última palabra. Ni mucho menos.
"Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan». Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre». Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan»" Lucas 1, 57-63
Dejo al Voltaggio que os explique un poco…
Todo esto tiene un significado más profundo de cuanto pueda parecer a primera vista. Juan estará libre de los lazos familiares (llamarse como su padre) y tendrá una misión única. Será un consagrado del Señor, no será como todos los demás, ni será esclavo de proyectos familiares, sino que constituirá una novedad con respecto al pasado: deberá preparar el camino a la novedad por excelencia que es el Mesías.
No está mal la historia de dos personajes secundarios del Evangelio de Lucas, ¿verdad?
Dos de las oraciones más famosas para un cristiano y padres de Juan Bautista.
Menos da una piedra…