No sé si porque cada vez me gusta más el hebreo bíblico o por otra cosa, pero del Evangelio de este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (Año A), me llamó la atención el punto en el que Jesús decía: «no os dejéis llamar…» (cf. Mt 23, 8ss) y añadía tres palabras: «rabbí», «padre» y «guía o líder».
Me pareció encontrar una conexión entre las palabras rabbí, padre y guía; y, además, el verbo llamar. Como hago otras veces, me detengo un momentito en analizarlas:
La palabra rabbí (en hebreo: רַבִּי) deriva del verbo רָבָה (rabá), que significa ‘ser numeroso, prolífero; multiplicar, aumentar’. Está compuesta de las letras Resh (cabeza, hombre, superior), Bet (casa, hogar, familia, interior), que forman el verbo רָב (rav), ‘discutir, arrojar junto a, añadir’ y la letra He (ser, esencia, espíritu) que es la que convierte una acción en la ensencia de la misma o Yod (mano, brazo, empujar, poder) que nos habla del ejercicio de dicha acción. El rabbí era una persona que enseñaba a otras la Torá, no a la manera nuestra, sino por medio de la discusión. Cuando esa discusión parecía detenerse, entonces arrojaba otro argumento, para poder seguir profundizando en el tema. Las letras de rabbí suman 200+2+10=212, en hebreo ריב, y que suma 5, la letra He (ה). Juntas, ריבה, nos dán la palabra riv o rivá («pelea, discusión, controversia»), que la encontramos en el nombre de Meribá, el lugar donde los hebreos pelearon con Dios para que les diera agua.
Padre, en hebreo se dice אָב (av), y está compuesta de las letras Álef (líder, fuerza, Dios…) y Bet (casa, familia, interior de algo). El padre es el jefe, líder o autoridad del hogar, pero también el poder o la fuerza que lleva adelante la familia. De hecho, sus letras suman 1+2=3, el valor de Guímel (el pie de un camello; y también, riqueza y abundancia).
Tenemos también la palabra guía o líder, en hebreo מַנְהִיג (manhíg), del verbo נָהַג (nahág), ‘conducir, llevar, gobernar, imponer’, formado por las letras Nun (semilla, pez, hijo, descendencia), He (aliento, espíritu, vida) y Guímel (camello, pie, riqueza, abundancia). Si las sumamos, 50+5+3, nos da 58, en hebreo נח, que forman el verbo נָח (naj), ‘descansar’, o el nombre Nóaj (Noé), hombre justo porque descansaba en la Voluntad de Dios. Y, si la invertimos (חן), la palabra חֵן (jen), ‘gracia, favor, bondad, belleza’ (motivo por el que Noé se salvó del Diluvio, porque solo quien vive de la Gracia se salva de ser ahogado en el esfuerzo de la propia justicia que nos corrompe y nos conduce a la maldad).
Por último, está el verbo llamar. El griego de Mateo usa el verbo καλέω, cuya particularidad es ‘hablar en voz alta, declarar’, algo que tiene que ver con poner nombre a alguien o declarar su nombre. El verbo gemelo en el hebreo es קָרָא (qará):
וַתַּהַר לֵאָה וַתֵּלֶד בֵּן וַתִּקְרָא שְׁמוֹ רְאוּבֵן
Génesis 29, 32
vattahár le’a vattéled ben vattiqrá shemó re’uvén
«y concibió Lea y alumbró un hijo, y declaró su nombre Rubén»
Cuando alguien te llama en voz alta, en medio de una multitud, te identifica, es decir, te da una identidad:
קָרָאתִי בְשִׁמְךָ לִי־אָֽתָּה
Isaías 43, 1
qará‘ti beshimjá li-‘átta
«te llamé por tu nombre [de entre todos los pueblos], tú eres mío»
Qará está compuesto por las letras Qof (algo que se levanta), Resh (cabeza, hombre) y Álef, que ya la conocemos. Juntas suman 100+200+1=301, en hebreo שא, que representan unos dientes que aplastan y la fuerza, es decir, marcar o sellar fuerte o permanentemente algo. Si la invertimos, nos da la palabra אֵשׁ (‘esh), ‘fuego’.
Entre rabbí, padre y guía encontré que todas ellas son las causantes de algo. El rabbí de que aumente el conocimiento de la Torá. El manhíg de que algo se mueva o cambie de posición. El padre (av) de cargar con su casa y gobernarla.
Los cristianos no somos la causa de nada. El causante es Dios Padre, por medio de Jesús y de Su Espíritu Santo. Es como si Jesús nos estuviera diciendo: ‘no dejéis que os hagan ocupar mi lugar. Remitid a todos siempre a mí. No permitáis que os consideren a vosotros los maestros de doctrina, la autoridad de la revelación, ni los únicos que saben el camino correcto’.
La Primera Lectura (Mal 1, 14ss) describía una forma de ejercer el sacerdocio hebreo, es decir, de intermediación entre Dios y los hombres. La palabra cóhen («sacerdote») expresa la idea de un administrador de bienes espirituales. ¡Todos somos cohaním, sacerdotes, por el Bautismo! Esta lectura no va dirigida a los presbíteros católicos. Pues bien, estos sacerdotes identificado tanto con su función que ya no servían al pueblo. Se habían apropiado de su posición para sí mismos. Trayéndolo a nuestro tiempo, está hablando de aquellos que convierten el cristianismo o religión en algo adaptado a sus propios deseos e intereses personales. Lo importante no es hacer la Voluntad de Dios, sino actuar y vivir como yo digo o pienso, es decir, como a mí me da la gana. Soy yo quien decide lo que es bueno y malo, es decir, soy yo quien decide lo que es Voluntad de Dios y lo que no.
Por el contrario, la Segunda Lectura (1Ts 2, 7ss) presentaba a los apóstoles, los primeros cohaním de la Nueva Alianza, desgastándose «como una madre que cuida con cariño por sus hijos» (íb.), por los cristianos. ¿Qué hace una madre? Se levanta a horas intempestivas porque su niño llora, modifica sus horarios porque su hijo está enfermo o le pasa algo, se da a sí misma, literalmente, cuando sacia el hambre de su hijo con la leche que genera en su propio interior. En definitiva, muere a sí misma para que su hijo viva. La importante no es ella, sino el hijo. Ella es importante en función de la vida de su hijo.
¿Cuántos cristianos viven así, como «madres de hijos»? Es más, no miremos a otros cristianos, sino cada uno a sí mismo. ¿Vivo así? ¿Doy mi vida por los demás o yo también me he sentado en la cátedra de Moisés a decir y exigir a los demás lo que tienen que hacer, evitando que se vea que yo no lo hago? ¿Adorno yo también mi vida exterior con filacterias y orlas que en realidad no representan lo que está sucediendo en mi interior? Es muy fácil decirle a los demás «deja de pecar», «ve a misa», «reza más», «pide perdón», «humíllate» o, mi favorita, entre otras muchas más, «conviértete, hermano». ¡No fuimos llamados a eso! Sino a ser cóhen del prójimo, es decir, mediadores de la Gracia. ¿Estás triste por tal o cual pecado? ¡Vamos a orar juntos al Señor que te libere de él ahora mismo! ¿Te cuesta rezar? ¡Vamos a orar juntos, ahora mismo, pidiendo más don de piedad! ¿No puedes perdonar? ¡Vamos a orar juntos y ahora mismo pidiendo el derramamiento de la misericordia de Dios! ¿Te cuesta aceptar tal o cual situación? ¡Vamos a orar juntos mirando al corazón de Dios ahora mismo, para que Él nos instruya sobre el sentido de la misma! ¡Qué va! Preferimos ocupar el lugar de Dios, para juzgar y decirle al hermano como consecuencia de qué le está pasando eso, qué es lo que debe hacer, cómo debe hacerlo, cuándo debe hacerlo, de qué manera debe hacerlo y… luego, cuando no funciona, le abandonamos y le decimos: «seguro que algo hiciste mal» o, simplemente, «conviértete, hermano, es lo que hay».
Jesús contraponía la palabra «rabbí» a la palabra «hermano»: «no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro rabbí y todos vosotros sois hermanos».
‘Hermano’ en hebreo es אָח (aj), compuesta por Álef (fuerza, poder…) que ya conocemos; y Jet (valla, protección, defensa, separación). Dios es nuestro rabbí. Él es quien aumenta en nosotros el conocimiento de Sí mismo, quien nos arroja sus gracias, quien pelea por nosotros. ¡Nosotros somos hermanos! Es decir, ‘fuerzas defensivas’. Debemos defendernos unos a otros de los ataques del enemigo, no acusarnos mutuamente arrojándonos cruces y palabras aprendidas de la Biblia, ni abandonarnos después en nuestras caídas o heridas.
Si todos somos hermanos, es porque todos somos hijos del mismo Padre… «No os dejéis llamar…». No dejéis que se os distinga, se os identifique, no permitáis que vuestra identidad esté basada en aquello que hagáis: ser rabbí, ser padre o ser guía de otros… VUESTRA IDENTIDAD ESTÁ EN AQUELLO QUE SOIS: MIS HIJOS. «No habéis recibido un espíritu de esclavitud… antes bien un espíritu de hijos de adopción, desde el que clamamos ¡ABBÁ, PAPA!» (Rm 8, 15).
¡Sí! Somos sus hijos, los primeros de su casa… pero para ser los primeros el único camino es servir a los demás. El servidor entrega su tiempo y su vida por hacer que todas las cosas que necesita su señor estén disponibles cuando las necesite; que la comida esté a tiempo, la casa limpia y ordenada, etc. A cambio, no recibe nada, desaparece para que su amo pueda hacer lo que quiera. ¡Qué fácil es desear ser servidor de Dios! ¿No? Pero Jesús habla de ser «servidor de los otros», no de Dios.
¿Quieres ser el primero? Entonces, estate atento y preocúpate de que las cosas que necesita tu hermano estén disponibles cuando él las necesite. Que cuando tenga hambre, la comida esté hecha. Cuando quiera descansar, tenga la cama hecha para recostarse. Que su casa esté limpia y ordenada siempre, para no tropezar por tus descuidos… y, luego, desaparece y deja que tu hermano haga lo que quiera con lo que le has dado. No somos propietarios ni dueños, ni del prójimo ni de las gracias que Dios imparte por medio nuestro, ni de la misión que nos encomendó… somos administradores que se desgastan, no corruptos que buscan beneficio personal de la misión que les fue encomendada.