«El Señor es mi pastor, nada me falta», dice el salmo responsorial de la liturgia de la palabra del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, o en hebreo: «YHWH róʿi ló ʾejsár». He querido titular así, con la segunda parte del versículo sálmico, este artículo: «Nada me falta».
La palabra róʿi («mi pastor»), deriva de la raíz רָעָה (raʿá), «cuidar, apacentar, pastar, gobernar, asociarse». ¡Me encanta esta palabra! Hay una palabra que comparte raíz con ella, es la palabra רֵעַ (réaʿ), «amigo». ¡El Señor es mi pastor! ¡El Señor es mi amigo! Interesante esta palabra, compuesta por la letra Resh, que representa la cabeza de un hombre, y la letra Áyin, básicamente un ojo y/o algo circular.
¿Qué es un amigo? (uno de verdad, me refiero) Es aquella persona (Resh) capaz de mirar, discernir, ver (Áyin) al otro, ver su interior. Mi amigo es aquel capaz de mirar dentro de mí sin volver la vista. Aún podemos profundizar mucho más. La tradición hebrea asegura que la letra Áyin, además de representar un «ojo» y/o la «mirada», en su origen representaba también una «oveja» (por aquello que al dormir se acurrucan formando un círculo). Entonces, la palabra רֵעַ (réaʿ) nos está mostrando a un hombre (Resh) junto a una oveja (Áyin). ¿No os suena de algo esto? Os dejo un elocuente icono, obra de Kiko Argüello, junto a este párrafo (hay muchas otras representaciones, pero a mí me encanta esta). Si miramos el icono de derecha a izquierda, vemos primero una «cabeza» (Resh) de Jesús junto a una «oveja» (Áyin). ¡El autor nos está mostrando gráficamente la palabra hebrea «amigo»!
Jesús se presenta como nuestro «amigo», nuestro «pastor», nuestro «compañero» en la liturgia de hoy. Aquel capaz de mirar en nuestro interior sin volver la vista, sin sentir desprecio. Aquel que desea llevarnos sobre sus hombros mientras nosotros descansamos sobre Él, sabiendo que «nada nos falta» en Jesús.
Las ovejas no se preocupan de qué comer, de dónde dormir, de si les va a faltar algo o no, porque tienen un pastor, cuya voz conocen, que saben les llevará siempre a pastos donde podrán alimentarse, que las lavará, las cuidará, las esquilará para que den más lana, y las ordeñará para que generen más leche, y se fabrique más queso, etc.
«Esperábamos en Él y nos ha salvado», decía la primera lectura, «este es YHWH en quien esperábamos» (Is 25, 9). ¡Esto es lo que hace un amigo! ¡Salvar a su amigo!
Me da muchísima pena cuando me encuentro con católicos cuya relación con Dios se basa en el constante temor a la amenaza de la condenación. ¡Ojo! No digo que debamos vivir como pasotas, haciendo lo que nos da la gana con la excusa de haber sido salvados, como si diera igual lo que hacemos. ¡No! Me refiero a que considero un gravísimo error relacionarnos con Dios pensando que Dios nos trajo a la existencia para ver si, durante los años que nos concede de vida, la pifiamos o no, y así condenarnos o salvarnos. ¿De veras creemos que Dios nos hizo existir para que viviéramos con la constante amenaza del infierno si la cagam…? ¡Espero que no! Yo, al menos, ¡no!
¡Dios nos creó por amor!
La tradicionalmente conocida como «prueba del paraíso» ¡no fue un exámen! ¡Al contrario! El árbol del conocimiento del bien y del mal fue (y es) la garantía divina de que su amor por nosotros es incondicional, y no dependía (ni depende) de la perfección natural, preternatural o sobrenatural de Adán y Eva. Ni siquiera los llamados «castigos» o «maldiciones» que declaró sobre Adán y Eva no son fruto del deseo de venganza divina, consecuencia de su desobediencia. Dios, cuando habla, declara la esencia de las cosas. Al profetizar sobre Adán y Eva, lo que hace es declarar públicamente las consecuencias inherentes al pecado cometido (aunque Dios no les hubiera dicho nada, les habría pasado lo mismo). No olvidemos que los ojos se les habían abierto y fueron conscientes de su desnudez antes de que Dios profetizara ninguna maldición sobre ellos.
En el Evangelio de hoy, encontramos de nuevo la palabra «amigo», ¿la viste? «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?» (Mt 22, 12). El griego usa la palabra ἑταῖρος, «amigo, camarada, compañero», es decir, «miembro de un clan, de una familia». Dios Padre, el Dios Altísimo que hizo el Cielo y la Tierra, cuyo nombre es terriblemente santo… se relaciona con nosotros considerándonos sus amigos, sus camaradas, ¡sus compañeros! ¿¡No es increíble!?
Pero, se encuentra con un tremendo drama en este pasaje.
No sé si lo has pensado alguna vez. Supongo que ya sabes que los hebreos solían vestir largas túnicas encima de sus ropas más básicas. Por eso, en las bodas hebreas, era costumbre poner en la entrada de los grandes banquetes y eventos unos puestos donde se colgaban túnicas limpias, túnicas de fiesta. Así, si algún invitado llegaba justito a la boda (porque venía del trabajo, por ejemplo, o de visitar a alguien, etc.), no tenía que perder más tiempo yendo primero a su casa, sino que podía ir directamente a la boda y revestirse con la túnica que había a la entrada.
Ahora fíjate bien en quiénes son los invitados. El evangelio dice que todos los que se suponen que eran «convidados» rechazaron asistir a dicha fiesta, así que el rey mandó salir a los cruces de caminos (donde se sentaban aquellos que pedían limosna) y que trajeran a la boda a TODOS los que encontraran… sin hacer distinción alguna. ¿Crees que alguno de los invitados llevaba un traje de boda escondido bajo la túnica harapienta por si acaso? ¡Todos los que entraron tuvieron que aceptar ser revestidos con uno de los trajes de la entrada! ¡Todos menos uno!
No sabemos si este hombre llegaba justito o no de tiempo a la boda, lo único que sabemos es que tuvo que pasar, como todos, por la entrada del banquete de bodas. Allí se debió encontrar con uno de los siervos del rey que, al ver que venía sin túnica de fiesta, le ofreció una de las que habían allí… y él no la aceptó (¡en el Reino de Dios nunca escasean los vestidos de fiesta!). Una vez dentro, al acercarse el rey, llamarle «amigo» y preguntarle el motivo por el que no iba vestido para la ocasión, este hombre decidió no contestar. ¿¡No os parece insultante!?
¿Habéis discutido alguna vez con alguien que simplemente os mira y pasa de vosotros, sin contestar siquiera? ¿Cómo os habéis sentido? ¿No es peor ese silencio que si nos contestara? ¿No nos sentimos absolutamente despreciados, como si no diera importancia al asunto que estamos tratando? ¡Es una falta de respeto tremenda! Los amigos se sostienen mutuamente, se soportan, discuten cuando toca y luego se reconcilian, pero ¿puede haber amistad con alguien que no solo desprecia lo que le ofreces sino que, además, se niega a dirigirte la palabra cuando le preguntas el porqué de tal desprecio? ¡Es terrible!
¡Este hombre nunca fue amigo del Rey! ¡Como mucho un interesado! Alguien que busca a ver si le cae algo por estar cerca del Rey, pero sin ningún tipo de interés, ni por el Rey, ni por mantener una relación personal de amistad con Él.
Ahora sí que podemos entender la reacción del Rey: «atadle de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas» (Mt 22, 13). Es como decir:
«Te lo he dado todo. ¡Nada te faltaba junto a mí! Tenías mi amistad, te ofrecí gratis un traje de fiesta, me acerqué a ti para ver qué pasaba y ¡tú lo rechazaste todo! ¡Rechazaste todas mis gracias! ¿Creíste acaso que el vestido que te habías construido con tus propias obras podía llegar a ser más digno que el que yo te ofrecía gratis? ¿Creíste que te merecías mi invitación por algún mérito propio, en vez de reconocer mi deseo y amor gratuito e incondicional por que asistieras a esta boda? ¿Crees que te puedes ganar de alguna manera el estar aquí, en este banquete? Pues mira, profetizo sobre ti, como lo hice sobre Adán… te ato de pies y manos. Ato todo aquello que crees que te permite hacer algo (tus pies y tus manos) y declaro que estás fuera de mi Reino, donde todo es gratis, porque aquí sólo residen aquellos que saben que ‘nada les falta’ a mi lado, y proclamo que vives en tinieblas, porque quienes no reconocen mi gratuidad no son capaces de ver mi amor y mi justificación en sus vidas».
Dios Padre nos ha salvado por pura gracia. En su Reino (que ya empieza aquí en la tierra, ¡no lo olvidemos!) se vive de Su Gracia. Ella nos empuja a colaborar con la obra que lleva adelante en nosotros, ¡Dios no nos obliga a salvarnos, nos hace capaces de colaborar con su salvación! Desde Su Gracia, no desde el esfuerzo, ni el desempeño de lograr estar a la altura de las circunstancias, ni del dar la talla ante Él. Lo único que podemos hacer es rechazar, ¡despreciar su Gracia!, prefiriendo hacer las cosas por nosotros mismos, no aceptando vivir como redimidos del Señor, sino más bien como personas que intentan redimirse a sí mismas con sus obras y autorrealizaciones personales.
Dios Padre ha elegido ser amigo tuyo, ¿deseas declararle amigo tuyo o prefieres seguir viviendo bajo esa falsa, tensa y amenazante relación, en la que Dios está observando y esperando al momento que la pifies para castigarte?
¡Cambia de mentalidad! ¡Haz metanóia! En Jesús, hemos sido hechos HIJOS, no siervos. A Dios le encanta ser «Padre nuestro», ¿por qué no disfrutar siendo «hijo suyo»? ¡Dios te ha salvado en Jesús! ¡Vive sabiéndote salvado!