Llevo desde ayer hablando con Jesús sobre la pregunta que les hizo a los fariseos y herodianos: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?» (Mt 22, 20) o, en griego, como viene siendo habitual en mí: «τίνος ἡ εἰκὼν αὕτη καὶ ἡ ἐπιγραφή«.
No me detengo en la interpretación social por la que la Iglesia afirma que los cristianos deben pagar sus impuestos y no estafar al Estado en el que viven. ¡De todos debería ser sabido! Voy a algo más personal. La Palabra no solo transmite verdades morales, doctrinas, dogmas, etc. También se dirige al corazón de uno mismo en el tiempo y espacio en el que vive, y allí le habla directamente para vivificarle.
Así, esta pregunta hoy se dirige a mí, y desde el diálogo personal con el Señor a través de ella, es que deseo compartir con vosotros algunas inspiraciones que he recibido hoy de Su parte.
Por un lado está la palabra εἰκὼν (eikón), «semejanza, parecido» (o más generalmente «imagen»), que deriva de εἲκω (eíko), «parecerse», que deriva de un uso más antiguo que significaba «rendirse, someterse». Por otro lado está ἐπιγραφή (epigrafé), «inscripción, sobregrabado», compuesta del prefijo ἐπί (epí), que denota posición («sobre, encima»), y el verbo γράφω (gráfo), «grabar, escribir». El verbo ἐπιγράφω (epigráfo) significa «marcar la superficie, empastar, modelar».
Tenemos un objeto: un denario, que sería de alguno de los fariseos o herodianos que están allí con Jesús (probablemente, del que se atrevió a formular la pregunta). El denario, en tiempos de Jesús, correspondía al jornal de un día de trabajo, que le permitía al trabajador comprar alimento para ese día, ropa, etc. Podríamos decir que el denario era lo necesario para vivir y desenvolverse tranquilamente durante el día en curso (calculando el SMI actual en España, valdría algo así como 36€). Por tanto, en mi diálogo con el Señor, el denario se me presentó como «aquello que me permite vivir durante el día de hoy».
Las palabras «imagen» e «inscripción» de la pregunta que Jesús hace a los fariseos y herodianos me hace hoy a mí, me transportaron directamente a otro lugar de la Escritura: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza« (Gn 1, 26), donde aparecen unas palabras prácticamente similares: צֶלֶם (tzélem), «imagen, parecido» y דְּמוּת (demút), «forma, modelo».
Fue entonces cuando comencé a escuchar Su Voz preguntándome: ‘¿de quién es la imagen y el modelo de lo que hoy te da la vida, de lo que hoy te permite vivir? ¿De quién es hoy la imagen y el modelo de tu afectividad? ¿Y de tu necesidad de ser amado? ¿De quien es la imagen y el modelo de tu servicio o vocación cristiana? ¿De quién lo es tu trabajo o estudios? ¿A quién pertenece la imagen y el modelo de tu matrimonio, de tu ser marido o mujer, de tu ser padre o madre? ¿A quién tu ser de hijo o hermano?’. Me hizo varias preguntas personales, aquí he puesto algunas más comunes a todos. En resumen: ‘¿A quién pertenece la imagen y el modelo de eso que te da la vida hoy?’.
Inocentemente, le pregunté a Jesús: ‘¿por qué quieres que te responda a esta pregunta? ¿Por qué esa urgencia en saberlo?’. Entonces me dijo: «ἀπόδοτε οὖν τὰ Καίσαρος Καίσαρι καὶ τὰ τοῦ θεοῦ τῷ θεῷ»… Vale, en realidad no me contestó en griego (¡no llego a tanto!), solo lo he puesto porque no usó la forma en que solemos traducirlo, sino una más literal: «de acuerdo a (tu respuesta), devuelve al César lo del César y a Dios lo de Dios». O dicho de otra forma: ‘Dani, si hoy crees que aquello que te da la vida le pertenece a otro en vez de a Mí, que soy tu Dios… estarás obligado a devolverle a él lo que le has entregado a él. Según donde tengas hoy puesta tu vida, ahí estará tu servidumbre. Por eso es crucial que hoy me respondas a esta pregunta. Porque en cuanto lo reconozcas, recibirás de Mí el poder para salir de allí’.
Pensé en el César. Era un gobernante absoluto que, además, se autoproclamaba «dios de este mundo» y afirmaba ser la «encarnación de un dios». Vamos, un falso Jesús, un falso Mesías. Casualmente, son títulos reclamados por el Maligno. A su vez, me detuve en el verbo apodídomi («devolver»), que también significa «renunciar»: ‘Devuélvele al diablo lo que es suyo, ¡renuncia a ello!, y vuélvete hacia Mí, hacia tu Dios, hacia aquel que te da la vida’.
Al escuchar estas palabra experimenté un poder profundo y divino dentro de Mí, capaz de destruir y derrumbar edificios y murallas inmensas. ¡Es cierto! ¡Soy imagen y semejanza de Dios! He sido creado en Su Imagen y según Su Modelo, no le pertenezco a nadie más, ni yo, ni nada en mi vida es de nadie más. Su inscripción fue sobregrabada en mi corazón en el Bautismo. ¡De nadie más recibo la vida! De ningún otro ídolo necesito nada para vivir el día a día, salvo de Él, que me animó a pedirle todos los días: «danos hoy el pan nuestro de cada día». ¿Acaso Jesús me invitaría a pedirle al Padre algo que no esta ya Él dispuesto a darme? ¿¡Quién creo que es el Padre!?
No sé si he llegado a transmitir fielmente mi diálogo con Jesús hoy.
Él me invita a mirar hoy mi vida (no ayer, ni mañana) y a responder sinceramente a una pregunta: ¿A quién pertenece la imagen y la inscripción o modelo de tu vida hoy? ¿Reconoces que estás siguiendo la imagen y modelo del Maligno, su voluntad, su forma de pensar y de actuar? ¡Fácil, entonces! ¡Renuncia ahora mismo! ¡Devuélvele lo suyo, sus engaños, y regresa a Dios, a quien perteneces realmente, pues fuiste creado en Su Imagen y según Su Modelo! ¡Su Imagen y Su Inscripción están grabadas en ti!
El diablo solo puede hacerte creer que eres suyo, ¡pero no puede hacer que lo seas! (¡si creemos en una mentira, le damos poder al Mentiroso!) Eres propiedad de Dios, por lo que siempre, SIEMPRE, podrás renunciar y volver a Él. Basta con decir, con la autoridad de hijo de Dios que recibiste en tu bautismo: ‘¡Se acabó! ¡Hasta aquí llegó tu engaño! ¡Yo soy hijo de Dios!’