Sukkót, la fiesta de las tiendas

Mañana por la tarde comienza la Fiesta de las Tiendas o Tabernáculos. Viene recogida así en la Sagrada Escritura:

«Dijo Yahvé a Moisés: ‘Di a los israelitas: El día quince de ese séptimo mes celebraréis durante siete días la fiesta de las Tiendas en honor a Yahvé. El día primero habrá reunión sagrada y no haréis trabajo servil alguno. Durante siete días ofreceréis manjares abrasados a Yahvé. El día octavo tendréis reunión sagrada y ofreceréis manjares abrasados a Yahvé. Es día de asamblea solemne: no haréis en él trabajo servil alguno'».

Levítico 23, 33-36

En cuestión de tres semanas (básicamente), hemos pasado por tres fiestas tremendamente significativas:

  1. Rosh Hashaná (Año Nuevo)
  2. Yom Kippúr (Día de la Expiación)
  3. Sukkót (Fiesta de las Tiendas)

Son tres fiestas que resumen muy bien los tres primeros capítulos del Génesis:

  • Capítulo 1: Creación
  • Capítulo 2: Pecado y caída del hombre
  • Capítulo 3: Expulsión del Paraíso

Y que encierran un trasfondo catequético muy importante.

La Fiesta de las Tiendas o Tabernáculos tiene que ver con los 40 años que el pueblo de Israel vagó por el desierto, habitando en tiendas, hasta llegar a la Tierra Prometida.

Una curiosidad litúrgica es que, entre el 6 de Agosto (Transfiguración) y el 14 de Septiembre (Exaltación de la Cruz), ambos incluidos, pasan exactamente 40 días. ¡Vaya coincidencia! Es más, será en la Transfiguración donde encontramos la primera y más clara referencia a las «tiendas» de esta festividad:

«Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ‘Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías'».

Mt 17, 4 (cf. Mc 9, 5; Lc 9, 33).

Jesús no le dejó hacerlas porque las tiendas hebreas, lugar de encuentro de la familia con Dios, imitaban al Tabernáculo principal construido por Moisés, donde éste se encontraba con Dios. Es a Jesús, nuevo Moisés, a quien le corresponde la tarea de erigir esa Tienda, como veremos casi al final de este artículo. A nosotros, como a Pedro, únicamente nos corresponde imitar Su Modelo.

La Fiesta de las Tiendas dura 8 días. El primer día, de descanso total, los hebreos confeccionan unos ramos: «el primer día tomaréis frutos de los mejores árboles, ramos de palmera, ramas de árboles frondosos y sauces de las riberas». Con ellos, deberán alegrarse (שָׂמַח, samáj) «en presencia de Yahvé, vuestro Dios, por espacio de siete días» (Lv 23, 40). La mitzvá, que regula el cumplimiento de la Torá, indica que estos ramos deben estar hechos de ramas de palmeras (לוּלָב, luláv), mirto (הֲדַס, hadás), sauce (עֲרָבָה, aravá) y citrón (אֶתרוֹג, ʾetróg). Durante los siete días que dura la fiesta, los hebreos deben, además, ofrecer diariamente «manjares abrasados a Yahvé». Finalmente, en el octavo día, debían acudir todos juntos en procesión al Tabernáculo donde está el Arca de la Alianza (posteriormente, el Templo de Jerusalén), con las palmas en sus manos, agitándolas con alegría, entre cantos y gritos de alabanza.

Durante el Exilio, Israel se vio impedido para realizar cualquier sacrificio. Tampoco podían peregrinar a ningún sitio (habían perdido el Templo y el Arca). Así que se consolidó la costumbre de leer y reflexionar, durante estos días, el libro del Eclesiastés o Qohélet. Tras la destrucción del Segundo Templo, en el 70 d. C., esta costumbre fue retomada y conservada hasta el día de hoy. Este libro, atribuido a Salomón, es una invitación a despreciar las vanidades del mundo presente, para lanzarse a la búsqueda y encuentro de la Sabiduría, concepto bíblico que nada tiene que ver con el conocimiento intelectual de alguna materia o campo del saber, sino con la disposición existencial del hombre de unir perfectamente su voluntad a la Voluntad de Dios.

A día de hoy, los judíos siguen habitando en tiendas durante estos días. Las levantan en los patios o jardines de sus casas (si los tienen), incluso en la mismísma calle, como podéis observar en la foto que os adjunto. Toda la familia come, duerme y hace vida familiar en ellas durante estos días: «para que sepan vuestros descendientes que yo hice habitar en cabañas a los israelitas cuando los saqué de la tierra de Egipto» (Lv 23, 43).

Una caracterísica esencial de estas tiendas es que su techo, aunque suficientemente cubierto para dar más sombra que luz, debe estar abierto, de forma que se pueda contemplar fácilmente el cielo y las estrellas desde su interior, y no tener ventanas laterales.

Durante 40 años, Israel habitó en este tipo de tiendas, que únicamente les permitían mirar hacia arriba, al Cielo. Dios les enseñó a mirarle únicamente a Él, a depender y esperarlo todo, única y exclusivamente, de Su Providencia. Al no tener ventanas, no podían compararse con sus vecinos, ni envidiarse, ni meterse en las vidas de los demás. Tampoco podían mirar al horizonte ni caer en la tentación de anhelar otras tierras o pastos en que habitar. Sólo podían mirar al cielo y esperar en la promesa de esa tierra que mana leche y miel de la que les hablaba constantemente Moisés.

Con el tiempo, la fiesta fue adquiriendo marcados tintes escatológicos:

«Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahvé será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: ‘Venid, subamos al monte de Yahvé, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos’. Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahvé».

Isaías 2, 2-3

Aunque salpicados aún de nacionalismos terrenales. Israel, apoyándose en la esperanza de la reconstrucción del Templo y la promesa del Mesías, sigue aguardando el momento en que los judíos dispersos por el mundo (y las naciones que quieran acompañarles) peregrinarán de nuevo a Jerusalén y su Templo, al encuentro del Mesías.

«Los supervivientes de todas las naciones que atacaron Jerusalén subirán de año en año a postrarse ante el Rey Yahvé Sebaot y a celebrar la fiesta de las Tiendas. Y la familia del país que no suba a Jerusalén a postrarse ante el Rey Yahvé Sebaot no recibirá lluvia en sus tierras».

Zacarías 14, 16-17

«Durante siete días…»: El número 7 es signo de plenitud en la Escritura. Siete fueron los días que pasaron hasta que Dios completó la Creación y descansó, satisfecho, de su obra. El número 7 corresponde a la letra Záyin (ז), que representa un hombre coronado, algo o alguien que ha llegado a la cima (ver la imagen). Representa, por tanto, el recorrido completo de la Vida, desde que nacemos hasta que morimos. El hecho de que la fiesta de las tiendas dure siete días (más el octavo) nos enseña que:

  • Nuestra vida es un peregrinaje hacia el Cielo. No debemos detenernos en preocupaciones ni apegos materiales y afectivos.
  • Del Cielo nos viene todo lo que necesitamos para esta vida, no de los bienes materiales, ni de nuestros semejantes.
  • De Dios es de quien debemos esperar toda ayuda y bendición, no de nuestros esfuerzos, virtudes o méritos personales.

«…ofreceréis manjares abrasados a Yahvé…»: los cristianos sabemos que todos los sacrificios de la Antigua Alianza son figura del único y eterno sacrificio ofrecido por Jesús en la Cruz. Por lo que podemos comprender que los sacrificios de sukkót nos hablan del sentido de nuestra vida y de lo que debemos hacer: ofrecer a Dios diariamente el sacrificio de Jesús como la única justicia de nuestra vida, y no vivir de méritos, virtudes y autosuperaciones personales.

Dios Padre nos ha hecho hijos suyos, no por nuestras obras, perfección o santidad personal, sino por una elección libre y voluntaria de su propio Ser, que ha sido sellada y ratificada unilateralmente con el Sacrificio de Jesús en la Cruz. Por este sacrificio, y dependiendo sólo de Él, podemos estar seguros de ser Hijos amados de Dios y, desde esta certeza, dejar que Su Espíritu realice en nosotros, y a través de nosotros, las mismas obras que realizó en Jesús, e incluso mayores (cf. Jn 14, 12).

La pictografía de palabra סֻכּוֹת (sukkót), que significa «tiendas, cabañas», avala lo que estoy diciendo. La letra Sámej representa un palo o espina en la que sostener o agarrar algo. Kaf es una mano abierta para dar, algo que se extiende (la lona de una tienda), desde donde se recibe la bendición que cae del cielo (de hecho, su pictograma posee una pequeña abertura en el centro por la que se derrama el contenido vertido desde el cielo). Por su parte, Vav representa un clavo, que nos permite fijar o asegurar algo al suelo (p. ej.: la lona), para resistir al viento. Pero también de algo que desciende (que es lo que hace un clavo al hundirse en el suelo). Finalmente, Tav representa una señal, algo establecido o habitado, un lugar donde se cruzan los caminos o personas; cuya expresión más elevada es la Alianza Divina, la Torá, y cuyo pictograma, la Cruz, resulta muy elocuente para nosotros, los cristianos.

Así, la fiesta de Sukkót es la fiesta en la que, tanto judíos como cristianos, nos «sostenemos o agarramos a la bendición y Providencia Divina, que desciende o nos es asegurada por la Alianza (o Cruz de Jesús)».

Sukkót nos enseña a depender de Dios, de Su Justicia y justificación, de Su Providencia, de Su Santidad, etc., y renunciar a nuestra propia justificación, esfuerzo y meritocracia; incluso al proyecto personal de santidad que nos hemos ideado en nuestras mentes y que, probablemente, nada tiene que ver con el que Dios ha diseñado para nosotros.

Hablaba antes de la relación entre las Tiendas y la Transfiguración. En ese pasaje, Pedro, fuera de sí, se ofrece a construir tres tiendas. Algo que finalmente no ocurre. Pues, igual que Moisés construyó la Tienda del Encuentro según las medidas que le habían sido mostradas en la Montaña Sagrada (cf. Ex 25, 40), así Jesús es el único artífice de la Nueva Tienda del Encuentro: la Cruz. Tienda Definitiva en la que Dios y los hombres podrán encontrarse y desde la que podrán mantener un diálogo profundo de amor. La Cruz es el lugar en el que el hombre alcanza la sabiduría anhelada por el Eclesiastés. Ya que es en la Cruz donde la voluntad de un hombre (Jesús), que nos representaba a todos, se unió perfectamente a la Voluntad de Dios (su Padre).

Nos queda aún el octavo día de la fiesta. El 8 en la Escritura corresponde a la letra Jet (ח). Ésta representa una valla, algo que separa, pero que también proteje. La letra Jet, dicen los Sabios, es la letra de Eva, madre de los vivientes, ya que su nombre comienza por esta letra (חַוָּה, javá). Representa, por eso, el útero materno, en el cual somos engendrados. El 8, en la Escritura, representa el renacimiento, la nueva creación y es signo del cielo, de la Vida Eterna. De hecho, la suma de las letras del nombre hebreo de Jesús (יֵשׁוּעַ, yeshúa’), suman 386 (10+300+6+70). Si continuamos sumando: 3+8+6=17, y 1+7=8, el valor de la letra Jet.

¡Jesús es el Octavo Día! El lugar y la persona en la que somos reengendrados para renacer como nuevas criaturas que ya no están sujetas al poder de la muerte ni del pecado.

Al final de la Historia, en el Apocalipsis, se nos muestra una gran peregrinación de todos los redimidos celebrando exactamente la Fiesta de las Tiendas (están «en presencia de Yahvé», con «palmas en sus manos» y elevando a Dios la alabanza del «sacrificio de un Cordero»):

«Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del Trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el Trono, y del Cordero'».

Apocalipsis 7, 9-19

El verbo samáj («alegrarse») también es muy importante en esta fiesta. No se trata de una alegría fingida ni tampoco desquiciada. El hebreo, por las características del idioma, nos permite jugar con la composición de sus palabras y profundizar así en ellas, para descubrir perlas escondidas por Dios para que sus hijos las busquen y encuentren, y se regocijen con el premio (como sucede con el afikómen de la Pascua hebrea).

Por su pictografía, vemos que samáj nos habla de una alegría que fruto del haber sido «aplastados o introducidos en el agua de la vida que nos protege». Una imagen muy gráfica del Bautismo cristiano por el que somos reengendrados de nuevo para la Vida Eterna.

Además, si dividimos sus letras (como he hecho en la imagen de arriba), descubrimos más perlas escondidas por el Padre acerca de esta «alegría». En la primera, vislumbramos la raíz de la palabra shem («nombre, esencia del ser») y sham («allá, lugar de destino») unidas a la letra Jet (protección, útero, nuevo nacimiento). Se trata de una alegría fruto de la regeneración de nuestro nombre, de nuestro ser. Una alegría por el hecho de que nuestro nombre/ser (shem) ha penetrado y alcanzado el lugar (sham) al que había sido destinado: el Cielo (en hebreo: hashamáyim). Entendemos ahora mejor las palabras de Jesús a sus discípulos, cuando les dijo: «alegraos de que vuestros nombres (SHeM) están escritos en los cielos (haSHaMáyim)» (Lc 10, 20).

También podemos separar la Shin inicial, que representan unos dientes, algo que aplasta, se sacrifica o purifica, y descubrir la palabra móaj («inteligencia, mente»). Así, vemos que esta alegría es fruto también de un aplastamiento, sacrificio o purificación de la propia inteligencia o, lo que es lo mismo, de una renuncia a seguir pensando y viviendo según los propios esquemas mentales, prejuicios y conceptos intelectuales. Dejándolo todo para salir en pos de Dios, nuestro Padre:

«Una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, al premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús»

Filipenses 3, 13-14

Esta fiesta, comienza aquí en la tierra con el anhelo del hombre y es completada en el cielo, por la realización plena de la Promesa del Padre.

Este Cielo no es un lugar fuera de la Historia en el que evadirnos, como dicen algunos, sino la Historia misma divinizada. Pues, al contrario de lo que éstos afirman, los cristianos profesamos la fe en que resucitaremos en carne y hueso, y así, como seres materiales divinizados en Jesús, viviremos eternamente con Él, en un Cielo y Tierra nuevos, donde el Mar, que representa la muerte y el caos, ya no existe ni tiene poder sobre la Creación (cf. Ap 21, 1).

La Promesa de Dios va mucho más allá de los anhelos nacionalistas y temporales del Pueblo de Israel. Los cristianos creemos y afirmamos que llegará el día en que todos los Hijos de Dios, junto con quienes acepten Su Redención, saldremos en peregrinación hacia la Jerusalén Celeste, al Templo de Dios, con palmas en las manos, entre cantos y gritos de algazara (si no te gusta cantar, gritar y alabar a Dios con grande júbilo, ya puedes ir aprendiendo, jejeje), al encuentro del Cordero que nos ha justificado y por quien hemos sido ya de antemano salvados; y cuya salvación, si queremos aceptarla, se nos ofrece y está a nuestro alcance ya hoy, en Jesús, nuestro Señor y Salvador.

¡Feliz Sukkót!

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