Gala Placidia, emperadora regente del Imperio Romano de occidente, y cuya historia habrá un día que contar (hija, hermana, madre de emperadores y reina de bárbaros, además de azote de arrianos), tenía en el año 440 muchos frentes abiertos con los que no daba abasto.
Uno de ellos, uno que le preocupaba especialmente, era pacificar la Galia.
Aquello estaba malfatal.
El comandante general de las legiones, Flavio Aecio, y el prefecto del pretorio, Albino, estaban a tortas. Por lo que se requería una persona que pusiese a buenas a estos dos mentecatos.
El elegido fue la mano derecha del papa del momento, Sixto III, un diácono romano llamado León.
Una vez en la Galia, en plan mediador («tenemos a los bárbaros a las puertas del Imperio y vosotros peleándoos por tontás, hay que ver Aecio, hay que ver Albino») le llega la noticia de que Sixto III ha muerto.
Y junto con la misma misiva le llega la noticia que le han nombrado Papa.
Claro, deja el entuerto galo a medias y sale pitando a Roma, donde es consagrado como Sumo Pontífice.
Faltaban menos de 40 años para que el Imperio Romano de Occidente desapareciera.
El nuevo papa, nuestro León, podía intuir algo debido a que nada funcionaba ya como deben funcionar las cosas en un imperio serio.
Las tribus bárbaras ya no respetaban frontera alguna y no pagaban un tributo desde hacía décadas.
El Imperio Romano de Oriente no ayudaba nada de nada: apoyo moral y, si acaso, alguna que otra herejía, que eran la pimienta histórica de la época.
La de juego que dieron las herejías. En ese momento, un tal Eutiquio, decía que no había verdadera naturaleza humana en Cristo.
Y se quedaba tan ancho.
A todo esto se tuvo que enfrentar el papa León, cuando todavía no era magno.
Para que veáis lo importante que fue lo del Concilio de Calcedonia (junto a otros anteriores: Nicea, Constantinopla y Éfeso), otro magno, posterior al nuestro, San Gregorio, dijo esto de ellos:
"Acogo y venero los cuatro concilios como los cuatro libros del santo Evangelio... se eleva la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada: resumen perfecto de la fe de la Iglesia antigua"
Y de la nueva, Gregorio, y de la nueva.
Los obispos presentes en Calcedonia, simplemente, dejaron dicho: «Pedro ha hablado por la boca de León».
No me extraña que al morir le enterraran al lado de San Pedro.
Lo de Atila.
¿Os acordáis de Flavio Aecio y sus legiones en la Galia? Pues resulta que el lío de Aecio venía de que se veía incapaz de soportar la entrada en el tablero de juego de otro pueblo bárbaro.
Este pueblo no era otro que el de los legendarios hunos, comandados con Atila.
Atila era un tipo que tenía sus estudios y que aspiraba a ser alguien grande dentro del Imperio.
Atila quería ser emperador, para que engañarnos. Griego y latín sabía Atila.
Estaba claro que los romanos pensaban que le podían timar adulándole o dándole tierras en zonas marginales del imperio.
Pero no coló.
Atila se presentó en la Galia con ejército de desarrapados que tiraban con arco subidos a caballos sin silla de montar.
Mambo.
Tras ver que con los hunos, a campo abierto, era imposible vencer a las legiones, cogió a los más salvajes, y como no había nadie ya guardando las fronteras invadió Italia y redujo prácticamente a cenizas Milán, Padua y Aquilea.
Venía reclamando una cosilla de nada: casarse con la hermana del emperador, Honoria, que estaba de acuerdo; pero al emperador Valentiniano III, el hijo de Gala Placidia, pues era un tema que no le hacía ni pizca de gracia.
Así que aquí estamos, en el año de nuestro Señor de 452, y a las puertas de Mantua, dispuesto Atila a saquearla y bajar después por la fuerza a Roma, a reclamar a Honoria, y sobre todo, la dote por Honoria.
Valentiniano huye, las legiones huyen, Flavio Aecio está lejos.
El que está en Mantua, no por casualidad, es el papa León.
Ahora hay que imaginar a San León Magno tras las murallas de Mantua. A la ciudad aterrorizada (jopé, que venían los hunos). Y a Atila a las puertas de la ciudad.
Atila ad portas les decían las madres a sus hijos cuando querían asustarles.
El hombre del saco, el sacamantecas y el coco era Atila. Tres en uno.
En esto sale León y pide, a saber cómo, hablar con Atila, que al enterarse que es el papa quizá pensara: «a este nos lo merendamos».
Pero no. Sale nuestro santo, que por algo se le llama también magno y dialoga en latín con Atila y le disuade, no me preguntéis cómo, de que de media vuelta y vuelva a su Hungría natal.
Sí, le pagó. Sí, aquello presagiaba el final de un imperio.
Pero la espantá, Atila, la dio.
Que sí, un poco después, con León en Roma, los vándalos de Genserico consiguen entrar en la capital.
En fin, que capital ya no era Roma de nada, pero que entrar, los vándalos, entraron.
Eso sí, León volvió a negociar con los bárbaros y estos permitieron que las basílicas de Santa María la Mayor, la de Letrán y las de San Pedro y San Pablo sirvieran como refugio al pueblo.
Y que ahí no entrarían. Y así fue.
¿Qué significó todo esto?
Pues una cosa bastante importante, y que prácticamente se mantuvo pasados los siglos: en Roma, la máxima autoridad ya no era de los emperadores, sino de los papas.
Antes comentamos que el santo de hoy había sido el primero en muchas cosas:
El primero en llamarse León (luego vendrían otros doce), el primero del que ha llegado su predicación por escrito y el primer papa al que apodan Magno.
Que al otro magno, San Gregorio, le nombraran en 1754, junto a él, Doctor de la Iglesia, pues también es un hito.
El 10 de noviembre del 461 muere en Roma tras veintiún años de papado.
Benedicto XVI dirá de él:
Este es el misterio cristológico al que san León Magno dio una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser a la vez Dios y hombre, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado». Con la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. Así nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Por tanto, con san León Magno, aprendamos a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.